Ritmo perfecto

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

El tipo de conciencia que Ritmo perfecto arrastra y que la hace completamente disfrutable toma lugar en un espacio distinto al de la cita o la parodia. Por mucho que se pueda leer el desafío a Glee, Hairspray o High School Musical, la de Jason Moore es una película cuya mayor preocupación es agregar pequeños ajustes y precisiones a aquello que otras decidieron dejar de lado. Uno de los personajes que inaugura las audiciones de canto a cappella lo dice muy bien: aquí ya no hay lugar, como en la secundaria, para los conflictos ya sea sociales o sexuales, sino que —así lo expresa— esto es la vida real. Pero, en realidad, la frase no representa otra cosa que la inauguración del canto y el baile ya no como alegoría de los conflictos internos o relacionales, sino como un espacio autónomo e ideal para la improvisación y la expresión más espontánea.

Lo que los protagonistas de Ritmo perfecto dan a conocer de ellos es, entonces, un tiempo en que los grandes conflictos ya están superados. Así, no es extraño que los personajes dejen a la vista las pulsiones bisexuales que los atraviesan, que la gorda del grupo se llame a sí mismo gorda —por cierto, otro gran papel de Rebel Wilson— o que el gran secreto de una lesbiana no declarada sea que es adicta al juego. Pero no sólo eso. Ritmo perfecto supera, aun con su mayoría femenina, el impulso de construir una masculinidad insulsa y apenas funcional a los deseos de su personaje principal. Por eso es que otro de los mayores méritos de la película es la construcción del objeto de deseo de Beca (Anna Kendrick), la protagonista; alguien cuyo atractivo va más allá de la perfección física y también de la dulzura. En ese sentido, Jesse (Skylar Astin) es un ajuste a la belleza falta de personalidad y de carisma del Zac Efron tanto de High School Musical como de Hairspray o al Aaron de Chicas pesadas, por nombrar films comparables.

No menos significativo es que Ritmo perfecto haya logrado tantos buenos momentos de humor como personajes memorables, y que toda esa fuerza de su mundo encuentre una vía de expresión en las canciones. Los pequeños shows afinados y atinados en relación a la historia que Glee suele preferir para sus momentos musicales, acá se trasforman en tiempos para tomar decisiones, improvisar y liberar broncas. Quizás sea por eso que los covers de la película de Moore suenan menos chatos y con más matices que los de la famosa serie, al punto en que uno desea volver a escuchar esas canciones tal como sonaron en el film. Así, la comprensión de lo coral de Ritmo perfecto —y no sólo en la música sino también en la historia— traspasa los lugares comunes con pequeñas explosiones y festejos individuales. Son vómitos, gritos y golpes de caderas que, por el puro placer de la expresión, y porque ya no hay clóset que atravesar o etiquetas de las que deshacerse, hacen de la música su lugar.