Recreo

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La primera película en conjunto de los realizadores es un drama con toques de comedia acerca de tres parejas que se reúnen a pasar un fin de semana en una casa de campo. Estando allí surgen conflictos inesperados, revelaciones personales y salen a la luz secretos guardados durante mucho tiempo. La propia Stuart protagoniza junto a Juan Minujín, Carla Peterson, Pilar Gamboa, Martín Slipak y Fernán Mirás.

El tópico de las reuniones familiares o de amigos en una locación única ha sido bastante explorado en el cine y en el teatro, aunque hace mucho que no se lo hace en el cine argentino. Sí, en la década del ’80 era una relativa rutina ver filmes de encuentros, reencuentros y diálogos generalmente ligados a la reciente historia argentina, pero el arte de la conversación en el cine fue quedando de lado dejando más lugar a los personajes solitarios, los viajes, la contemplación y el silencio. RECREO no funciona como un regreso melancólico a esos modelos sino como una adaptación de ese estilo a estos tiempos.

Se podría decir que es una comedia dramática (bastante más drama que comedia, sinceramente) centrada en el encuentro de un grupo de amigos en una casa-quinta en las afueras de Buenos Aires en la que, a partir de dichas conversaciones, van apareciendo y resurgiendo historias de la vida privada que cruzan a los distintos personajes. Si algo define las circunstancias de los protagonistas es la crisis de los 40, fundamentalmente en lo que respecta a las decisiones profesionales y personales que se han tomado, muchas veces a contramano de los verdaderos deseos de cada uno. O no. Acaso ninguno tenga demasiado en claro cuáles son sus verdaderos deseos.

La manera en la que RECREO se relaciona con la realidad social tiene que ver con esas diferencias entre las parejas que integran el sexteto protagónico, diferencias que pueden resultar sutiles para el afuera (a los dueños de casa les ha ido mejor económicamente que a los otros, pero ninguno baja de una clase media acomodada) pero que no lo son para ellos. Pero donde Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart ponen el eje es en las decisiones que tienen que ver con las vidas personales de cada uno. Individuales y como parejas.

La película –cuyo eje por momentos remeda a LA TORMENTA DE HIELO, de Ang Lee, en lo que respecta a un grupo protagónico perdido en su propio “ombliguismo” cuando muchas cosas se están derrumbando a su alrededor– toma a tres parejas a lo largo de ese encuentro de fin de semana en la casa en cuestión. Los dueños del coqueto lugar, Andrea y Leo (Carla Peterson y Fernán Mirás), son los más exitosos del grupo pero pronto vemos –a partir de la relación que tienen con su hijo y algunas actitudes de él– que las cosas no están tan bien ahí como parecen. Guadalupe y Mariano (Stuart y Juan Minujín) tienen un niño muy pequeño y están más claramente en crisis, algo que se nota en cada cruce, mirada y ríspido diálogo. La tercera pareja, Sol y Nacho (Pilar Gamboa y Martín Slipak) tienen trillizos y viven consumidos –especialmente ella; él parece sobrellevarlo con una sospechosa calma– por la exigencia que eso supone.

A lo largo de almuerzos, cenas, desayunos, caminatas y los distintos espacios que se van generando a lo largo de esos días las tres parejas van poniéndose, en cierto modo, a prueba. Los momentos más álgidos surgen en las comidas grupales en las que, de a poco, con el correr de las horas y el alcohol, van empezando a surgir no solo los conflictos internos de cada pareja sino los que los cruzan, tanto ahora como en el pasado. Celos, historias antiguas que reaparecen, secretos guardados y otras cuestiones que no conviene adelantar van a ir llevando a que la situación se empiece a desbandar. Los conflictos profesionales (la decisión de dejar trabajos seguros para empezar proyectos personales, el haber “traicionado” sueños de juventud, el agobio que les produce hacerse cargo constantemente de los niños que todo el tiempo circulan a su alrededor) van dando paso a reclamos personales que llevan las cosas a mayores niveles de tensión.

Los cruces más fuertes tienen lugar entre las parejas invitadas y es también allí donde, actoralmente, los protagonistas se sacan chispas, en especial la propia Stuart, cuya Guadalupe atraviesa de manera muy conflictiva y honesta su maternidad, complicada además por sus conflictos con su marido. La tensa relación de amistad entre los personajes de Minujin y Slipak es también otro fuerte eje temático de RECREO, mientras que los dueños de casa parecen circular por otro espacio, que parece más relajado pero en realidad es de una alienación aún más grande. Toda esta agresiva y terapéutica serie de (des)encuentros rebotará –sin dudas ya viene rebotando de antes– en los chicos, que hacen las suyas mientras los padres siguen enfrascados en sus micromundos. Y que, cuando no son tomados en cuenta, encuentran arriesgadas formas de llamar la atención.

Respetando el esquema clásico de este tipo de películas –cuya estructura narrativa tiene algo de teatral, algo que aquí se evita mediante el muy buen uso de los espacios por parte del DF Marcelo Lavintman–, RECREO es una película tensa y más dura de lo que parece por su campaña publicitaria, especialmente en la segunda parte donde los toques de comedia habituales del realizador de EL CRITICO van dando paso a una oscuridad dramática más propia de la directora de DESMADRE. Los que esperen una comedia de enredos se van a quedar un poco atragantados ante la densidad de ciertas situaciones que van apareciendo. Enredos de alguna manera son, pero lo que generarán no son precisamente risas sino, quizás, alguna complicada o incómoda charla de pareja a la salida del cine.