Presagio

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La ópera prima de Matías Salinas, Presagio, es un inquietante thriller jugado a través de una lograda puesta de imagen y un duelo actoral potente. Desde hace dieciocho ediciones, el Festival Buenos Aires Rojo Sangre se convirtió en un semillero para una valiosa generación de realizadores locales que deseaban incursionar en el cine de género.
Muchos de los grandes hitos, y el gran panorama actual que atraviesa el cine de género en nuestro país, surgió en un primer momento gracias a esta ventana que brindó una posibilidad antes inexistente. Hace tres años atrás, recorríamos el hall del Monumental Lavalle aguardando para la próxima función del festival, y nos encontrábamos con una figura extraña, intimidatoria. Un hombre sin rostro, descalzo, completamente de negro, y portando un paraguas.
Era la promoción de Presagio, el promisorio debut como director de Matías Salinas, que resultó una de las mejores propuestas de aquella edición, junto a grandes títulos como Testigo Íntimo de Santiago Fernández Calvete, Los Inocentes de Mauricio Brunetti, o Resurrección de Gonzalo Cazada. Todas aquellas tuvieron su posterior y debido estreno comercial.
Ahora, tardíamente, Presagio llega a las salas porteñas, tal como se lo merecía. Hablamos de un thriller, que Salinas optó en su jugada ópera prima por manejarlo en carriles atípicos.
Prácticamente son sólo dos personajes, una sesión de terapia, que se tornará de lo más turbia. Camilo (Javier Solis) es un escritor traumado por la muerte en un accidente de su esposa y su hijo que él pudo predecir en un sueño. Intentando travesar el dolor, inicia la escritura de una nueva novela; pero prontamente cae en un bloque creativo.
Es ahí cuando aparece ese ser extraño al que hacíamos mención, un ente negro, sin rostro, con un paraguas en la mano.
Este hombre lo obligará a finalizar su novela, “El lado oscuro”, y el asunto se complicará más y más. Salinas narra Presagio mediante una sucesión de flashbacks establecidos en una sesión con su psiquiatra (Carlos Piñeyro), que supuestamente debe ayudarlo averiguar quién o qué es el hombre del paraguas, y seguir con su vida. Pero la tensión se palpa en el aire. Salinas fue construyendo Presagio a puro deseo de querer concretar su película.
Por eso mismo, es aún más sorprendente el destacado apartado técnico que se percibe. Presagio está cargada de secuencias oníricas, de fotografía con un tono variado, y texturas diferentes.
Esto, que pareciera obra de alguien que fue retazando, en verdad sirve para diferenciar las diferentes etapas narrativas en una propuesta ambiciosa. La propuesta confunde, por momentos nos perdemos no sabemos hacia dónde apuntar. Las referencias al cine de Lynch son evidentes y favorables.
Pero finalmente, Salinas recoge las piezas y nos presenta el cuadro completo de un modo satisfactorio. Permanentemente hay un giro, la historia va cambiando, por lo que se exige nuestra atención a pleno. Ese estado de confusión siempre será acompañado con agrado por el espectador, al que se le ofrece un producto que impulsa su deducción.
El clima opresivo, cerrado, de ahogo y extravío, colabora en crear un clima acorde para adentrarnos en esta pesadilla de la que el escritor es parte y el psiquiatría guía. No es común observar en un operaprimista las ambiciones que se perciben en Presagio, más reconociendo la limitación de recursos presupuestarios superada muy correctamente.
Una propuesta que no va a lo seguro, que no se duerme, y desafía al espectador. A diferencia de Camilo, Salinas parece ser un autor con mucho para contar, fervoroso, y curioso en introducirse en zonas peligrosas. El cine de género nacional necesita de propuestas arriesgadas como Presagio para seguir demostrando que tiene con qué crecer.