Roma

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Los avatares de la rutina

Mientras la miseria aumenta al calor de la acumulación de la riqueza producto de las crisis generadas por los propios mecanismos de expropiación del mercado, la dificultad de narrar la pobreza se vuelve una cuestión acuciante. Por esta misma razón el hambre y los conflictos de clases parecen cada vez más encubiertos y maquillados bajo diversos rostros, a veces miserables, a veces románticos, pocas veces crudamente reales. La reflexión sobre estas cuestiones es así cada vez más extraña, y por ende, más necesaria.

En su último opus, el realizador mexicano Alfonso Cuarón, aclamado por sus dos últimos trabajos, Gravedad (Gravity, 2013) y Niños del Hombre (Children of Men, 2006), regresa a su infancia en el Distrito Federal de la Ciudad de México para narrar un año a principios de la convulsionada década del setenta en la vida de una empleada doméstica de origen mixteca que trabaja realizando múltiples tareas para una familia de clase media alta en la Colonia Roma, un barrio de suntuosas casas construido a principios del Siglo XX cerca del centro de la ciudad como emprendimiento para la clase alta, más tarde devenido confortable hogar de características modernas de las familias de profesiones liberales.

Filmada en blanco y negro con un estilo neorrealista, Roma (2018) narra la rutina de la empleada doméstica, Cleo (Yalitza Aparicio), en la casa de la familia, su tierna y dedicada relación con los niños, y la dinámica familiar entre la pareja, la abuela y los pequeños. De esta manera, las manías y los dilemas filiales son relatados con gran detallismo y una mirada artística que pone hincapié en los rostros empapados por su contexto y sus vivencias. Estas experiencias y la construcción del contexto que las rodea son los ejes de un relato a través del cual Cuarón indaga en los cambios culturales y en las constantes de las relaciones sociales desde un humanismo descarnado.

En escenas cuidadosamente construidas el director y guionista examina las relaciones entre el personal doméstico permanente en las casas de familia de clase media alta, una relación siempre difícil -cercana y distante a la vez- que desdibuja y remarca constantemente los límites del concepto de familia y de las relaciones humanas, especialmente a través de los niños. La solidaridad entre las mujeres ante sus desventuras se contrapone al egoísmo masculino y a la mezcla de inocencia y perspicacia emocional de los niños en un retrato que pone a prueba la humanidad de los personajes dejándolos expuestos a una dolorosa e impersonal soledad.

Las protestas estudiantiles y el caos de la represión en las calles durante la Masacre de Corpus Christi se funden con la desorganización y el trato frío hospitalario en episodios muy intensos como el nacimiento del bebé de Cleo, un rescate en medio de la furia de las olas en la costa, el entrenamiento de las fuerzas paramilitares represivas -amparadas por el gobierno local y la CIA- y la violencia social latente que sobrevuela sobre la tranquilidad de una ciudad en plena ebullición. Las multitudes pasivas y las multitudes activas se contraponen con fuerza y van delineando las características de una ciudadanía que muda su piel y se transforma en medio de la reacción fascista que resuelve los conflictos mediante la violencia mientras una sensación de confusión crece entre los personajes que tratan de mantenerse al margen. La tranquilidad, la fiesta y la celebración devienen siempre en escenas de conflicto, incendios, terremotos, manifestaciones, represión y hasta la furia del mar, que representan los peligros de la naturaleza que se combinan con la decadencia burguesa en una metáfora de los movimientos de las placas tectónicas sociales que tenían lugar en la época.

Las contradicciones que Roma alimenta representan los cambios en la sociedad mexicana, esos que transformaron un barrio que una década más tarde cambiaría por completo debido al terremoto de 1985 y el estado de abandono producto de las condiciones edilicias de las casas, los cambios culturales y la decadencia de esa misma clase media alta que supo darle vida (la zona palideció a partir de la migración de las clases altas hacia lugares más protegidos, suntuosos y alejados de la ciudad).

La fotografía intimista del propio Cuarón genera una sensación de documental acrecentada por la mezcla del español con el lenguaje mixteco, un dialecto de las comunidades originarias de la región hablado por al menos medio millón de habitantes. Con estas características que le otorgan una grandilocuencia estética a la rutina, Roma logra crear una historia dramática sobre las contradicciones de la supervivencia de la servidumbre en las relaciones económicas modernas bajo el manto de la intimidad. Las relaciones familiares confluyen con las relaciones de clase y las dinámicas sociales en un film que oscila entre la candidez de los recuerdos y las reflexiones adultas como profundas meditaciones sobre la cotidianeidad como elemento constante de la vida. Cuarón deslumbra así nuevamente con un retrato severo pero emotivo que convierte a la catástrofe en un lienzo sobre la historia de su país como homenaje, denuncia y reflexión política de ineludible actualidad para toda Latinoamérica.