Roma

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A LOS PREMIOS

Alfonso Cuarón es uno de los directores del presente que mejor dominio tiene de la herramienta cinematográfica. Esa es una verdad irrefutable: su trabajo con el plano, incluso con el plano secuencia, sus paneos sabiamente organizados y estructurados, además de la utilización del sonido de manera expresiva y como diferenciador de la información dentro del encuadre son algunos de los elementos que distinguen su cine. Pero allí donde podría ser calificado como un realizador puramente técnico, Cuarón le suma una emoción genuina que parte de personajes con un sentido muy preciso de la épica. Eso que en Gravedad sobresalía, pero que en Niños del hombre o incluso en El prisionero de Azkabán también nos permitía conectar con la experiencia de los protagonistas. El caso de Roma, el estreno de Netflix que nos convoca, es uno muy especial. Primero, porque confirma el eclecticismo de su filmografía con una película que apela al intimismo contra la grandilocuencia de sus films anteriores; y segundo, porque se mete con elementos autobiográficos y con sensibilidades que por primera vez demuestran los límites de su cine.

Roma está ambientada en los 70’s y narrada en blanco y negro: el título hace mención al barrio de la infancia de Cuarón, allí en el México DF. La historia tiene como eje a la sirvienta de un hogar de clase media-alta, Cleo, quien oficia como observadora de los sucesos tanto privados como públicos que ocurren a su alrededor, y cuyo drama personal es seguido casi en silencio. Roma está construida de viñetas, de pequeños episodios que van trazando un cuadro más general y amplio: la vida en un país convulsionado, donde la tensión constante es de clase y política. Convulsión sintetizada en ese grupo familiar resquebrajado. Entonces la relación entre Cleo y sus patrones es clave no sólo para mostrar la honestidad con la que Cuarón avanza en la primera parte del relato (dejando en claro el desdén hacia la mujer y poniendo en crisis su propio círculo familiar), sino también el miserabilismo infrecuente en su cine que asalta la última media hora. Hay en la película mucha sofisticación visual y mucha belleza, mucho de eso que sabemos vamos a encontrar en un film del director, pero también decisiones que ponen de manifiesto cierta especulación molesta que, descubrimos a posteriori, venía atravesando todo el relato de antemano.

La duda que acecha a Roma entonces es si una escena puede arruinar una película. Es un dilema habitual del cine y aquí se vuelve a presentar. Digamos que no y que sí. Que no, si aislando ese segmento la película fluye y se justifica. Lamentablemente no es el caso de Roma. No conviene adelantar nada, pero hay una situación traumática que vive la protagonista con un nivel de deleite y cálculo por exhibir el horror por parte del director que repele bastante. Ahí es cuando ingresan cuestiones éticas y morales respecto de cómo se deben mostrar algunas cosas; y hasta si es necesario mostrarlas (sí, el famoso traveling de Kapo). Cuarón no sólo opta por mostrarlas, sino que esa mostración parece ser el fin de todo el trabajo estético de Roma. Porque Cuarón nos prepara para ese momento y busca el impacto (de hecho, llega luego de una secuencia tan fascinante como fallida donde el andamiaje formal del director hace agua por cierta remarcación innecesaria), no hay nada inocente en su estrategia narrativa. Luego de eso, la película no sólo no puede tomar aire sino que profundiza su miserabilismo en una última secuencia que vuelve a mostrar tanto las cualidades técnicas del director como su falta de ética audiovisual. La forma en que la familia termina “abrazando” a Cleo está más cerca del vínculo entre una persona y una mascota, que del aprecio genuino y respetuoso. La falsedad de esa emoción, que llega luego de otro de sus planificados movimientos de cámara (a esta altura, un tanto molestos), es más banal que el mero acto de invertir “roma” para encontrar “amor”. Lo legítimo del viaje a la infancia del realizador se agota, por lo tanto, en virtuosismos demasiado calculados.

Si en sus films anteriores Cuarón lograba tomar distancia de los cineastas de su generación, con Roma se acercó peligrosamente a los manierismos de un cine falsamente complejo que tanto se consume en el presente. Por cierto, un formato exitoso y que seguramente le dará premios, porque el regodeo es otro de los placeres del espectador contemporáneo.