Este thriller reconstruye la historia real del matrimonio entre Valerie Plame (Naomi Watts) y Joseph Wilson (Sean Penn); ella, una agente de alto rango de la CIA; y él, un diplomático con importantes contactos en Africa. Lo curioso (y trágico) de esta situación es que la administración Bush utilizó información falsa sobre la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por parte del gobierno de Irak para justificar la ofensiva militar en ese país y ligando -sin que ellos lo supieran- a los dos integrantes de la pareja. Sin ser nada del otro mundo, este nuevo film de Liman (Viviendo sin límites, Identidad desconocida, Sr. y Sra. Smith) se sigue con bastante interés (hay un buen manejo de la tensión y el suspenso), mientras el personaje de Penn -muy a tono con las posturas públicas del actor- dice unas cuantas verdades sobre la manipulación de la opinión pública y los excesos del poder.
Doug Liman revierte su mal paso hollywoodense luego de la olvidable Jumper. Fair Game se basa en sucesos ocurridos en Estados Unidos con la agente Valerie Plame (Naomi Watts) de la CIA cuyo caso tuvo resonancia en los medios al mismo tiempo que se iniciaba la invasión a Irak por la causa de posible existencia de armas nucleares, el caso adquirió notoriedad cuando su esposo Joseph Wilson (Sean Penn) escribió un artículo que denunciaba al gobierno estadounidense de haber manipulado no sólo al Departamento de Inteligencia sino a los medios. Si bien aquí la historia es verídica, el film tiene reminiscencias con El Intérprete por la tensión dramática y tinte político. Penn y Watts están apenas correctos en sus roles. Presentada en Competencia Oficial.
Si bien lo que sucedió históricamente es interesante, no está narrado de forma muy dinámica para el espectador, sobre todo la primer hora, haciendo que el resultado final sea una película demasiado extensa para lo que tiene que contar. No logra...
"Fair Game" describe uno de los escándalos más importantes durante el Gobierno de George Bush, el detrás de escena de una mentira que justificó el inicio de la guerra con Irak. Basado en los libros "Fair Game" y "The Politics of Truth", se detallan los hechos que rodearon la investigación que llevó a determinar la no existencia de armas de destrucción masiva en Irak, la decisión del Gobierno de Bush de ignorar estas conclusiones para iniciar la guerra y el posterior escándalo que se desató cuando la Casa Blanca eligió revelar la identidad de la agente de la CIA Valerie Plame como venganza por el artículo publicado en el New York Times por su marido, el diplomático Joseph Wilson, en donde denunciaba estos acontecimientos. Un thriller político en la misma línea de "All the President's Men", "Three Days of the Condor" o, si buscamos algo más reciente, "Syriana", que dedica su primera mitad al desarrollo de la investigación y espionaje realizado para determinar si existían o no armas de destrucción masiva, y su segunda mitad al escándalo y los conflictos personales que debió enfrentar esta mujer una vez que su identidad quedó expuesta. Con un estilo de dirección similar al de su anterior film "The Bourne Identity", el director Doug Liman crea un interesante y atrapante relato que realiza una fuerte crítica al Gobierno de Bush (utilizando constantemente material de archivo con discursos del ex-presidente norteamericano que chocan frente a los acontecimientos detallados), y en el que se destacan las actuaciones de Naomi Watts (con un gran parecido a la verdadera Valerie Plame) y Sean Penn (un firme opositor a Bush) interpretando al matrimonio protagonista de este vergonzoso hecho real.
EL IMPACTO DE LA SOCIEDAD Cinta política que se sostiene con firmeza y calidad gracias a un guión bien elaborado, que se da el permiso de jugar con las imágenes documentadas de diferentes discursos reales de las autoridades Norteamericanas; y a las actuaciones, por parte de los dos protagonistas, que intensifican el relato y lo convierten en una historia muy interesante y atrapante. La historia se basa en contar la crisis política luego del atentado del 11 de septiembre del 2001, centralizándose en la paranoia de las autoridades estadounidenses por la posible construcción de una bomba atómica de la mano de Sadam Husein, y la historia de una agente de la CIA que va a quedar en el medio de un inconveniente público, luego de descubrir una verdad que muchos quieren esconder. Esta película, desde el comienzo, empieza a relatar la historia de una manera muy particular, mimetizando estilos muy parecidos a los del documental, pero siempre dejando en claro que lo que se ve es una representación parcial y subjetiva de la realidad. Es así como, desde pasada la primera escena, se inicia un montaje muy bien logrado con imágenes reales que funcionan perfectamente como principal eje espacial y temporal para que el relato se entienda y se intensifique. Esas situaciones en las que los personajes están mirando la televisión, escuchando los discursos de Bush o de algún ministro o representante, que son bastantes, son algunas de las que logran crear un realismo atrapante durante todo el transcurso de la narración. Por lo tanto, esta propuesta triunfa, en especial, por dos cuestiones que se destacan en todo momento: el guión nunca pierde interés y, si bien cae en algunos lugares comunes del género, como la victimización, mantiene un nivel de dramatismo y de inteligencia muy prometedor. Las pequeñas vueltas de tuerca que se van dando y esos momentos de emoción, son muy intensos y están muy bien logrados visualmente. A su vez, se plantean y se desarrollan algunas temáticas que van creando un super-objetivo difícil de descifrar, pero útil, principalmente en cada momento en el que el personaje de Sean Penn (Joseph Wilson), se enfrenta a la sociedad (escena en el bar, una de las mejores de la película). Por otro lado, las actuaciones hacen de esta película una experiencia muy intensa. Naomi Watts mimetiza mucho realismo, sentimiento, culpa y dolor en su rostro. Ese cambio que hace al final se siente y se transmite con originalidad, mostrando los suficientes matices actorales como para ser recordado luego de finalizada la función. Sean Penn se destaca en cada una de las escenas en las que está junto a su esposa y defiende sus principios. Ambos expresan talento y calidad interpretativa. El montaje es muy rápido, hay muchas escenas que están formadas por innumerables planos, lo que le brinda una velocidad muy rápida que impide disfrutar y entender a la perfección el relato en muchas oportunidades, pero que muestra, llegando al final, los sentimientos escondidos de los personajes y funciona como principal exponente de la crítica política que aquí se expone. La fotografía es muy adecuada, mientras que la música acompaña muy bien el desarrollo de la narración. "Fair Game" es una película que tiene una mezcla bien lograda entre el cine político, el drama y la ficción. Una cinta con excelentes actuaciones protagónicas, con una crítica que vale la pena escuchar y con un montaje que le da sentido y ritmo al desarrollo de la historia (el discurso final es uno de los ejemplos más claros del muy bien logrado trabajo de edición). Un film para pensar y, aunque no entra en terrenos que no se hayan visto anteriormente en el cine, está llevado adelante con originalidad y de manera muy interesante. UNA ESCENA A DESTACAR: escena en el bar y el final (la actuación de Watts en ese momento es impecable).
