Sin nada que perder

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Sucede de vez en cuando, que, ante tanta corrección política, surge una película en temporada de premiaciones, que sigilosamente logra meterse entre las candidatas en varios rubros, incluyendo el de Mejor película; sucedió con Fargo, con Her, con Nebraska, por citar algunos casos; y es el caso de "Sin nada que perder", que, entre otras premiaciones y categorías, compiten en los Premios Oscar a Mejor Película.
Su director es David Mackenzie, de quien hasta ahora en nuestro país solo habíamos visto ese paso en falso que resulta ser Amante a domicilio; pero aun en aquella, cuando el delirio femenino maduro por Ashton Kutcher se corría, podíamos ver una subtrama sobre una sociedad en decadencia moral y económica.
Esa misma decadencia, mucho más explícita y corrosiva es la que expone el guion de Sin Nada que perder, firmado por Taylor Sheridan (Sicario). Tanner Howard (Ben Foster) acaba de salir de prisión y se topa con la dura realidad del contexto, las oportunidades se acabaron para todos.
Decide regresar al hogar de su familia para encontrarse con su hermano Toby (Chris Pine), separado con un hijo. Mamá Howard acaba de fallecer y el plan de Toby será dejar en herencia a su hijo el terreno familiar en el que parece, hallaron petroleo. Pero hay un problema, las famosas estafas que los bancos realizaron con las hipotecas que desataron la crisis de 2009 y aun hoy pesan.
Tanner y Toby deciden unirse en un raid delictivo para juntar el dinero que les permita saldar la hipoteca, y lo harán robando sumas mínimas, sin violencia mayor, en las sucursales del mismo banco que los estafó. La otra arista de esta historia estará en los dos policías, Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y Alberto Parker (Gil Birmingham), que investigan el caso del robo a los bancos e intentan darles captura a los ladrones.
Las áridas locaciones de Texas servirán de contexto para desplegar una historia en la que no parece haber buenos y malos, cada uno arrastra su desgracia y puede hacer daño en busca de su salvación. El desarrollo será similar al de una road movie sin necesidad de un gran despliegue, más centrado en una correctísima creación de personajes.
La historia avanza de modo lento pero contundente, haciendo que nos compenetremos con cada uno de ellos. En esta creación de personajes, las interpretaciones juegan un factor fundamental y los cuatro dan todo de sí. Entre Foster y Pine hay química de hermandad, rivalidad y dolor, son opuestos y son iguales; los actores se comunican con miradas y componen sus personajes detalladamente llevándose puros aplausos.
En el juego entre Bridges y Birmingham, claramente el guion inclina la balanza hacia Bridges quien compone a un policía a punto de retirarse, rencoroso, xenófobo e irascible, actuando como una suerte de comic relief tan efectivo como incómodo; el actor de Trom lo compone con esa naturalidad tan propia desde su creación para Crazy Heart.
Birmingham actúa como co-equiper, y no desentona. Es difícil ponerse en el lugar de Tanner y Toby, su justicia hará sufrir a otros, pero también, en su camino, ayudan a quienes se encuentran pasando circunstancias similares a las de ellos, actuando una suerte de redención invertida.
Asimilarlo al film argentino de Marcelo Piñeyro que da título a esta reseña no costará demasiado, aunque en el caso de los personajes de Sbaraglia y Alterio la balanza estaba mucho más inclinada y no se llegaba al nivel de corrosión social que presenta el guion de Sherydan. Todo es preciso, y juega su rol para que no podamos despegar los ojos de la pantalla.
Desde una fotografía socia y paisajista, un montaje suave y ágil sin recaer en momentos abruptos, hasta una banda sonora que acompaña perfectamente la situación en cada momento. Simplemente no hay fisuras.
Uno sale de ver Sin nada que perder con una profunda amargura, pero no por haberse cruzado con un producto fallido, todomlo contrario, porque Mackenzie y Sherydan logran traspasarnos toda la realidad palpable que quieren demostrar, de modo asertivo y contundente, sin dejar lugar para los grises y las medias tintas. Un hermoso mazazo, eso es sin lugar para los débiles, y ojalá se lleve cuento premio se le cruce por delante.