Se levanta el viento

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Dibujo de enorme belleza plástica y suave poesía.

Dos historias se combinan aquí en un mismo personaje. Una, la del joven ingeniero aeronáutico Jiro Horikoschi, que pensaba hacer aviones de pasajeros y fue llevado a diseñar aviones de guerra, con un resultado tan admirable como tremendo: el famoso caza Mitsubishi A6M Zero, del que habrían de hacerse casi 10.000 unidades (y al final de la guerra no quedaría ninguna). Otra, la de su amor con una muchachita enferma de tuberculosis.

Esa otra historia se inspira en "Kaze tachinu", pequeña novela de Tatsuo Hori sobre el corto tiempo de amor entre un joven cargado de obligaciones, una dulce muchachita enferma de tuberculosis, y el padre de ésta. Novela de estilo elegante, de mucha sutileza, elogio del amor sacrificado que sólo pide unos minutos cada día. Que se sepa, Horikoschi nunca vivió algo parecido. Al contrario, tuvo una esposa muy sana que le dio cinco hijos y lo acompañó incluso en los momentos más difíciles del fin de la guerra, pero ésa es otra historia, que acá no se cuenta.

Como sea, la mezcla de "biopic" y melodrama resulta ideal para describir la experiencia de toda una generación de japoneses cuyos sueños fueron reorientados al servicio de los sueños militaristas, gente llevada al esfuerzo extremo, agobiada después por la destrucción inútil, y nuevamente levantada para seguir viviendo. "¡El viento se levanta! ¡Intentemos vivir!", dice la estrofa final de un poema de Paul Valery, "El cementerio marino", que otro personaje recita en el francés original (se trata del conde Giovanni Battista Caproni, pionero de la aviación italiana, que aparece como lo más natural en las fantasías del joven Horikoshi, para alentarlo y aconsejarlo).

Hayao Miyazaki, maestro del dibujo animado, cuenta todo esto con la enorme altura que le dan los años y el inmenso talento. Como otras veces, particularmente como en "Porco Rosso" y "El increíble castillo vagabundo", su relato enlaza lo verdadero con lo soñado, entusiasmos de progreso y evocación de un pasado elegante, el vuelo y las caídas, el paraíso con el infierno que se anuncia y nunca vemos (sólo vemos sus resultados), el trazo delicado y la caricatura familiar.

Por la pantalla se suceden estampas de enorme complejidad y belleza plástica, herederas de una larga tradición de acuarelas, mangas y cuadros panorámicos de la vida cotidiana. Apabullante, el capítulo dedicado al terremoto de 1923. Antológicas, las dos largas escenas sin palabras, al comienzo del film y al comienzo de la historia de amor. Una sorpresa, ese instante en que reina la ilusión y un extranjero bonachón canta el gozoso "Das gibt's nur einmal", donde "hoy todos los sueños pueden ser verdad". Enternecedores, los momentos de suave impresionismo, como las primeras gotas de lluvia sobre la tierra, o lo que creemos gotas de lluvia sobre un papel (y son lágrimas del hombre que aún desgarrado sigue trabajando).

Obra excepcional, emotiva, de suave poesía, quizá dura un poco más de lo necesario. ¿Pero qué parte podría cortarse? Acaso algún episodio lateral referido a intrigas policiales, que ya parece medio cortado. En todo caso, cabe la advertencia: no es una película para niños, ni menos para niñas, como "Mi vecino Totoro", "Kiki la aprendiz de bruja" o "El viaje de Chihiro". Pero verla no les hará ningún daño.