“Ruleta rusa”, de Eduardo Meneghelli Por Jorge Bernárdez Un hombre llega al pueblo donde su padre fue asesinado veinte años atrás con el objetivo de vengar aquel crimen orquestado por el hombre fuerte del lugar. El recién llegado se llama Rudy (Gabriel Peralta) y su presencia comienza a ser la comidilla del pueblo. El poderoso del lugar comienza a indagar qué está pasando y mientras crece la tensión, la hija del capo fuerza un encuentro con el desconocido. Maru (Abril Sánchez) y Rudi pasan de un juego de seducción a un amor total en tiempo récord y la historia pasa a un nivel Romeo y Julieta, sin los diálogos de Shakespeare, claro. Parra (Enrique Liporace) es el villano y padre de Maru maneja en el pueblo, el juego y la prostitución, pero responde a intereses superiores a quienes la guerra de Parra con el recién llegado empieza a molestarles. Rudi y Maru se fugan, ella queda embarazada, el tiene un romance con una de las prostitutas del lupanar que maneja Parra. Aparecen otros villanos que son jefes de Parra y la historia de amor se vuelve confusa mientras que la trama policial no se entiende. Hay un concurso de Ruleta rusa, hay drogas y cuestiones por el estilo pero no se entiende mucho. Patricio Contreras y Pompeyo Audivert aportan su sabiduría como actores, pero no pueden hacer nada con semejante cruce de historias poco claras y sin fundamento. Alguien podría argumentar que no hay que ser tan exigente con una película de género, pero el problema es que en este caso el género es difuso al punto de que llegado un punto uno quiere que se cumplan las reglas del género y terminen todos a los tiros. Ruleta rusa muestra algunos buenos actores desperdiciados y un relato más bien confuso. Está producida por Canal 9, así que no va a tardar demasiado en aparecer por esa pantalla, de ser así y si no hay nada para ver en el resto de la grilla, se puede ver y pegarse una buena siesta en el sillón ese que tienen frente al televisor. RULETA RUSA Ruleta rusa. Argentina, 2018. Dirección: Eduardo Meneghelli. Intérpretes: Gabriel Peralta, Abril Sánchez, Lautaro Delgado Tymruk , Pompeyo Audivert, Quique Liporace, Patricio Contreras, Pablo Pinto, Jazmín Falak, Marcos Woinsky, Pía Uribelarrea, Elvira Onetto, Matías Marmoratto, Laura Grandinetti, Martín Kahan. Guion: Luis Sáez.
Balas de fogueo Un joven regresa al pueblo donde sus padres fueron asesinados, para vengar la muerte de ambos en manos del capo del lugar. La típica trama de venganzas, bajo la premisa de ‘pueblo chico infierno grande’, se desarrolla cuando el intimidante y turbio hombre de poder quiere sacar del medio al mentado justiciero, quien -para colmo- se involucra sentimentalmente con Maru, la hija del mafioso, amenazando los planes del mismo. La idea surge a partir de un guión de Luis Sáez, dramaturgo teatral, que lleva al cine una historia que atraviesa, principalmente, el vínculo que se produce entre los personajes principales. “Ruleta Rusa” comienza relatando la historia de Rudy, quien arriba a una localidad de provincia para averiguar acerca de la desaparición de sus padres. A partir del encuentro con la mencionada Maru, se produce el conflicto desencadenante: el citado villano fue la persona que delató a los padres del muchacho, merced a un conflicto político que los dividió hace décadas. En primer lugar, la película recurre al lugar común del idilio amoroso shakesperiano tan mentado, en donde dos familias enfrentadas políticamente constituyen el escollo ideológico que una pareja de jóvenes deberá sortear, eligiendo el camino del amor salvando dichas diferencias. Bajo el lema de ‘una sucia y moderna historia de amor’ el film presenta dicha relación de un modo torpe, precipitado y presa de las situaciones más inverosímiles. En esa huida que, metafóricamente, se transforma en una búsqueda por encontrar la verdad, el peligroso pueblo se convierte en el lugar de tránsito, transformación