Primer grado en tres países

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

La educación, o el juego de las diferencias

La educación pública está en el centro del debate social y mediático, como casi siempre en vísperas del inicio de un nuevo ciclo lectivo. La paritaria docente es la punta del iceberg de un debate mucho más complejo, centrado en cómo debería ser una metodología de enseñanza que en los últimos años ha subido por escalera en el contexto de un mundo que lo hizo por ascensor. Dirigido por Mariana Lifschitz, el documental Primer grado en tres países propone sumar algunos elementos a esta discusión a través de las experiencias de tres madres cuyos hijos inician la educación primaria en tres países distintos. Una de ellas es la propia Lifschitz, a quien la vida le puso adelante las bases para su primer largometraje como realizadora cuando, buscando un jardín para su hijo, pensó qué había ocurrido para que muchos padres educados bajo el paraguas público aspiraran a mandar a sus chicos a escuelas privadas. Casi al mismo tiempo, su amiga y colega Caroline Behague se mudó a Francia para que su hijo Leo empezara la escuela allá, y Agustina Lagomarsino hizo lo mismo pero con la gélida Finlandia como destino. 

Clásico documental de cabezas parlantes y puesta en escena televisiva, Primer grado…. no aporta números pero sí corazón, sentimientos y humanidad. Poco importan aquí los presupuestos o la viabilidad del sistema educativo. El núcleo está en las experiencias compartidas –primero vía Skype, después cara a cara– de esas tres madres durante los primeros meses de sus hijos sentados en un pupitre. Experiencias atravesadas por los mismos temores y dudas aun cuando los tres sistemas educativos estén en las antípodas, igual que los mecanismos sociales y culturales que los generan. Así, Agustina se manifiesta sorprendida cuando descubre que es la única madre que va a buscar a su hijo a la puerta de la escuela (el resto se vuelve solo) o que es indispensable que el pequeño sepa vestirse sin ayuda de un adulto. Desde Francia, a su vez, la sorpresa proviene del espacio para la creación y el desarrollo de la faceta artística de los chicos. 

A Lifschitz, por su parte, le interesa tanto su experiencia personal como indagar en las implicancias del guardapolvo blanco en la Argentina. Para eso entrevista a padres y maestros de colegios ubicados en diversos puntos de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, evidenciando una vez más las diferencias según el poder adquisitivo de cada zona. En los testimonios hay un predominio de voces de clase media que señalan a la educación pública como la mejor forma para que los hijos amplíen sus miradas conociendo realidades por fuera de su entorno más cercano. No le hubiera venido mal al film ampliar ese espectro sumando alguna voz que rompa con ese discurso dominante. Porque si bien es cierto que “elegir es un verbo de estos tiempos”, tal como dice la voz en off de la realizadora, para muchos lo público no es el resultado de una elección sino el de una lisa y llana necesidad.