DE GOBIERNOS CORRUPTOS Y ESPÍAS DESCUBIERTOS Con un mejor título local que el original (“Fair game”, que podría traducirse como “Juego limpio”), “Poder que mata” presenta una historia verídica, bastante reciente, ocurrida en los EEUU post 11-S. Valerie Plame era una agente encubierta de la CIA cuya identidad fue filtrada a los medios por personal del gobierno norteamericano, en el mismo momento que estaba indagando sobre las armas de destrucción masiva en Irak. Además, su marido, Joe Wilson, era un diplomático muy crítico con la política exterior de George W. Bush, por lo que se podría sospechar que había intenciones de venganza por parte del gobierno, en el hecho de delatar a Valerie. Por ello, el jefe de personal del vicepresidente, Dick Cheney, fue acusado de perjurio y obstrucción de la justicia. Basándose en el libro autobiográfico ‘Fair Game: My Life as a Spy, My Betrayal by the White House’ (Juego limpio: Mi vida como espía y la traición de la Casa Blanca), Doug Liman, director de "Jumper", "Señor y Señora Smith" e "Identidad desconocida", se puso al frente de este biopic sobre esta mujer y su esposo, aunque tiene un tratamiento más similar a los thrillers de acción. Sin embargo, el director se permite alternar este enfoque mezclando situaciones de la vida cotidiana del matrimonio protagonista: con sus hijos, con sus amigos, en la intimidad y, más especialmente, en la desdicha que les provoca la situación en la que están inmersos. La química entre la siempre excelente Naomi Watts y el siempre impecable (no tanto esta vez) Sean Penn, sigue intacta desde “21 gramos”: ambos se entregan incondicionalmente para contar una historia políticamente espinosa. Una gran escena, protagonizada por Penn, expresa unas cuantas verdades que muchos ciudadanos de un país sienten, y dice lo siguiente: La responsabilidad de un país no está en manos de unos pocos privilegiados. Estaremos libres de la tiranía mientras cada uno de nosotros recuerde su deber como ciudadano; ya sea para denunciar un bache en la calle o mentiras en el discurso ante el Congreso. Exijan la verdad, democracia no es clientelismo. Aquí es donde vivimos y donde lo harán nuestros hijos. Lo más interesante del filme (además de su veracidad) es justamente la alternancia de mostrar la doble vida de estas personas: la humanización de los personajes dentro de su casa y en su intimidad, por un lado; y la coraza que deben llevar puesta al enfrentarse a su trabajo diario. Sin embargo, el hecho verídico (y vergonzoso) en el que se basa el filme y que desnuda la manipulación de un gobierno por encima de su pueblo, tiene el peso suficiente para darle una oportunidad a esta película, siempre y cuando sirva, además de como entretenimiento, como vehículo para la reflexión acerca de la malversación del poder.
El hombre que sabía demasiado Del director Doug Liman (Sr. y Sra. Smith, 2005) llega este film basado en el caso conocido como “Plamegate”, en el cual el gobierno norteamericano aparece fuertemente cuestionado por su accionar en temas como la guerra y el terrorismo tras los atentados del 11 de Septiembre de 2001. Poder que mata (Fair Game, 2010) muestra una historia compleja y atrapante, aunque por momentos con demasiada información y excesivos diálogos. Valerie Plane (Naomi Watts) es una agente encubierta de la CIA dentro de la división Anti-proliferación de armas nucleares. A pocos meses del atentado terrorista, decide investigar una posible venta clandestina de uranio de Nigeria a Irak para su programa nuclear. Valerie recomienda a Joe Wilson (Sean Penn), su esposo y ex embajador para ese trabajo. En su informe a la CIA, Wilson afirma que la supuesta venta no es un hecho que pueda ser confirmado por los datos recopilados en aquel país. Aun así, el gobierno norteamericano afirma tener suficientes pruebas para declarar públicamente la inminente guerra con Irak. De esta manera, un diplomático intransigente y su mujer se verán altamente comprometidos en un caso de traición, manipulación y abuso de poder por parte del gobierno. En el comienzo del film se muestra a Valerie en pleno espionaje y en su trabajo cotidiano dentro de la CIA. En estas escenas se aporta mucha información acerca de las armas de guerra, Sadam Husein e Irak, lo que ayuda a contextualizar pero también a confundir: se propone desde la dirección una puesta ágil pero en escenas repletas de información, con muchos personajes y de palabras poco familiares, dificultando el seguimiento de la trama. Es una vez avanzado el argumento que casi todo lo anterior empieza a cobrar sentido, si bien muchos elementos parecen sobrar. El director decide mostrar a Valerie y Joe como una pareja cualquiera, pero destaca que no son ciudadanos comunes: el trabajo que realizan y su vinculación con el Gobierno los posiciona en un lugar secreto y altamente comprometido. La película trabaja esta dicotomía constantemente, pero la pareja cambiará luego de que la trama avance. Cuando se produce el conflicto principal, los protagonistas son representados como verdaderos héroes: dos ciudadanos que siempre trabajaron para su gobierno ahora se convierten en sus principales enemigos. La estructura a partir de aquí es la lucha del bien contra el mal, y bien podría ser como en aquellos films donde el hombre pelea contra un monstruo, al parecer invencible, en este caso la Casa Blanca. La propuesta de Poder que mata es propensa a diálogos y/o escenas con carácter de moraleja, lo que se aprovecha muybien. Dado que al film le sobra acción, que el elenco principal es más que valioso y convincente y que la historia es, además, un hecho verídico, dichas escenas son más que criticables y le restan fuerza a un film que habla por sí solo.
El Gobierno contra Mí Cuesta creer que Doug Liman haya empezado su carrera cinematográfica como director de comedias seudo adolescentes. De hecho, cuando fue elegido para comenzar con la saga del Agente Jason Bourne en Identidad Desconocida, la decisión fue extraña, pero acertada. Si bien no está a la altura de las emocionantes secuelas dirigidas por Paul Greengrass, es un film entretenido, llevadero, que impuso un estilo, y a la vez, propuso a un digno competidor para el inmortal James Bond. El espionaje entusiasmó a Liman por un tiempo, lo cuál lo llevo a realizar Sr. y Sra. Smith, que fue un poquito más que ver al combo “bradangelina” en acción. Y así, saltemos Jumper, y lleguemos a Poder que Mata, la cuál parece Sr. y Sra. Smith dirigida por Greengrass. Al igual que la película con Pitt y Jolie, acá tenemos al matrimonio ideal: ella hermosa trabajadora de una compañía de seguros (Watts), él, un diplomático retirado que se divierte contradiciendo políticamente a parejas amigas (Penn, que otro). Pero bien, al igual que los Smith, los Wilson son espías… verdaderos espías. El problema surge cuando el gobierno asevera encontrar algo que la CIA dice nunca haber hallado. Estamos en el año 2002, plena invasión a Irak. Todavía no se sabía que las tropas no iban a buscar armas sino campos petroleros. Y ahí está el héroe, Joe Wilson develando la verdad a costa de dejar a su esposa sin trabajo. Cuesta creer que la CIA fuera tan ingenua y tan honesta a la vez para caer tan fácil en la trampa de Dick Cheney, que es a quien va dirigida de forma directa, aunque sutil la historia de Poder que Mata. George W es solo un títere de un gobierno que mintió al mundo y salió impune de terribles masacres. Honestamente, cuesta ver a Valerie y Joe Wilson como héroes que trataron de mostrar la verdad, y no darles una mínima responsabilidad de algunos de los horribles actos que muestra el film que se cometieron, por ejemplo, contra científicos iraquíes que se estaban tratando de escapar hacia los Estados Unidos. Pero Liman, así como no los juzga tampoco los glorifica tanto como ellos mismos, quizás hubiesen querido. Sutilmente, uno puede ver el grado de manipulación de la empresa de espionaje más poderosa del mundo. Queda entrelíneas que las amenazas son reales, que el juego psicológico es real. Y lo que Valerie empieza haciendo contra un simple inmigrante de medio oriente en Washington se vuelve en su contra. Liman logra darle intensidad y dinamismo al film, sin distraerse demasiado en cuestiones estéticas. No hablamos de un cineasta personal como Greengrass, pero tampoco de uno que quiere imponer un estilo a la fuerza como los hermanos Scott. De forma clásica, casi transparente se teje un thriller sólido, bien armado que recuerda un poco a las mejores historias de Tom Clancy llevadas a la pantalla, por el soberbio pulso de Philliph Noyce: Peligro Inminente y Juego de Patriotas, ambas con Jack Ryan. Tampoco se descuidan algunas denuncias secundarias, que hoy en día, oportunismo mediante, tienen cada vez más valor, como por ejemplo, el rol de los medios de comunicación, de los blogs, la rapidez con la que se transmite la información y llega a todas partes del mundo. Si bien la primera parte del film (hasta que Valerie y John son “expulsados” del sistema) es la más atrapante, la segunda, un poco más lenta, es más interesante a nivel dramático, cuando Liman humaniza a los personajes, los enfrenta, no como espía o diplomático, sino como un matrimonio, donde la comunicación no llega tan rápido como un email o un artículo llegan a un diario o un blog. La química de Penn y Watts (que ya había demostrado funcionar a la perfección en 21 Gramos) es lo que realmente llevan adelante al film. Watts, como siempre hace verosímil cualquier cosa, cada gesto es maravilloso en ella, cada expresión o cambio de mueca facial dicen más que diez palabras de cualquier actriz contemporánea. Sean Penn está un poco más calmado de lo acostumbrado y tiene menos tics autónomos que en otros films, lo que no quita, que por momentos, el que este tirándose en contra del gobierno sea el actor y no el personaje. Están acompañados por un sólido elenco de secundarios donde sobresalen Bruce McGill y Sam Shepard en un rol copiado de 40 hechos previamente. Hay varias analogías interesantes en el guión, y frases que si bien son un poco obvias y explicativas, generan reflexión. Más allá de cierto moralismo y patriotismo típico estadounidense, Poder que Mata logra un atrapante equilibrio entre thriller de denuncia y drama conyugal, sin demasiadas ambiciones visuales (aunque el doble rol de Liman como director y director de fotografía es destacable). La meta es entretener y dar a pensar un poco. Por eso, cinematográficamente cumple. Ahora bien, juzgar a los personajes, designar el grado de culpabilidad que tuvieron en este asunto, queda a cuenta del espectador y la forma en que interprete la historia. Si logramos creer que Doug Liman pudo dejar la comedia y meterse de lleno en el drama político, ¿por qué no vamos a creerles a los Sr. y Sra. Wilson?