y escape de los jóvenes enamorados, quienes atravesarán giros imprevistos que resienten la trama con un sinnúmero de falencias en su resolución. La tendencia estética de los lugares que atraviesa el relato divide al mismo en situaciones eje y se ven reflejados correctamente gracias al sello autoral que imprime su director, Eduardo Meneghelli. Por tal motivo, la perversidad del juego de la ruleta rusa -que intenta dar sentido al relato promediando su conclusión- aflora en un mundo subterráneo y sórdido donde la sutileza brilla por su ausencia. Allí, la enamorada pareja recorrerá escenarios dantescos poniendo en riesgo su supervivencia a través de un ambiente expresionista, exageradamente sádico e infernal. Está claro que se trata de un thriller de personajes, en quienes se enfoca la tensión dramática de la historia prefigurando cierta idea de la justicia, el amor, la venganza y un giro inesperado del destino que funcionará como catalizador de estas familias enfrentadas. En este sentido, es llamativa la inexpresividad y falta de carisma del actor Gabriel Peralta, absolutamente nulo en transmitir emociones y credibilidad a su personaje. Por su parte, la debutante Abril Sánchez hace lo que puede con un personaje plagado de estereotipos. Mientras que Enrique Liporace (el mentado villano que maneja la política, las apuestas de juego y la prostitución del lugar), Patricio Contreras y Pompeyo Audivert aportan calidad y trayectoria a un elenco deficiente y caricaturizado. Pese a las buenas intenciones mencionadas como premisa, nos encontramos ante una historia confusa y fallida en cumplir con los mandatos del género. Si bien el acento está puesto en el trabajo de los personajes para sostener ese mundo interno que los construye moralmente -y por consiguiente poner en escena el motor dramático que los moviliza- las vueltas que presenta la trama y su resolución son desacertadas y pobres artísticamente. Con la historia amorosa en el centro de la escena y sometida a un mundo dominado por seres infames y miserables, “Ruleta Rusa” deja tras sí un intento fallido de cruce genérico. Insuficiente sostén para este oscuro policial convertido en romance clandestino, tan intrincado como absurdo.
Pueblo chico, infierno grande Ruleta Rusa, la nueva película de Eduardo Meneghelli, aplica a esa frase. Rudy (Gabriel Peralta) viaja desde Buenos Aires para visitar el pueblo donde vivió cuando era niño y a su tía. Todo iba bien hasta la muerte de su padre, un militante de los 70, y a raíz de eso abandonó el lugar, casi por obligación. Años después regresa para lograr un objetivo en particular: venganza. Sus tierras y las de todo el pueblo fueron usurpadas por el ex intendente Parra (Quique Liporace), quien celebra las desgracias ajenas y, al igual que todo político, promete mucho y hace poco. Lo único que tiene en claro es su obsesión por el poder y a costa de lo que sea, incluso de sus propios hijos. Maru (Abril Sánchez) es hija de Parra y aunque no parezca, se da cuenta de que su padre deja mucho que desear y por ende se enfrenta a él, enamorándose de Rudy, el joven que busca venganza por la muerte de su padre. ¿Podrá conseguirlo? La trama está bien, es interesante, pero cae en lugares comunes. Romeo y Julieta cuenta la historia de dos jóvenes que se amaron y a pesar de no tener la aprobación de ninguna de sus familias, siguieron igual, prosperó el amor. En Ruleta rusa intentan reflejar esto entre Rudy y Maru, pero termina en un cliché. La idea de romantizar algo dentro de una pelea por territorios y una venganza de por medio, no resulta atractiva. En este film encontrarán un despliegue de temas que lo sentirán cercano a la historia política argentina y actual también. Sobre todo tocarán el problema del juego y las adicciones, cosa que nunca termina bien. Aires de libertad y anhelo por conseguir lo que el pasado les quitó, será el puntapié inicial de Ruleta rusa.
