Relatos salvajes

Crítica de Pablo Martinez - La mirada indiscreta

El país de la furia

Para evitar los odiosos spoilers a los que se vio sometida la que quizás sea una de las películas más spoileadas (incluso por su propio director) de los últimos tiempos en nuestro cine, voy a ir al grano: Relatos Salvajes está a la altura de la maquinaria publicitaria que tiene detrás y vale la pena ir a verla. Dicho esto, pasamos a decir que es una buena película, pero no es para tanto.

El primer trabajo en nueve años de Damián Szifrón detrás de una cámara de cine tiene una factura técnica impresionante y un formidable dominio de la narrativa para lograr que funcione ese todo temático construido en seis cortos. Sin embargo, no es algo que no se haya visto antes (incluso en nuestro país, con la memorable serie Tiempo Final), por lo que –a diferencia de lo que sostienen los que la aplaudieron de pie y la defienden a muerte- no es una película que cambiará el curso del cine nacional ni nada que se le parezca.

El tercer opus de Szifrón es polémico, divertido y tenso, extraña combinación que pone al espectador en un incómodo lugar ante la comedia negra, la extrema violencia y la crítica social desmedida por parte de un director que evidentemente está enojado con todo y con todos. O al menos disconforme. Los personajes de Relatos Salvajes son bombas de tiempo que están puestas a prueba en un contexto sumamente hostil, marcado por la injusticia, la corrupción, la ineptitud humana y demás síntomas de la decadencia del mundo actual, particularmente en nuestro país. Si bien la perspectiva humana desde la que se abarcan las seis historias (que no tienen ninguna relación entre sí salvo por la idea que intentan expresar) puede considerarse universal, resulta complicado imaginar cómo funcionaría esta película en algunos de los tantos países a los que se vendió, sobre todo los del primer mundo. No obstante, Szifrón logra un equilibrio notable a pesar de la disparidad en las actuaciones (Cortese, Martínez, de Silva, Darín y Rivas están muy por encima del resto del reparto), ciertos diálogos forzados y situaciones que rozan la inverosimilitud.

La catarsis está a la orden del día, y si eso justifica cualquier accionar liberador para expresar el descontento con lo que nos rodea, que así sea. Ese pareciera ser el mensaje en la mayoría de los cortos que hacen a Relatos Salvajes, aunque el humor sea el condimento que aparece (y se agradece, realmente) para distender aunque sea un poco entre tanto pesimismo, incomodidad y, por supuesto, violencia. Salvo el final del capítulo “La Propuesta”, todas las historias parecieran apelar al humor (negrísimo, al estilo Alex de la Iglesia o el peor Tarantino) para descontracturar o incluso para darle una mano al tono de toda la película. Un tono tratado meticulosamente para reforzar esa idea de género que siempre Szifrón trabajó en su corta pero genial filmografía. Y con esto vale remarcar el mayor logro de Relatos Salvajes: el rigor cinematográfico. Porque lo más intenso del film no son las historias sino la forma en que son contadas con el lenguaje audiovisual, y es por eso que el resultado es tan satisfactorio a pesar de un guion con algunos baches o zonas despintadas (como de las que se queja el personaje de Darín en su capítulo).

Se destacan los cortos “El más fuerte”, por su intensidad narrativa y su calidad en el trabajo con la cámara por parte de Szifrón, y “Bombita”, quizás este por ser el que más abarca en cuanto al mensaje de denuncia social o trazado de un mapa de descontento –o descreimiento- con las instituciones (familia, matrimonio, gobierno, etc.). Porque en definitiva, la repetición del concepto en todos los capítulos no hace más que reforzar el diagnóstico –un poco misantrópico- hacia las instituciones y el indefectible revulsivo que genera el choque de las mismas, aunque el accionar de los personajes y sus límites traspasados no incidan de forma heroica o determinante en el devenir posterior de ese ecosistema. Es como si con Relatos Salvajes Szifrón nos quisiera demostrar que la sociedad ya le hinchó las pelotas y el humor y la ironía es la única vía de escapatoria. Por supuesto, mediante el cine, algo de lo que esperemos no se canse tan rápido.