El enemigo está adentro La identidad de una agente encubierta de la CIA es revelada por su propio gobierno. Cuando el cine se mete con la privacidad de los ciudadanos, recrea una conspiración y, además, lo que cuenta se basa en una historia verídica, estamos ante un alegato que, bien realizado, crispa los nervios y eriza la piel. Es lo que en buena parte de la proyección sucede con este Poder que mata , que nada tiene que ver con aquel filme de Sidney Lumet (en el original Network ) que hace 35 años presagiaba la locura de la televisión por alcanzar ratings de cualquier manera. Valerie Plame era una agente encubierta de la CIA, algo que sólo sabía su esposo, un ex embajador estadounidense. Al resto de sus conocidos, la “novedad” le cayó como un balde agua fría. Y qué decir al matrimonio al enterarse de que el mismísimo Gobierno de los Estados Unidos, en una actitud de venganza, decidió “filtrar” la identidad de Valerie. Todo porque Joseph Wilson (Penn) regresó de Nigeria e informó al Gobierno de Bush que allí no había indicios de que hubieran vendido uranio a Irak, por lo que se caía el argumento de las armas nucleares de Saddam Hussein. Lo que cayó, ya se sabe, fue otra cosa. La gente de Bush Jr. se encargo de que el mundo se enterara de que Plame era una agente de la CIA y comenzaron a denostarla. La película de Doug Liman ( Identidad desconocida , la primera de la saga Bourne) sigue por un lado el costado de índole político, de denuncia. Esa es una vertiente que puede atrapar al espectador adicto a los thrillers. Pero, por otro, está la que asume el director por ver en qué estado va quedando -esos son los verbos- la relación de pareja. Y en una u otra instancia, tener a Naomi Watts y a Sean Penn cubriendo esas responsabilidades es una apuesta firme, segura que tiene el realizador. Si bien es Valerie la real protagonista del drama, su marido es quien desea llevar adelante -por honor, por ética, por convicción o lo que quieran llamarlo- el enfrentamiento con el Gobierno. Y la figura de Penn, que al margen de su actividad como intérprete, es conocida por su militancia por los derechos humanos, hace más creíble aún la pelea. También esto es índice de que la posición del filme está tomada desde el vamos. Aquí no hay otra campana por escuchar. Thriller por momentos, drama de entrecasa en otros escasos, Poder que mata se sigue con interés. Usted tal vez recuerde cómo quedó todo, ya que fue un hecho real, y muy publicitado en su momento. Pero si no lo supo o no lo recuerda, acá tiene material como para entretenerse.
Vi Poder que mata cuando cubrí el Showeast del año pasado. Hago esta aclaración para justificar que la vi hace ya como 6 meses y escribo la crítica con algunos detalles ya olvidados. Pero lo que no me olvidé, fue de la sensación que me generaba cuando la estaba viendo... ¿Otra vez sopa? Si bien es la historia verdadera de un escándalo, las conclusiones o lo que muestra, es un veredicto que ya conocemos todos. Los yankees van a caer en el cine en la misma repetición que tuvieron con la guerra de Vietnam o los argentinos con la dictadura militar o la crisis del 2001. Si esta película se hubiera hecho mientras pasaba todo lo de Irak, ok, la gente saldría horririzada... pero la hacen cuando todos sabemos que era una mentira lo de las armas de destrucción masiva... Si a eso le sumamos que es puro diálogo, porque no quedaba otra seguramente... la película es un plomo en mayúsculas. Solo para los que quieran ver a Sean Penn y Naomi Watts... pero please, que el agente de esta última empiece a cambiar el tono de sus personajes, porque ya está súper repetida.
Esta película recrea en el cine un gran escándalo mediático que ocurrió hace unos años, durante la administración de George Bush, cuando la Casa Blanca reveló la identidad secreta de una agente de la CIA, para restarle credibilidad a los artículos que escribió el marido de la mujer, donde aseguraba que las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Sadan Hussein era una mentira creada por ese gobierno para invadir Irak. El film narra cómo el matrimonio se enfrentó a los medios de comunicación y operaciones políticas para denunciar la corrupción del sistema político de su país. La historia es muy interesante pero como propuesta cinematográfica no termina de convencer. Poder que mata se vendía como un thriller político y la verdad que el suspenso acá brilla por su ausencia. El director Doug Liman, responsable de Identidad desconocida y Sr. y Sra Smith, se limita a narrar cronológicamente los hechos que vivieron los protagonistas pero nunca llega a crear tensión con el conflicto ni con la relación entre los personajes. Sería una falta de respeto catalogar a este film como thriller político si recordamos lo que hizo Alan Pakula con Todos los hombres del Presidente, sobre el famoso caso Watergate, donde pese a que uno ya sabía como iba a terminar la historia, la película era apasionante. Otra producción que conseguía lo mismo es El informante de Michael Mann. No es el caso de Poder que mata que termina por aburrir pese a sus buenas intenciones de denuncia. Sean Penn y Naomi Watts, volvieron a reunirse en este proyecto luego de esa tertulia depresiva que fue 21 gramos, con interpretaciones sobrias que no alcanzan para engancharte con la historia. Mucho diálogo e información técnica para un film con un enfoque narrativo que nunca logra cautivarte, pese a que el tema que trabaja es interesante.
Preguntas sobre lo agridulce En 2003 los EEUU entraron en guerra con el fin de derrocar a Saddam Hussein como mandatario de Iraq. Tras ocho años los norteamericanos no se han ido de allí, así como tampoco de Afganistán. En nuestros días, al igual que ayer, otros países están en la misma campaña, como es el caso de su mejor socio, el Reino Unido. El nuevo objetivo es Libia, donde también se trata de echar a un tirano y darle la libertad a su pueblo... Pero, ¿hay otras causas por las cuales están allí tanto los estadounidenses como sus aliados? ¿Podría pensarse, como bien lo retrató Bertold Brecht en su "Madre Coraje", que hay un valor añadido a la guerra que son los negocios que derivan de ella? El de la reconstrucción sería el más obvio de todos? Aunque, ¿habrá otro más fuerte, más vital, más necesario, más de supervivencia, como sería asegurarse de algún bien imprescindible para la vida, por lo menos tal y como se la concibe hoy? El petróleo (o algún derivado) parecería ser la respuesta y el elemento común que tienen los territorios como Iraq, Afganistán o Libia (este último con las mayores reservas de África). ¿Por qué en Poder que mata nunca se menciona, ni siquiera lateralmente, así sea para refutarla, que la causa de la invasión a la tierra de los orígenes de la civilización humana pudo haber sido económica, con el oro negro en primer plano, y no un “exceso de celo” sobre la posibilidad (bajísima, tal como lo propone la película que nos ocupa) de que el ex régimen autárquico de Bagdad tuviese armas de destrucción masiva? ¿Por qué la Casa Blanca se enoja tanto con el personaje que encarna Sean Penn (tan convincente y sólido como es habitual) cuando denuncia en TV que tales armamentos no existen? Y aquí aparece el sabor agridulce que es posible que le quede a algunos espectadores del filme, ya que si bien el aspecto humano de la injusticia que sufre la pareja protagonista (muy bien tratado desde el guión y la realización) tiene el telón de fondo político del poder y su abuso en la era Bush, parecería que algo le faltase a la trama, que un dato no dicho estuviese latente, y como seguramente haría un chico, esos espectadores podrían preguntarse por qué los aliados fueron a Iraq, además de a derrocar a un gobernante despótico. Esa ausencia no le quita brillo al ritmo del film, ni a los aciertos de guión y puesta en escena, como ni tampoco a la también buena actuación de Naomi Watts, que interpreta con verosimilitud a la real agente de la CIA, que aparece al culminar la película, cuyo caso verídico es el que se cuenta. Y se lo cuenta bien, tan bien y con datos tan interesantes que un espectador distraído puede no darse cuenta que algo falta; ... pero ese silencio provoca mucho ruido.
