Relatos salvajes

Crítica de Álvaro Fuentes - La cueva de Chauvet

Entretenimiento, psicoanálisis y clases sociales

Con Relatos salvajes de Szifrón lo primero que hay que decir es que no estamos ante una mera ficción de entretenimiento. Es eso y mucho más. Es la cumbre del cine de entretenimiento argentino, pero al mismo tiempo es una ficción que ofrece una mirada del mundo, una mirada compleja, reflexiva e interesante.

Sobre las capacidades técnicas que desarrolló nuestro Messi del cine para contar historias de acción no voy a hablar en esta nota. Basta evocar la historia de Relatos protagonizada por Sbaraglia, en la que dos conductores de auto, representantes de dos clases sociales muy distintas y llenas de rencor mutuo, dan rienda suelta a un duelo mortal en una alejada carretera de alguna provincia del norte argentino. Ese episodio de Relatos, volviendo a la misma idea, es la cumbre de nuestro cine de entretenimiento. Es dejar claramente establecido que el cine argentino, con los suficientes recursos, también puede contar con ritmo, maestría técnica y atrapando de lleno a los espectadores.

Pero vayamos al Szifrón intelectual, ese que además de hacernos experimentar lo más placentero del cine, mueve a hacernos pensar un poco. Las seis historias parecen estar conectadas por ciertos ejes interpretativos nacidos de la propia mirada del director. Ya en el título de la película, Relatos salvajes, Szifrón se sitúa por fuera de esas ficciones y las interpreta. Nos dice que son “relatos” y que son “salvajes”. Es decir que son varias historias, distintas, separadas, pero al mismo tiempo unidas por ese atributo de salvajismo. Procedimiento, el de distanciarse ya en el título de la ficción que narra, que estaba presente en Tiempo de valientes, donde Szifrón no solo hablaba de los valientes que llegaban en la ficción, sino también de un tiempo de valientes para los hacedores de cine en Argentina.

Pero ¿qué es lo que tienen en común esas historias de Relatos? ¿En qué consiste esa relación sugerida por Szifrón y completamente abierta para el desvelo de críticos y analistas? Me voy a servir de ciertas herramientas conceptuales desplegadas por Zizec, en sus documentales sobre el arte cinematográfico. El filósofo y psicoanalista esloveno afirma que el cine pone en la pantalla el mundo subterráneo de las pasiones humanas. Algo así como el “Ello” de la segunda tópica freudiana: los instintos prohibidos, lo deseado profundamente pero socialmente reprimido, nuestra verdadera naturaleza sin limitaciones, nuestra parte salvaje liberada de ataduras y condicionamientos. Zizec (y considero que de igual forma Szifrón) no está exponiendo teoría psiconalítica únicamente, también afirma que eso es el cine. El cine es explosión de lo prohibido. La masa de espectadores se regodea encontrando esa fuerza instintiva liberada, como lo demuestra el hecho de que aplauda la justicia por mano propia del personaje de bombita.

También con la historia de Sbaraglia sucedieron cosas muy sintomáticas dentro de la sala. Sala compuesta por diversidad de clases sociales, lo que también es una fuerte expresión de esta argentina kirschnerista. A ver cine va la típica clase media argentina, cinéfila, pero también la más snobista y farandulera. Y también asiste un gran caudal de público de un sector social más humilde y popular. En las salas de cine hoy se mezclan todos esos estamentos. Conviven como lo hacen los dos personajes de la historia de Sbaraglia. Y las risas que suscitaba la tragicómica persecución entre dos automovilistas iba variando según los complejos juegos de identificación que se generaban con el público. Yo, por ejemplo, me divertía mucho con el cagazo de Sbaraglia, y sus intentos de apaciguar al hombre-armario que se le venía encima. Me generaba una tensión incómoda, en cambio, ver al hombre-armario destrozando sin contemplaciones el vidrio del auto de Sbaraglia, mientras muchos soltaban la carcajada profunda.

La historia de los automovilistas tiene dos pasiones humanas absolutamente liberadas, dos típicos exponentes de clase que se creen superiores respectivamente y buscan la completa aniquilación del otro. Ya no hay vuelta atrás. El punto al cual llegaron las circunstancias parece justificarlos. Nadie los observa y ambos están en igualdad de condiciones para llevar a cabo lo que anhelan profundamente. El deseo prohibido de ambos se encuentra completamente liberado.

Lo mismo ocurre con el personaje de Rita Cortese en la segunda de las historias, con el solo nombrado Pasternak en la historia de presentación del film, claramente con Darín en el cuarto relato, con el millonario Oscar Martínez a partir del momento en que se desentiende de la suerte de su hijo (a punto de ir a la cárcel por haber atropellado y huído), y finalmente con la magistral historia del casamiento en el notable personaje encarnado por Érica Rivas. Szifrón habla de los instintos y las pasiones ocultas, sin olvidar que ese mundo de pulsiones puede ser masculino o femenino. Rita Cortese y Érica Rivas son la libido femenina desenfrenada. Szifrón logra así hacer un planteamiento psicoanalítico universal, desmarcado de inclinaciones sexistas.

Tampoco se desentiende, como se sugería más arriba, de la diversidad de clases sociales que conviven hoy en Argentina y sus complejas interrelaciones. A todos los exponentes de clase media acomodada o directamente alta, hay que sumar personajes como el de Rita Cortese, haciendo de cínica cocinera que quiere volver a la cárcel porque su trabajo le parece una mierda; el del jardinero de confianza que se carga en los hombros el crimen del hijo del jefe, a cambio de una interesante suma; el candidato a intendente que se hizo de abajo y cagando a todo el mundo; los empleados administrativos con que lidia Darín; el hombre-armario al volante de un renault destartalado; la popular familia de Érica Rivas; y seguramente me olvido de otros.

También es cierto que la mirada de Szifrón parece volverse más aguda cuando hace foco en las miserias de su propia clase social, la que constituye la realidad del propio director. Hecho que por otra parte es lógico, dado que todos hablamos desde un cierto lugar y bajo el influjo de ciertos condicionamientos sociales. Szifrón no reniega de su propia realidad sino que la convierte en objeto de su reflexión, que es auténtica, visceral, incisiva y profundamente auto-crítica.