Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Indudablemente, el hecho que San Javier, esa localidad del departamento de Río Negro, Uruguay, tuviera una fuerte procedencia étnica rusa, le jugó muy en contra a su población durante la dictadura militar uruguaya. Mucho más al médico Vladimir Roslik, que desarollaba su actividad en forma normal, en su pueblo.
Pero como había estudiado su carrera en la entonces Unión Soviética, centraba cierta preocupación en la fuerza de choque del poder de turno. Vladimir, entonces, de ascendencia rusa, y con un rostro emparentado con los genes de su origen, se convirtió rápidamete en blanco preferido de los represores, quienes en dos oportunidades, lo encarcelaron. Y en la última lo torturaron hasta morir.
Vladimir, además, es un símbolo porque se cree que su muerte fue la última propiciada por los militares antes de iniciar su retirada del gobierno uruguayo.
El relato del cineasta y productor Julián Goyoaga (premiado en el 11avo AtlanticDoc en su país) reconstruye en base a los testimonios de su viuda (Mary Zavalkin) y de su hijo (Valery), la vida y obra de un médico que dejaría su huella, ya que su familia impulsa una Fundación que lleva su nombre y se dedica a la difusión cultural y la protección social en ese terruño.
La cinta se estructura como una suerte de despedida, de parte de quienes compartieron parte del trayecto con él, las imágenes de archivo y algunos relatos contribuyen a presentar los rasgos esenciales de Roslik, en toda su dimensión.
"Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas" es un relato que aporta, como siempre decimos, a la protección de la memoria colectiva (recordemos que en Uruguay hay ley de punto final y los crímenes desarrollados durante el gobierno de facto - 73 al 85'- no se investigan) y que debe ser resguardado y difundido para no olvidar, tampoco, de este lado del charco.