Anexo de crítica: Cuando se dieron a conocer las implicancias del escándalo Wilson durante la administración de George W. Bush -en el último periodo post 11 de septiembre- y tras la publicación de los libros "The politics of truth" y "Fair game", escritos por la ex agente de la CIA Valerie Plame Wilson y su esposo el diplomático Joseph Wilson, los rumores de una versión cinematográfica no tardaron en aparecer. Finalmente el encargado de llevar a cabo el proyecto fue el realizador Doug Liman (responsable de Identidad desconocida, el primer eslabón de la saga de Jason Bourne), quien en esta película de espionaje, mezclado con thriller político, se las ingenia para no traicionar la historia ni a los espectadores encontrando el equilibrio narrativo en un guión que maneja una complejidad poco frecuente para un producto hollywoodense de estas características. Naomi Watts y Sean Penn están bien en sus papeles y resultan convincentes en sus respectivas luchas, tanto desde lo ideológico como en el plano humano. Tal vez el problema del film reside en su falta de sorpresa o novedad al tratarse de un caso ya perteneciente al pasado, que pese a su audacia expositiva no aporta originalidad ni verdad a la historia...
Más historias vergonzosas de la política en los Estados Unidos. Siempre me gustaron las películas de espías. Tramas secretas, y descubrir en medio del celuloide pequeños datos que nos lleven en busca de quién es quién dentro del argumento. “Poder que Mata” es un film que esta en el medio de “Identidad Desconocida” caso Bourne, y el bodrio de Sr. Y Sra. Smith. Y al estar en el medio, coquetea con ambas. La película se centra en el espionaje político en la era Bush, y en el cómo explicar al mundo si existen en realidad las armas de destrucción masivas en territorio de Saddam Hussein. Complots, conspiraciones, secretos y paranoias en torno a una trama que, según reza la película, esta basada en hechos reales. Tanto Naomi Watts como el impecable Sean Penn ayudan en un 100% al director a darle cierto realismo a las escenas, transmitiendo credibilidad a sus angustiados personajes A Poder que Mata le falta algo del factor sorpresa. Ni los guionistas, ni su director Liman saben (o quieren) darle el suficiente aire dramático que la película podría tener. Da la impresión de que tienen mucha prisa por terminar y hacen un trabajo lineal y rutinario, sin profundizar en los matices que podrían haber atrapado el verdadero interés que esta historia encierra.
Un caso real, el de Valerie Plame, recreado en un thriller eficaz Pocos casos más representativos de la manera en que el gobierno de George W. Bush manejó la política respecto de Irak que el de Valerie Plame, la agente encubierta de la CIA especializada en misiones contra la proliferación de armas nucleares, cuyo nombre estuvo involucrado en un escándalo de vasta repercusión mediática. Cuando su informe sobre la inexistencia de un programa nuclear en aquel país fue ignorado por las autoridades, y su marido, el ex embajador norteamericano en Irak Joe Wilson, que también había llegado a similar conclusión tras cumplir una gestión oficiosa para la CIA, denunció en The New York Times los falsos argumentos de Bush para justificar una guerra contra Saddam. Desde la propia agencia, y con la intención de desacreditarlo, se reveló en la prensa la verdadera identidad de su mujer y se sugirió (o algo más) que era ella quien lo había enviado al país que presuntamente había vendido uranio a Irak. Total, que la pareja no era confiable. Doug Liman ( Identidad desconocida , primera aventura de Jason Bourne), y los hermanos Butterworth, sus libretistas, se suman a la revisión (no demasiado incisiva) del pasado reciente y recurren a las fuentes directas -Wilson y Plame, y los libros que ellos publicaron- para reconstruir el caso, pero conservando la doble mirada: por un lado, la cuestión pública, recreada con el nervio y la precisión de un thriller que acierta en la síntesis (la historia ha sido necesariamente reducida) y hace lo imposible por evitar clichés, aunque pudo haberse ahorrado el discurso final, y por otro, el conflicto conyugal que se desata como consecuencia. Los dos protagonistas, ambos pintados como verdaderos paradigmas de la honestidad cívica y el compromiso con la verdad, tienen reacciones opuestas: la mujer, que de un día para el otro pierde todo, incluida su vida profesional íntegra y buena parte de su mundo personal, opta por la reclusión y el silencio y se muestra quizá exageradamente sorprendida y desencantada por el trato que ha recibido de la CIA; puede suponerse que en tantos años como agente secreto habrá aprendido que el juego no siempre es límpido y las lealtades son bastante inestables. El hombre, en cambio, se rebela y se expone en la calle y en los medios; está empeñado en librar una batalla contra la Casa Blanca sin evaluar el poder del rival. Por supuesto, el matrimonio tambalea. Liman consigue establecer cierto balance entre el conflicto humano y el thriller de tema político. Y si alguna flaqueza se hace notoria en los diálogos, ahí están los excelentes Naomi Watts y Sean Penn para apuntalarlos con su convicción. Es probable que el actor haya disfrutado de pronunciar muchas de las frases que el film dedica a Bush y a sus partidarios.
El enemigo interno, obsesión de los yanquis En 2003, el ex embajador estadounidense Joe Wilson denunció, en un artículo publicado en The New York Times, que el presidente Bush había mentido al alegar que Saddam Hussein estaba en condiciones de fabricar una bomba nuclear. En represalia por ese artículo, altos funcionarios de la Casa Blanca filtraron la información –estrictamente verdadera, por lo demás– de que su esposa, Valerie Plame, no era la ejecutiva corporativa que decía ser, sino una agente encubierta de la CIA. Ambos episodios tuvieron amplia trascendencia, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, y Wilson y su esposa publicaron sendos libros sobre ellos. Fair Game en el original, Poder que mata se basa en ese par de libros. Ese es su problema: disociada entre ambos episodios, ambos puntos de vista, la película protagonizada por Naomi Watts y Sean Penn nunca termina de decidirse entre contar una historia u otra. O amalgamar ambas, que hubiera sido lo ideal. El Departamento de Estado no eligió al azar a Joe Wilson (Penn), cuando lo llamó en 2002 para prestar un servicio diplomático extraoficial en Níger. La CIA manejaba la versión de que importantes cargamentos de óxido de uranio habían sido trasladados del país africano a Irak. Y Wilson no sólo fue, años atrás, embajador de los Estados Unidos en Níger (no confundir con su vecina Nigeria), sino que además se trató del último de sus compatriotas en tener contacto personal con Saddam, cuando tras la invasión de Kuwait le exigió personalmente retirarse de allí. Ahora, más de una década después, Wilson confirma, en suelo de Níger, lo que sospechaba: era imposible que un operativo tan grande se hubiera consumado en tan poco tiempo, sin que nadie lo advirtiera. Así lo informa a su regreso, llevándose tremenda sorpresa cuando escucha al presidente Bush argumentar, en un discurso, que “de acuerdo con enviados estadounidenses a Níger” no quedaban dudas de que ese país había provisto a Irak el componente básico de las bombas nucleares. Mientras tanto, Valerie Plame (Watts) viaja, siempre impecablemente trajeada, de Kuwait a El Cairo, de El Cairo a Jordania y de vuelta a Washington, presuntamente con el objetivo de cerrar negocios para empresas de su país. Aunque lo que en verdad hace es trabajo de inteligencia para cierta célebre agencia de espionaje con sede en Langley, Virginia. Valerie no es una “pinche”, por cierto. Miembro del Departamento contra la Proliferación de Armas Nucleares de la CIA, Plame dirige para The Agency el Grupo de Trabajo sobre Irak. Como tal, queda bajo su responsabilidad espiar el desarrollo de los programas armamentísticos iraquíes. Hasta que su marido decide publicar aquel artículo sobre las mentiras presidenciales y Valerie se convierte, para la Casa Blanca, en “blanco legítimo”, tal como el encumbrado asesor presidencial Karl Rove confió, off the record, a interlocutores ocasionales. La idea del enemigo interno, resonando otra vez en un film estadounidense. Tal como viene sucediendo, a lo largo de la última década, en todos aquellos que refieren a la política oficial de los Estados Unidos post 2001. De pulso dramático no particularmente excitante, la película dirigida por Doug Liman (el mismo de la primera Bourne y El Sr. y la Sra. Smith, que era como el reverso de ésta, en clave de farsa negra) navega, sin fijar nunca del todo el rumbo, entre la intriga de alta política –con sus clásicas reuniones de “cuadros” alrededor de una mesa–, el film de espionaje –con su característica abundancia de millaje aéreo–, el drama íntimo –la revelación pública de la vida secreta de Plame deja boquiabiertos a parientes y amigos– y el clásico alegato de buena conciencia, con deposiciones judiciales y filípicas bienintencionadas. Sobre el final, daría la impresión de que lo que se espera del espectador es que sienta piedad por este pobre cuadro de la CIA traicionado por sus superiores o que se inflame de ánimo patriótico con la apelación final a la grandeza de los fundadores, por parte del ex embajador yanqui. Como si todo el mundo muriera por hacer cualquiera de ambas cosas.