Un disparo al azar El director y actor de Román (2018) se juntan nuevamente en Ruleta rusa (2018), una suerte de western urbano en el que el protagonista debe huir del capo mafia del pueblo. Como en la anterior película el resultado es dispar. Rudy (Gabriel Peralta) regresa a su pueblo después un tiempo con el fin de vengar a su padre. Su contrincante es el terrateniente Parra (Enrique Liporace) que tratará de detenerlo con los matones que interpretan Lautaro Delgado Tymruk y Pablo Pinto. Pero las cosas se complican cuando, sin saberlo, se enreda con Maru (Abril Sánchez), la hija de Parra. El guion de Luis Saez, con asesoría de Dieguillo Fernández (Puerta de Hierro, el exilio de Perón), sigue la forma de un western: un personaje solitario que llega de tierras lejanas para reestablecer el orden en el pueblo comandado por bandidos. Un outsider que debe proteger a la chica y acabar con los villanos pero no será en el lejano oeste sino en un pueblo olvidado. Bajo esa estructura el bar/parador adquiere una funcionalidad que centra la acción del relato con prostitutas y juego clandestino. Allí entra a trabajar de barman Rudy y queda atrapado en el peligroso juego ilegal: la ruleta rusa. En su segunda película Eduardo Meneghelli busca la acción directa, evita detenerse en situaciones melodramáticas –aunque las hay- en una trama que avance por la acción y no por el conflicto dramático. Para eso utiliza el exceso como una forma de entretener y llevar el realismo a un paradójico descenso a los infiernos. La pregunta es ¿Lo logra? Ruleta rusa tiene tantos problemas como Román, porque su actor principal carece de matices, y aunque la construcción de los villanos es deliciosa, el registro indefinido de la película no acompañaba. El personaje que “conduce” las rondas de ruleta rusa parece el anfitrión de Cabaret (Bob Fosse, 1972), mientras que el dueño del negocio es un perverso sádico. Ambos personajes chocan en vez de sumar, como el de Enrique Liporace y Lautaro Delgado Tymruk (el mejor de todos). Personajes atractivos para la trama pero cuyas virtudes se debilitan por la variedad de tono y registro en el film, por momentos realista, algunas veces onírico y otras satírico. Otro de los inconvenientes de la película es la fluidez narrativa. La película no avanza por más que sucedan infinidad de situaciones, porque la tensión lejos de ir creciendo se diluye minuto a minuto perdiendo eficacia en sus mejores momentos (la escena del bar, de la ruleta rusa), en un film que tiene todos los condimentos para funcionar –elenco, fórmula probada, producción- pero así y todo, no termina de elaborar una propuesta sólida.
Un joven regresa al pueblo en el que sus padres desaparecieron durante la época de la última dictadura militar argentina. Inicia muy pronto una relación amorosa con una chica que, casualmente, es la hija de un personaje siniestro y poderoso con el que, se sabrá en algún momento del relato, tiene una cuenta pendiente. Todo luce artificial en esta película que acumula demasiados trazos gruesos, lugares comunes, diálogos inverosímiles, más de un personaje al borde de la caricatura (algo que ni siquiera pueden resolver actores solventes como Lautaro Delgado, Patricio Contreras y Pompeyo Audivert) y además sobrecarga de giros forzados a una trama policial convencional.
Del mismo equipo de Román, y con resultados similares, llega "Ruleta Rusa", de Eduardo Meneghelli, un policial de venganza con una estética muy particular. ¿Ha nacido un nuevo dúo dinámico? A fines de mayo de este año llegaba a las salas argentinas "Román", un policial bien de género, que se destacaba por una producción importante, un elenco notable, y un conjunto que le dio pase libre en la colección de consumo irónico, o películas muy divertidas para revisar de tanto en tanto. Pero sobre todo, lo que llamaba la atención era su protagonista, el actor que interpretaba al Román del título. Gabriel Peralta protagonizaba, y producía, y toda la película se centraba en su figura, un policía de altos valores, inquebrantable, capaz de cargarse a todo un sistema de corrupción él solo. Apenas seis meses después, llega "Ruleta Rusa", que nuevamente trae a Meneghelli en su segunda película, y a Peralta como actor principal y productor. Si bien son películas diferentes en sí (los guionistas no son los mismos), la conclusión de ambas es bastante similar. "Ruleta rusa" es otra película muy divertida (¿a pesar suyo?), catapultada directo a la memoria del consumo irónico, enmarcada como policial de género. Si en Román Peralta era un policía que se oponía a los manejos turbios de un