Rápidos y furiosos 6

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Sólo ritmo vertiginoso

Correr o morir. Esta es la consigna de estos robotizados guerreros de las rutas y la superacción, que en nuestra ciudad resulta difícil eludir, porque están de fiesta en varias salas, como si la película fuera la mejor del mundo.
Todo comenzó con simples competencias automovilísticas callejeras, para derivar, gracias a la globalización, en eficaces colaboradores de los ¿servicios de inteligencia británicos? En esta sexta entrega de la saga hay una sobredosis de peleas, tiros y automóviles destrozados, pero estos inefables delincuentes siempre logran salir con apenas algunos rasguños.
Tras llevarse cien millones de dólares de Brasil, se dispersaron por el mundo. Quien sentó cabeza es Brian O'Conner, el rubio ex policía devenido en ladrón y convertido en padre primerizo, que es conminado por su cuñado Dominic (Dom) Toretto a ser un buen padre. "Porque te voy a romper la cara si no lo sos".
Toretto y 0'Conner residen en las islas Canarias, condenados a un feliz ostracismo, aunque añoran su país. Hasta allí llega el gigantón Luke Hobbs para convocar a la "familia" (así se identifica la banda) a combatir contra el feroz y escurridizo Owen Shaw. "Porque para luchar contra lobos --dice-- hay que buscar a lobos".
Shaw es un ex agente de las fuerzas especiales británicas, que organizó una banda y está empeñado en adueñarse de tecnologías que le permitirían desactivar las defensas militares del país. ¿De qué país? Supuestamente Gran Bretaña, pero no tiene importancia.
Toretto, cada vez más pétreo, acepta la propuesta de Hobbs porque quiere rescatar a Letty, otrora objeto de sus deseos, que luego de quedar amnésica fue incorporada por Shaw a su banda. Y el precio que pone Toretto es el indulto, para él y sus hombres, por su pasado delictivo.
El resto, a cargo de dos bandas simétricas, es más de lo mismo: acción, rugir de motores, persecuciones y combates coreografiados. Inclusive aparece, como por arte de magia, un tanque que aplasta todo lo que encuentra a su paso y un avión Hércules que pretende despegar en la ruta.
Si no fuera una comedia, se podría decir que es una apología a la violencia. Pero aquí casi todo está digitalizado y, por lo tanto, trampeado. La lógica y la verosimilitud brillan por su ausencia y los recursos están al servicio de un espectáculo narrado con un ritmo vertiginoso.
Además, muchas escenas se filmaron de noche, lo que le permitió al director disimular defectos y horrores. En la última secuencia, ambientada en Tokio, los productores anuncian lo que será la séptima versión, con otro villano a enfrentar, que tendrá la encarnadura, nada menos, del británico Jason Statham.