Princesita

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Inquietante acercamiento a las desventuras de una niña sometida por el líder de una secta en el sur de Chile con la siempre provocadora mirada de la directora de Joven y alocada.

Tras su elogiado debut con Joven y alocada (2012), la directora chilena Marialy Rivas filmó esta fascinante y al mismo tiempo desgarradora historia ambientada en el seno de una secta en el sur de su país.

Miguel (Marcelo Alonso), líder y profeta de una comunidad neo-hippie, autogestionaria y religiosa, ha elegido a Tami (Sara Caballero), una niña de 11 años que vive allí, para que -apenas tenga su primera menstruación- engendre el hijo puro y santo que tanto desea para que sea su heredero y continuador. Sin embargo, como es la única integrante de ese clan -que vive aislado en el medio del bosque- que concurre a la escuela, Tami comienza a vincularse con uno de sus compañeros y su maestra empieza a sospechar que algo extraño ocurre. No conviene adelantar nada más, pero el film -que comparte algunos elementos con la estadounidense Martha Marcy May Marlene- contrapone el universo cerrado de la secta con el del pueblo donde está el colegio.

Princesita -inspirada en un caso real- tiene cosas que funcionan muy bien (una puesta en escena hipnótica, casi propia de un cuento de hadas perverso, que remite por momento al cine de Lucile Hadzihalilovic y en el que mucho aportó el director de fotografía Sergio Armstrong, el mismo de El club y Neruda) y otras que distancian demasiado (una voz en off abrumadora y machacantes efectos de sonido), pero el balance final es tan valioso como inquietante. Aunque en principio poco tiene que ver con el tono bastante más lúdico y desprejuiciado de Joven y alocada, esta nueva película de Rivas comparte la apuesta por la provocación y la reivindicación de sus jóvenes heroínas.