Un vodevil con olor a naftalina La ductilidad de François Ozon detrás de cámaras parece no ceder: Bajo la arena, El refugio (estrenada el año pasado), 8 mujeres y La piscina son algunas de las películas de este cineasta camaleónico y con buena respuesta de público. Su eclecticismo no se discute y tampoco su democrática decisión de recurrir a actores reconocidos para interpretar roles de peso: allí están los nombres de Charlotte Rampling, Catherine Deneuve, Emmanuelle Béart y Fanny Ardant para engordar la taquilla. Ahora Ozon convocó otra vez a Denueve y al gigante Depardieu para construir en imágenes un vodevil que protagonizara en las tablas Mirtha Legrand con dirección y producción de Daniel Tinayre a fines de los ’80 y que ubica su acción a fines de la década anterior. En efecto, se trata de Potiche. La película narra la nueva vida política de una mujer (Denueve) aferrada a las directivas de su esposo (Luchini), un verborrágico y tacaño empresario de una fábrica de paraguas. Hay personajes secundarios –los hijos de la pareja, ella conservadora, él liberal y gay– una secretaria sometida por su jefe y un grupo de obreros en rebeldía frente al poder del dinero. Y, claro, el personaje de Depardieu, encarnando a un sindicalista de izquierda que parece sacado de un folleto para iniciados en el tema. En realidad todo es leve, simpático con reservas, pueril en su concreción. Por momentos, da la impresión de que la película atrasa más de medio siglo, no sólo desde su pensamiento ideológico, sino también desde la forma en que está concebida, como si la torpe y desganada puesta de Ozon no se preocupara por salir de la teatralidad original, omitiendo cualquier riesgo que se relacione con el lenguaje del cine. Mujeres al poder es un film fuera de estos tiempos, donde a Deneuve se la ve contenta cambiando vestuario un montón de veces, tal vez rememorando a la versión teatral argentina de hace más de dos décadas. http://tiempo.elargentino.com/notas/trama-secreta-de-gran-engano
Floja crónica de la caída de una espía real Antes que nada, no se explica por qué a una película que se llama en inglés «Fair Game» (es decir, algo así como «Juego limpio») acá le ponen el mismo título en castellano que un superclásico de Sidney Lumet («Network»), para colmo, a pocas semanas de la muerte del gran director. Pero, en fin, ése es un problema ajeno a este drama conspirativo, ya que sus productores no tienen la culpa de cómo lo titulan en nuestro país. Se llame como se llame, «Fair Game» tiene graves problemas propios. La película se basa en dos libros autobiográficos; uno escrito por Joe Wilson, el personaje de Sean Penn, otro por Valerie Plame, el personaje de Naomi Watts, ambos marido y mujer involucrados con el gobierno de George W. Bush, justo antes de la invasión a Irak buscando armas de destrucción masiva que no existían. El tema está mejor tratado en el film bélico cargado de suspenso «La ciudad de las tormentas», con Matt Damon (que lamentablemente entre nosotros sólo se conoció en DVD), donde se narra la decepción de un oficial en busca de dichas armas de destrucción masiva de Hussein en plena ocupación de Bagdad. En el caso de este film de Doug Liman, la decepción la sufren una agente de la CIA y su marido, ex diplomático que acepta hacerle un favor ad honorem a la administración Bush, viajando a un país africano que supuestamente le vendió uranio enriquecido a Saddam, cosa que sus pesquisas desmienten por completo, lo que no impide que los halcones de Washington den vuelta su informe para justificar una guerra. Nuestro héroe, indignado por la mentira, llama al «New York Times» y cuenta sus verdades, provocando que el Gobierno, en venganza, descubra la identidad de su esposa espía, lo que deja a su merced a sus múltiples contactos secretos en Irak y otros países de Medio oriente, llevando a la muerte a todos los que confiaron en ella. Si bien no es el tema más atractivo del mundo, lo más rescatable de esta floja crónica de lo que el espectador ya sabía de antemano es la descripción de las miserias de la vida cotidiana del espía, que genera, por ejemplo, como en este caso, que el marido nunca sepa dónde demonios anda su esposa, o si va a volver a su casa en una sola pieza, aunque le haya dicho que iba a una reunión muy aburrida en Cleveland, cuando perfectamente puede estar de incógnito en cualquier lado donde está a punto de explotar todo. Pero esto no basta para mantener la atención del espectador durante casi dos horas, que dado lo moroso de la narración, parecen bastante más. Sean Penn ayuda con su alto nivel actoral, mientras Naomi Watts prácticamente no cambia de expresión a lo largo de todo el film. Y, al final, ninguno de los dos sabe qué cara poner cuando el guión los obliga a sugerir un final feliz por salvar su matrimonio olvidando la estela de muertos inocentes que su ingenuidad dejó atras. La moraleja que deja «Fair Game» es que si uno se va a casar con una agente de la CIA, al menos conviene recordar que la agencia no incluye la mejor gente del mundo, sobre todo en tiempos de un presidente como Bush. Al film sólo le faltaría insinuar que ahora que gobierna un Premio Nobel de la Paz como Obama, ya no hay que preocuparse porque está todo bien.
VideoComentario (ver link). PODER QUE MATA narra un hecho verídico, un escándalo que salpicó la administración Bush luego del 11 de septiembre. Tras poner en dudas que Irak tuviera armas de destrucción masiva, hecho que desencadeno la invasión norteamericana a dicho país, el diplomático Joseph Wilson y su mujer Valerie Plane, una espía de la CIA, comienzan a ser acosados y perseguidos por un gobierno que los acusa de traidores y mentirosos. Sean Penn y Naomi Watts componen con solvencia a esta pareja de la vida real en una película entretenida, plagada de intriga, sin necesidad del panfleto ni los golpes bajos. Si bien la cantidad de datos y nombres que se barajan desde comienzo del metraje necesitan de un espectador atento, la utilización de la acción y el crecimiento de la tensión dramática logran cautivar desde el primer fotograma. Es que estamos ante una lograda fusión de espionaje con cine político moderno. Una película con contenido artístico, intelectual e informativo, que los amantes del género sabrán agradecer.
