Se levanta el viento

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

La fantasía levanta vuelo

Esta es la historia de Jirö Horikoshi, ingeniero aeronáutico japonés que diseñó aviones de combate para la Segunda Guerra Mundial. Y es también la historia de amor de Jir? y Naoko. La película cubre un arco temporal que mayormente se sitúa entre 1923 -gran terremoto de Kanto- hasta el momento en que se avecina la Segunda Guerra Mundial. Mayormente, porque la acción empieza antes y termina después de esos puntos. Y mayormente también porque la película vuela en forma onírica, con frecuencia e importancia fundamentales. Horikoshi existió en la realidad y, como en la película, no estaba a favor de la guerra. Su sueño era diseñar aviones para llevar pasajeros, pero el mundo y su país en particular estaban interesados en su uso bélico.

El largometraje número once de Hayao Miyazaki es, por un lado, el último de su carrera (así lo ha anunciado el animador, un director fundamental). Por otro, es recién el cuarto de los suyos en estrenarse en los cines argentinos; los otros fueron El viaje de Chihiro, El increíble castillo vagabundo y Ponyo y el secreto de la sirenita. Su obra más conocida, la tremendamente icónica e influyente -y con notoria base de fans mundial- Mi vecino Totoro (1988), no ha tenido estreno local. Miyazaki hace animación tradicional, es decir, dibuja. Y tiene un estilo que se impone como una firma visual y que ha mantenido durante décadas de carrera. Verdadero creador, autor animado, Miyazaki propone un mundo, una manera de acercarse a los sentimientos y -notoriamente- a la fantasía. Se levanta el viento parte de Horikoshi pero no es estrictamente una película basada en su vida: es algo así como un ensayo narrativo personal sobre temas como los sueños, la guerra, el tesón, la amabilidad, el amor, la paz, la idea de nación, el afán por la modernidad. Es una obra ambiciosa, una obra testamentaria, con recuerdos y referencias personales. El -soñado- ingeniero Caproni le presenta a Jiro su último diseño antes de retirarse, y le habla del período de creatividad de los ingenieros y de los artistas.

Se levanta el viento no es la película más inmediatamente atractiva de Miyazaki, y las peripecias que se ponen en escena son inusuales para una película animada de este alcance y esta producción. Pero Miyazaki ha demostrado una y otra vez que no son los temas los que definen al artista sino que es el artista el que define, delimita sus temas y los hace propios.

No es nada sencilla la apuesta del director, pero su triunfo en Se levanta el viento es, a la vez, sutil e imponente. Plantea encrucijadas de emociones y conflictos a pleno sin necesidad de diálogos didácticos, y su relato refleja ese espíritu superior de los grandes artistas. El mundo de Se levanta el viento es menos fantástico que el de Chihiro o Totoro, pero la naturaleza animada por Miyazaki (lluvia, viento, un arco iris) puede fascinar tanto como las criaturas más adorables. Y esas décadas del 20 y del 30 del siglo XX, con su atracción futurista por la máquina, le permiten a Miyazaki que un avión, un tren o incluso una puerta de un hangar, verde y gigantesca, se conviertan en personajes deslumbrantes.