pastor evangelista que se adueñaba de los inmuebles de sus fieles, y manejaba hasta a la propia institución de seguridad; ahora es Rudy, un foráneo que llega a un pueblo chico en busca de venganza. Rudy vuelve al pueblo para vengar a su padre, y su objetivo es Parra (Enrique Liporace, que esta semana logra doblete de estrenos para el consumo irónico, lo queremos), el capo mafia del lugar, un ser despreciable que habilita todo tipo de negocios oscuros, y se maneja con dos matones muy extraños (Pablo Pinto y Lautaro Delgado Timruk). El destino le juega una mala pasada a Rudy, y de entre todas las chicas del pueblo, se enamora de Maru (Abril Sánchez), casi al instante de conocerla, y resulta ser la hija de Parra. Los planes de Rudy cambian (o no tanto, pero los oculta), y pasa a querer tener una familia con Maru. Para eso, consigue trabajo en el bar del pueblo, regenteado por Sayago (Pompeyo Audivert), al que Parra obliga que le de trabajo para tenerlo ocupado, y planear su propia estrategia contra el muchacho. A diferencia de Román, la bajada de línea morosa no es tan obvia. Estamos hablando de un western pueblerino típico, con todos los elementos sabidos, y una cantidad de personajes variopinta. El bar de Sayago funciona como un cabaret, en el que también juegan a la ruleta rusa, y abundan los personajes extraños o estrafalarios, como un presentador a cargo de Matías Marmorato. Siguiendo ese clima de tugurio extraño, la película se inclina en varios tramos por un aire cuasi lisérgico, con lentes rojo, angulares, imágenes distorsionadas, y hasta oníricas, y de un marcado homoerotismo. Todo esto, creando una dualidad con los momentos más “pacíficos” de Rudy con Maru. "Ruleta Rusa" tiene errores, notorios, una elipsis temporal confusa, diálogos forzados, un timing desparejo; no tiene los planos de los músculos de Peralta como en Román, pero igual hay escenas mal montadas; y la historia en sí, no llega a funcionar del todo. Pero también tiene aciertos, y es en su elenco, que a diferencia de la anterior película, parece entender mejor de qué va la película. Pompeyo Audivert es un formidable actor y director de teatro, su personaje le exige la sobreactuación, y está en su salsa; es una criatura divina. Enrique Liporace es gustoso verlo en este tipo de películas, le agrega el tono justo de bizarrés a esos mafiosos bien malos. A Matías Marmorato siempre es un placer verlo, y plus, hace uno de esos papeles en donde puede desplegar sus alas, su incorporación es un gran acierto y está entre lo mejor de la película. Pablo Pinto y Lautaro Delgado Tymruk (en especial este, uno de los mejores actores de su generación), se divierten y nos divierten. Todos superan los escollos de sus personajes y lo que tienen para decir, y logran buenas performances. Por su parte, Peralta no mejoró en seis meses. Hay personajes que no se entiende para qué aparecen; y situaciones muy extrañas, sin lógica, aún dentro del tono de la película. Pero se trasluce una intención de querer hacer una propuesta de género con una estética y atmósfera particular. "Ruleta Rusa" en definitiva, mejora respecto a Román, y sigue ofreciendo buen material para ser vista como buen consumo irónico. ¿Otro dato positivo? Meneghelli y Peralta ya se encuentran trabajando en su tercera película. Podemos ir armando un club de fans de este dúo que promete ser prolífico.
En el fracaso de vivir, ni el tiro del final Segundo trabajo del realizador Eduardo Meneghelli (su ópera prima, Román, se estrenó unos meses atrás), Ruleta rusa parece construida a partir de desprendimientos cinematográficos. La trama, e incluso el ambiente, podrían ser los de un western, traspolado a la contemporaneidad. Un par de detalles vestimentarios, y la música que los acompaña, remiten de pronto a Kill Bill. El denso aire pesadillesco y alucinatorio del tercer acto, convenientemente bañado en bruma roja, lleva la marca de David Lynch. Supongamos que la historia de amor es la de Romeo y Julieta. Hasta podría decirse que la actuación del protagonista recuerda las que suelen enseñorearse en el cine de José Campusano, si no fuera porque seguramente no se tratará de una semejanza buscada. Aunque algún hallazgo al paso y algún pasaje le otorguen cierto interés circunstancial, el problema básico de Ruleta rusa es el de todas las películas construidas de este modo: funcionan como recordatorios de films pasados, no como organismos autónomos. Rudy (Gabriel Peralta) vuelve al pueblo natal para vengar el crimen de sus padres, cometido por Parra, poderoso del lugar (Enrique Liporace, que también aparece en otro estreno