Caídos por error El realizador Doug Liman, el mismo de El caso Bourne (2002) y Sr. y Sra. Smith (2005) se pone a cargo de una historia que mezcla la realidad y la ficción. Este thriller reúne a dos figuras importantes: una, Naomi Watts como Valerie Plame, una oficial secreta de la División de Anti-proliferación de la CIA y quien dirige una investigación sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq. Y otra, Sean Penn, su marido y ex diplomático Joe Wilson. Ambos se verán arrastrados en una investigación para confirmar una venta de uranio enriquecido por parte de Nigeria. Claro está que todo comenzará a enredarse más de lo debido cuando la administración de la Casa Blanca ignore sus conclusiones y utilice el tema para respaldar la entrada de Estados Unidos a la guerra de Iraq. Y aunque Joe escriba un editorial explicando sus conclusiones e iniciando una encendida polémica, nada servirá para parar una avalancha de acusaciones que terminarán revelando el estatus de agente secreto de Valerie en los periódicos y empujándolos a situaciones límites. La película que se maneja de manera prudente y, como una gran crítica al gobierno de George Bush, entusiasma por su real argumento, pero deja mucho de lado el suspenso y los toques propios de cine de género. Si bien se destacan las correctas actuaciones de ambos intérpretes y los sólidos papeles que llevan adelante, el film se encamina hacia un público amante de las historias políticas y sociales. Y es muy razonable que muchos ya no recuerden el caso de esta espía que se enfrento con su verdad al gobierno de los Estados Unidos. Entre un mix de discursos oficiales, grabaciones sacadas de la realidad y con un final encarnado por la verdadera protagonista, Poder que Mata cumple con su objetivo y esclarece un desastre que se pudo haber evitado y salvado muchas vidas.
Medios de guerra Ya hace casi 10 años que the good americans decidieron invadir Afganistán. Argumentaban que ahí estaba Bin Laden (ahora lo encontraron en Pakistán, un supuesto aliado). Eso fue el comienzo. Solo Bush y los halcones del pentágono sabían que invadir Irak era el segundo (y principal) objetivo. Uno podría enumerar razones: la deuda pendiente de Saddam luego de la guerra del golfo, el petróleo, necesitaban ganar las elecciones (y que mejor que un republicano para una guerra) y la más clara, para ganar dinero. Intentando justificar esta invasión hubo una verdadera campaña de tergiversaciones, descalificaciones y mentiras, y esta película (al igual que Green Zone de Paul Greengrass con Mat Damon) trata acerca de ese engaño. La historia es pública, el gobierno de los EEUU filtró el nombre de una agente de la CIA (en el papel una siempre confiable Naomi Watts) para desprestigiar a su esposo, un embajador retirado (muy buena interpretación de Sean Penn) que había denunciado la mentira expresada por el presidente Bush hijo(de) para justificar la invasión. La película muestra acertadamente la doble vida de esta agente, y como su dedicación es destruida por conveniencia política. Había que desacreditar al denunciante a cualquier costo y para eso, su esposa fue la presa fácil. Es atemorizador ver la maquinaria de presión mediática y gubernamental funcionando para inclinar la opinión (pública y de sus propias instituciones) hacia sus pretensiones. Los propios personajes, al igual que nosotros, observan los discursos de parte de Condoleezza Rice, Cheney y Bush (h) en la televisión, estos documentos les dan todavía una mayor autenticidad a una historia que sonaría fantástica (con las casualidades e intrigas políticas) si no fuera tan palpable. Todo esto carga a la película de una considerable intensidad e interés, y acompañado de unas sólidas actuaciones convierten a este thriller político en una buena propuesta. Un punto importante es el de ver como la sociedad americana absorbe y proyecta (como cualquier otra sociedad) lo que los medios escupen a la calle. Navega entre lo gracioso y lo patético ver a los periodistas buscando sus quince minutos de fama o violentando a las personas según los intereses que patrocinan. Así se oyen, ya sean surgidas por propias conjeturas o por mera filtración gubernamental, cantidad de falaces argumentaciones y teorías lanzadas sin responsabilidad alguna. A partir de la segunda mitad el enfoque de la narración está centrado en la pareja de Penn-Watts y en como deben lidiar con la campaña de difamación y cuestionamiento a la que son sometidos. Desde el interior de esta familia americana (tienen dos hijos pequeños, ella realmente cree en el bien de la CIA y él esta convencido de los principios en que se estableció ese país) podemos ser testigos de los estragos de una verdadera carnicería mediática, haciéndolos cuestionar que es lo más importante, la verdad, o el sueño americano.
Narra la historia real de Valerie Plame, una agente de la CIA cuya identidad fue desvelada por miembros de la Casa Blanca para desacreditar a su marido, quien en el año 2003 escribió un polémico artículo criticando el inicio de los ataques norteamericanos en contra de Irak. Segundos antes de apretar el botón de play para reproducir el DVD de Fair Game, los portales de Internet de todo el mundo difundían la muerte de Osama Bin Laden y la memoria colectiva se retrotraía al 11 de septiembre del 2001. Minutos después de una breve introducción, los créditos al ritmo de Gorillaz daban cuenta del punto de partida de la historia, el ataque terrorista a las Torres Gemelas y el interrogante acerca de qué seguiría, pregunta que hoy, diez años más tarde, vuelve a tener vigencia. El filme de Doug Liman (The Bourne Identity) encara uno de los temas más oscuros y polémicos de los últimos años, la invasión que Estados Unidos encabezó en contra de Irak con el pretexto de desabastecer al país de sus armas de destrucción masiva, armas que se probó más adelante nunca existieron. Como en el caso de Green Zone de Paul Greengrass, se trata de una crítica al Gobierno norteamericano y su fachada protectora con la que ocultaron otro tipo de intereses, aunque en esta ocasión la mirada se sitúe en los agentes que producen la inteligencia y no en los soldados que la reciben y ejecutan. Hay en esta también otro tipo de reproches hacia el prejuicio y al miedo injustificado, incluyendo así tanto a la sociedad civil como a los medios de comunicación que no solo avalaron sino también alentaron el avance militar. Siendo este un tema tan vasto y poco explorado, parece demasiado el tinte de drama familiar que atraviesa a la historia. La relación de un matrimonio que se desgasta y los problemas laborales, en este caso particular, de alcance internacional, son muy amplios como para intentar abordarlos en forma conjunta. Así se percibirá que durante una extensa porción de la película las dificultades maritales no serán mencionadas, sólo para retomarlas más adelante en la forma de un conflicto importante que necesita una separación temporal. Este aspecto no sólo no tiene el desarrollo suficiente sino que termina por teñir de melodramático a uno de los cuestionamientos políticos más graves de la historia reciente. La tercera colaboración de Sean Penn y Naomi Watts, luego de The Assassination of Richard Nixon y 21 grams, los encuentra inmersos en una intriga de gran interés a la que ellos aportan su cuota de solidez en la construcción de los personajes. A diferencia de todos los filmes de acción que el director realizó en la última década, Fair Game es un interesante thriller político en el que sus protagonistas no lanzan golpes ni usan sus pistolas, sabiendo que en muchas oportunidades la (des)información puede ser la mejor arma.
