Querido papá

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Una auspiciosa ópera prima israelí sobre una conflictiva relación padre-hijo.

Esta ópera prima del guionista y director Yuval Delshad -ganadora del premio a Mejor Película de 2015 de la Academia de Cine de Israel y, por lo tanto, representante de ese país al Oscar extranjero- es una auténtica rareza por varios motivos: el principal es que tiene como protagonistas a los miembros de una familia iraní radicada en la década de 1980 en la desértica región de Néguev y está hablada casi todo el tiempo en persa. Las relaciones entre Israel e Irán, se sabe, no son precisamente las mejores y que un realizador se ocupe (sin paternalismo ni culpa propia de la corrección política) de una comunidad de ese origen es un caso excepcional.

Yitzhak (Navid Negahban, visto en la serie Homeland) es el rígido padre de un niño de 13 años llamado Moti (Asher Avrahami, en un extraordinario debut actoral). El hombre ha heredado un criadero de pavos del abuelo (Rafael Faraj Eliasi), un anciano de tono patriarcal que está siempre rondando, y quiere que su hijo siga la tradición y se haga cargo en el futuro del emprendimiento. Su misión, entonces, es enseñarle todos y cada uno de los pormenores de la actividad. Pero el querible Moti se apasiona por otras cosas; por ejemplo, inventar, trabajar con motores. Mientras sufre todo tipo de presiones (y agresiones) por parte de su padre, llega al lugar su tío Darius (Fariborz David Diaan), quien vive en el exterior y tiene una visión más “occidental” del mundo. El y su comprensiva madre Sarah (Viss Elliot Safavi) -que parece destinada a terciar siempre entre Yitzahk y Moti- serán sus únicos aliados frente al tiránico progenitor en su lucha por escapar de los mandatos paternos.

Rodada con inteligencia y nobleza en locaciones reales, Querido papá (más que curioso título local para el tono de la historia) tiene además una excelente fotografía y una musicalización que, esta vez, aporta mucho más de lo que distrae. Puede que para cierto público tenga por momentos una dosis exagerada de sentimentalismo y cierto dejo naïf, pero estamos ante una de las óperas primas más valiosas y convincentes que el siempre sorprendente cine israelí nos ha regalado en los últimos tiempos.