de esta semana, El jardín de la clase media), un tipo que anda siempre acompañado de su hijo (Lautaro Delgado) y un guardaespaldas (el grandote Pablo Pinto). Lo primero que hace Rudy es enamorarse de Maru, hija de Parra (Abril Sánchez, con antecedentes en un par de programas televisivos), motivo dramático visto en aproximadamente un millón de películas. De allí en más ambos deberán andar escondidos, para evitar que Parra haga sentir su ira. Hasta que a Rudy le ofrecen un trabajo en la pizzería de Sayago (Pompeyo Audivert), boliche múltiple que al fondo esconde un puticlub y en el sótano, un sector dedicado a la práctica de ruleta rusa, la forma en que Sayago llena sus bolsillos. Allí irá a parar Rudy, tentado por fajos de billetes. Que es adonde Parra lo quería mandar, y la película también. Hasta el momento en que aparece Pompeyo Audivert –un actor que trabaja todos sus personajes desde la misma clave, desbordadamente expresionista–, la película hace agua. Obra de sus limitaciones, Peralta compone (o descompone) a una suerte de forzudo blando, que habla mirando para abajo, dice haberse enamorado de la chica después del primer polvo y se dedica, inexplicablemente, a visitar a su tía y abuela, en lugar de elaborar algún plan para llegar a su objetivo. La película, muy bien fotografiada (gentileza de Gustavo Biazzi) está planchada. Aparece Audivert, componiendo a un perverso entre amenazante y circense, y la película se dispara por obra y gracia del actor, que la arranca de la nadería y la lleva a un plano imprevisible. Amo de ese infierno subterráneo, Audivert tiene en Matías Marmorato, maestro de ceremonias de los duelos de ruleta rusa, el pequeño demonio que requería como ladero.
Una historia de amor que se mueve en un ambiente de corruptos, mafiosos, enemigos familiares, que acumula problemas y situaciones límite que sin embargo no tiene una progresión dramática, no trabaja la evolución de los personajes y prioriza la acción y las situaciones violentas, inexplicables, como un submundo donde el juego con la muerte es una espectáculo carísimo, con una clientela poderosa. En realidad se trata de una relación supuestamente prohibida porque la forman integrantes de familias enfrentadas a muerte ideológicamente en los años 70. Este es el segundo film del director Eduardo Meneghelli y protagonizado por Gabriel Peralta, que mejora el anterior. El acento esta puesto en una tensión de juegos perversos como el que le da el titulo a la película, tratado como si fuera un show cotizadísimo y poco verosímil, con pautas de pesadillas circenses. En el elenco muchos nombres conocidos Pompeyo Audivert, Patricio Contreras, Lautaro Delgado y Enrique Liporace.
La segunda película de Menghelli narra la imposible historia de amor entre dos jóvenes (Gabriel Peralta, Abril Sánchez) en medio de las disputas de sus familias. El regodeo por un clima bizarro potencia la locura desenfrenada de personajes como el interpretado por Lautaro Delgado, una caricatura perfecta para potenciar la historia.
Este film va entremezclando lo policial, el thriller, en medio esta la venganza, la corrupción y el amor prohibido como si fuera la de “Romeo y Julieta” pero en la actualidad y en un pueblo de Argentina. Se encuentra protagonizado por el actor venezolano Gabriel Peralta, (“Román”) y la actriz y modelos Abril Sánchez (“Simona” y “Cien días para enamorarse”). La trama tiene cierto toque de western pero es en esta época Rudy (Gabriel Peralta) regresa a su pueblo natal, busca vengarse de los asesinos de su padre. El lugar está dominado por Parra (Enrique Liporace, “El jardín de la clase media”) rodeado de matones su hijo Juano (Lautaro Delgado) y un guardaespaldas (Pablo Pinto). Rudy no tiene dentro de sus planes enamorase de Maru (Abril Sánchez), la hija de Parra. Su pesadilla comienza cuando debe huir con su amada y esconderse, porque ellos esperan un hijo, termina trabajando en la pizzería de Sayago (Pompeyo Audivert), un lugar que además tiene algo de club nocturno y un negocio clandestino donde se práctica jugar a la ruleta rusa con un arma, todas las noches alguien encuentra la muerte, el maestro de ceremonias (Matías Marmorato), Sayago llena sus bolsillos y es Rudy, tentado por una importante suma de dinero. Una película de género con un guión muy flojo, donde se entrecruzan historias, va mezclando distintos géneros pero con algunos buenos actores desaprovechados, otros actores sin matices, sin expresión ni en su cuerpo, ni rostro, bastante inexpresivos y personajes poco creíbles, situaciones inverosímiles, sin sorpresas, lenta, predecible y aburrida.