Anexo de crítica: Tomando como base el “Valerie Plame affaire”, otra de las tantas matufias de la administración de George W. Bush, Poder que Mata (Fair Game, 2010) combina con inteligencia el thriller político, los films de denuncia de los ´70 y los melodramas conyugales. El guión podría haber indagado aún más en el tema pero a fin de cuentas cumple al poner al descubierto todo ese manojo de mentiras masivas y represalias patéticas. Doug Liman entrega su mejor opus hasta la fecha y consigue actuaciones muy interesantes por parte de Naomi Watts y Sean Penn, aquí bastante medido para variar…
Nuevamente tiene que ser Hollywood el que instala de forma masiva –es verdad, muchas veces es nocivo- la verdad dicha a los cuatro vientos, y cuánto mejor si la historia es real y no sólo una invención de algún gran guionista. Estrenada en el país en momentos en que el mundo aún está conmovido por la muerte de Osama Ben Laden, “Poder que Mata” tiene como núcleo la historia de Valerie Plame (Naomi Watts) una agente encubierta de la CIA que ve modificada abruptamente su vida cuando su marido Joseph Wilson (Sean Penn) –un ex embajador norteamericano en África- denuncia en el New York Times al entonces gobierno de George W. Bush por malversar información sobre las supuestas armas de destrucción masiva para “justificar” la guerra contra Irak. Los laderos del presidente no tienen mejor idea que vengarse filtrando a la prensa la verdadera identidad de Valerie Plame, destrozando en un segundo su vida profesional y poniendo en peligro a los afectados por sus operaciones encubiertas. Cabe señalar que dicha acción realizada por un funcionario se encuentra penada por ley. Incluso aquí en Argentina un ex ministro del interior tuvo que enfrentar una causa judicial por mostrar en TV la foto de un agente encubierto. El film funciona en dos niveles, por un lado el thriller político –narrado de forma vertiginosa por el director de “Identidad Desconocida”, que fue la primera de la saga de Jason Bourne- y en segundo lugar el drama personal, la bomba que se sucede en el matrimonio entre Valerie y Joe. Sean Penn, en un rol que le cabe al dedillo por ser un actor comprometido con los derechos humanos, que denunció al gobierno de Bush y que incluso cubrió parte del drama vivido en la guerra de Irak como periodista, siente y encarna a Joe de una manera que sólo él lo puede hacer. Joe tiene la verdad dentro y la necesita gritar y expulsar en todos los medios de comunicación: es un patriota en el mejor sentido de término. En cambio, Valerie opta por medirse y no exponerse: un gran trabajo de Naomi Watts. Más allá que la historia fue muy conocida, conviene no adelantar mucho más sobre los giros de la trama. Aunque “Poder que Mata” no es “JFK” y Doug Liman no es Oliver Stone existe algún tipo de relación en la visión del mundo de ambas. Quienes tienen el poder no pueden avasallar los derechos de cualquiera y todos como ciudadanos tenemos el deber de defender los valores democráticos incluso por sobre el Presidente y sus hombres. Se quiere creer que a la larga la “verdad” termina triunfando por sobre la difamación y la prepotencia. Sin embargo, pese a esto, el drama que Valerie y Joe protagonizaron entre el 2002 y 2004 y el estreno de “Fahrenheit 911” de Michael Moore, uno de los documentales más exitosos de la historia del cine, no frenaron un segundo mandato de Bush.
Las guerras de Irak siempre dan tela para cortar Cuando miraba en cartelera que se estrenaba "Fair Game", pensaba que era un momento interesante para que eso suceda, teniendo en cuenta que los medios están a pleno enfocados en analizar las políticas antiterroristas de los Estados Unidos, merced a la supuesta muerte de Osama Bin Laden. Los cineastas norteamericanos vienen reflexionando bastante sobre las razones políticas de las invasiones a Irak, en particular se me viene a la cabeza la última película de Peter Greengrass llegada a la Argentina hace un tiempo, "Green Zone" (La ciudad de las tormentas), la cual es bastante gráfica en relación al tema sobre el que gira "Fair game": ¿había armas nucleares en Irak que amenazaran la seguridad de los Estados Unidos? Las dos son films que se complementan y permiten, para quienes no siguen los vaivenes políticos de la visión norteamericana sobre Medio Oriente, en particular con Irak, que es el caso más fuerte de invasión para apropiarse de los recursos económicos de una nación débil. En esta ocasión, como en la nombrada anteriormente, hay material documentado y real de estas conspiraciones que merece ser visto, si el tema te interesa... "Poder que mata" es un thriller político basado en la vida real de un matrimonio muy particular donde uno de sus miembros es agente de alto rango de la CIA y el otro, diplomático americano con amplia experiencia en la zona en cuestión. Valerie Plame (Naomi Watts) es una destacada funcionaria encargada del espionaje en Medio Oriente y su esposo, Joe Wilson (Sean Penn) ha transitado varios destinos como diplomático en diferentes misiones a lo largo de su carrera. El relato encuentra a la pareja en los meses previos a la gran declaración de guerra de 2003 contra Irak. Como la CIA sabe que Wilson conoce bastante bien el terreno que desean investigar, le piden a Plame que interceda para que su esposo vaya como espía a Nigeria a averiguar si en ese país se trafica a pedido de Saddam Hussein plutonio apto para preparar bombas nucleares. El diplomático acepta y al regresar de la misión, da su veredicto negativo. Ese, y otros elementos que va descubriendo Plame en su trabajo, la llevan a pensar que no hay real amenaza atómica sobre Estados Unidos. Que en realidad, es toda una causa armada, ya que Hussein no tiene los recursos humanos y materiales para lastimar a América. Sin embargo, el presidente Bush piensa distinto. Conduce a su país a la guerra, basado en informes de inteligencia que dice tener entre los que se encuentra los supuestos de Joe Wilson, donde él confirma que Irak adquiría material para un programa nuclear. El marido de Plame reacciona con una nota en el New York Times, desmitiendo eso y clarificando la situación, y el gobierno responde también por los medios, revelando la identidad de Valerie, y atacando la credibilidad de los dichos de la pareja en relación a la causa. Eso resquebraja la relación matrimonial y abre una verdadera guerra de nervios donde las declaraciones cruzadas caracterizan un conflicto de gran impacto mediático. "Fair game" tiene su guión armado con elementos de los libros que escribieron ambos miembros de la pareja ("The Politics of truth" y el que da nombre al film) y su montaje es muy bueno. Hay mucho material de televisión, discursos políticos de diversos funcionarios, análisis de artículos de la época. La documentación es un punto de apoyo de la historia y si el tema te interesa, la película crece en su desarrollo a medida que la crisis avanza. Por el contrario, si te gustan los films de acción, o buscás una historia simple que no te llene de datos e información, esta no es tu película. Watts y Penn hacen lo suyo bien y el film se deja ver. Es importante y saludable que haya cineastas que quieran revisar las acciones de la política exterior americana y lo hagan de esta manera, con buenas armas, relatos verídicos y miradas contradictorias que aporten a una visión más crítica de los hechos en cuestión. Desde lo estrictamente fílmico, "Fair game" es correcta pero que no depara ni grandes emociones ni tampoco mucha sorpresa. Es casi un documental, en relación a la información que circula. De todas maneras, a mi me pareció que no es de las cintas que despierta grandes pasiones y si es de aquellas, que termina en los anaqueles olvidados de los videoclubes. Una pena, porque es bueno conocer como funciona la política exterior americana, desde adentro.
EL PODER SIEMPRE MATA Esta película cumple una función en la reproducción de un sistema de poder. Permite la catarsis de los espectadores, de modo que la experiencia cinematográfica purifique la mala conciencia producida por actos donde la mentira y el abuso son evidentes. Gran parte del cine industrial estadounidense organiza su narrativa alrededor de la idea del héroe. Siempre habrá allí un héroe, un(a) jugador(a) solitario(a) que contra viento y marea remontará las situaciones más adversas y, aun a costa de perderlo todo, enfrentará a los poderosos. En la versión progresista o liberal, como les gusta decir en aquel país, este individuo enfrentará al Estado o a sus aparatos burocráticos / represivos. En la estirpe conservadora, el héroe luchará contra rusos, alemanes, inmigrantes o aparatos burocráticos / represivos. En Poder que mata se cuenta la historia – basada en hechos reales – de Valerie Plame, una agente de la CIA destinada ocasionalmente en Irak a certificar la producción de armas de destrucción masiva en los tiempos previos a la segunda invasión a ese país. Durante su trabajo más que confirmar tal producción, se certifica la imposibilidad de la misma. En esa tarea colabora, convocado por una unidad a cargo del vicepresidente de la Nación, Joe Wilson, ex embajador demócrata y esposo de la agente Plame. Si bien el informe de Wilson negaba el tráfico de material nuclear sensible, se decide la invasión engañando al presidente y al país sobre esa información. Y con la excusa de la existencia real o potencial de peligroso armamento, se decide la invasión de marzo de 2003. De esto deriva una secuencia de enfrentamientos entre Wilson y el vicepresidente, quien golpeando severamente a la pareja Plame – Wilson, revela la condición secreta de la agente, produciendo una grave crisis personal y efectos en las misiones ocultas que llevaba adelante. Lo que hasta acá podría encuadrarse como un thriller político a la forma película de espías, muta rápidamente en un melodrama político (si es que tal tándem de géneros existiera). Y nuevamente la condición del héroe que mencionamos al comienzo ocupará el relato. Juntos o separados, en armonía o enfrentados, estos personajes solitarios (en tanto individuos con sus propios objetivos y principios) se enfrentarán con el poder omnímodo y ambicioso de un gobierno perverso. A partir de este salto de género, la película se resiente. Tanto por el interés dramático, por la articulación entre los protagonistas y los antagonistas, como por la centralidad del melodrama familiar, el espectador siente que la primera mitad y la segunda forman dos películas diferentes. Aun cuando el trabajo minucioso de Watts y Penn no permite dar lugar a excesos dramáticos, la impronta de la problemática familiar elimina los rastros del interés histórico político en la trama y centra la tensión en la lógica de lo privado. Así la película se ubica en otro registro, lo que sin dudas desorienta al espectador, haciéndole despreocuparse del nuevo foco de conflicto. La segunda mitad es definitivamente pobre, dramática y formalmente, y solo recupera algo de tensión con los títulos finales. Pero esto no es lo peor de esta película. Poder que mata, formando parte de la larga tradición del “cine político” de la industria estadounidense – en su variante liberal - , se estructura a partir de un personaje – en este caso dos – que lucha por su propia convicción y básicamente en solitario, contra un sistema articulado y perverso. Sin embargo, el mal no surge de la propia estructura del sistema, sino de sujetos esencialmente malvados que se aprovechan del mismo. En este caso el sujeto portador de todos los males es, como en la mayoría de los relatos sobre la invasión a Irak, el ex vicepresidente Dick Cheney. Este sistema de representación instaurada por décadas de cine, instala en el centro de la escena a los individuos y deja de lado toda discusión sobre los procesos colectivos y la condición estructural de las relaciones de poder. Poder que mata replica una fórmula conocida, auto indulgente y declamatoria, que aprovecha un hecho público cuyo impacto ya ha demostrado ser intrascendente incluso al interior de su propio país, para dar cuenta de la propia fe liberal, ejercicio rentable en tiempos de gobierno demócrata. Pero a su vez este héroe individual funciona como demiurgo que pone en acción el espíritu puro, altruista, universalmente justo de la sociedad estadounidense. El mismo espíritu que invocó pocos días atrás el presidente Barack Obama para justificar el asesinato del líder de la organización terrorista Al Qaeda. Mientras tanto, la misma sociedad que consume este producto generado por la sociedad del espectáculo asiste impávida – cuando no festeja - ante la reproducción del ejercicio militar de su poder sobre habitantes de otros lugares lejanos, a quienes sigue representando desde el exotismo “alla” siglo XIX. Lo cierto es que películas como Poder que mata cumplen una función social esencial en la reproducción de un sistema de poder. Permite la catarsis de los espectadores, de modo tal que la experiencia cinematográfica purifique la mala conciencia producida por aquellos actos donde la mentira y el abuso son tan evidentes, que gran parte de los sujetos no podrían tolerarlo razonablemente. Este tipo de productos narrativos, son esenciales para reproducir un sistema de dominación que se autodefine como universalmente justo.
Este punzante film coproducido por Hollywood y ¡Emiratos Arabes Unidos! suspendió una semana su fecha de estreno en Argentina, prevista para pocas horas después de lo que fue el asesinato de Osama Bin Laden en manos de Washington. ¿Bajada de orden desde Los Angeles? Como fuera, esta notable pieza de cine de intriga política y juego sucio (valga el paradójico título original) bien merece una mirada, o dos, a la vista de los hechos recientes. Fair Game es un puzzle internacional que gira en torno a una agente secreta de la CIA (Naomi Watts) y su esposo diplomático (Sean Penn), colaborador en el juego de espías que su mujer vive en el día a día. El quid de la cuestión de la agente Plame es que se encuentra en medio de una investigación sobre armas de destrucción masiva en Irak, la cual la deriva a la total inexistencia de las mismas. Claro, la Casa Blanca decide ignorar sus conclusiones y va más allá, al punto de ponerla en peligro de muerte. El siempre efectivo Doug Liman (The Bourne Identity, Sr. y Sra. Smith) dirige un trabajo de relojería al borde de la perfección pero, sobre todo, una estimable declaración de principios sobre la miseria política que la Casa Blanca y el Pentágono han construido a lo largo de los años, algo que hizo eclosión con la invasión a Irak luego del ataque a las torres gemelas. Un guión de hierro acompaña una trama intensa y que crece en interés a medida que avanzan los minutos, con personajes sólidos en torno a la pareja protagonista (Sean Penn casi casi hace de si mismo, con un nivel de corrección política al borde de la exasperación). En la mejor tradición de la saga Bourne y, más aún, de los mejores momentos de aquella intriga sobre la crisis de los misiles en los 60s que fue Thirteen Days, Poder que mata hace honor a un subgénero del cine que hoy se vuelve urgente, al calor de las tapas de los diarios y las mentiras cruzadas. Un cine para debatir y seguir desconfiando de todo.
Hay más de un punto de vista para analizar “Poder que mata”. No. Espere. No es esto lo que quiero decir, lo que pasa es que este film provoca estas indecisiones a la hora de hablar de él. Así que disculpe, empiezo otra vez. “Poder que mata” es la primera producción estadounidense seria que aborda el tema de la guerra con Irak. Descarto la ganadora del Oscar “Vivir al límite” (“Kathryn Bigelow”, 2009) porque, además de ser un folleto reiterativo, no me pareció una buena película. Sin meternos directamente en la discusión de la gestión Bush per sé; siento que todo el mundo estuvo siempre convencido que en Irak no había armas de destrucción masiva, ergo la invasión con ese justificativo era un disparate. En este sentido “Poder que mata” tiene el acierto porque pone luz sobre lo que antes era un oscuro manto de sospecha. Todos teníamos razón. La guerra de Irak fue una excusa para vaya a saber qué, y como respuesta vana al espantoso dolor del tristemente célebre 11 de septiembre de 2001. Ahora bien, desde el punto de vista cinematográfico la realización se confunde entre ser un falso documental ficcionado o una ficción documental (valga la contradicción). Pero soy yo ¿eh? Usted quédese tranquilo que cada uno va a tener la posibilidad de decodificar cuál fue la intención del director de “Sr. y Sra. Smith” (2005). En 2002 Joe Wilson (Sean Penn), un ex diplomático en tierras de Oriente Medio, es consultado por la CIA con la firme intención de que dé a entender que Irak tenía poder nuclear. Algo que éste niega. Su mujer, Valerie Plane (Naomi Watts), es agente de ese organismo y también concluye en que no hay tal cosa en Irak. Pero Bush quería guerra sí o sí, con lo cual las opiniones de ambos son contraproducentes. De todos modos la invasión estaba decidida. Todo bien hasta ahí (todo mal), hasta que Joe, movido por lo que considera una estafa mediática al público estadounidense, decide publicar un artículo en el New York Times en el cual básicamente explica por qué esa guerra no tiene fundamentos. Por ese artículo alguien de la administración presidencial revela la identidad de la Sra Wilson a los medios partidarios para que literalmente defenestren la credibilidad de la pareja. En la vida real el matrimonio Wilson escribió un libro cada uno (luego de que se comprobara que tenían razón). Doug Liman tomó un ejemplar de cada uno y recurrió a los guionistas Jez y John-Henry Butterworth para que le dieran efecto dramático a la historia. Adicionalmente, decoró todo lo escrito con extractos de discursos y noticieros de TV para enfatizar el punto de vista anti-republicano a su película. Casi podría decirse que con esta tendencia el guión se escribió solo, pero esto no va en desmedro del ritmo y la tensión que genera. La verdad es que el entretenimiento está asegurado más allá de la posición que cada uno tenga respecto al conflicto, lo cual bien puede explicar por qué en Estados Unidos perdió plata, en tanto probablemente en países como el nuestro sea bien recibida por el público. El “pero” que yo le encuentro es que Liman declaró que esta es una producción sobre una pareja que se desmorona, pero que sale adelante a partir de no renunciar a los valores morales que sus dos profesiones exigen para con la sociedad. Cuando el guión se ocupa de esto, la película parece una novelita y la intención política que tiene se diluye un poco, como si el realizador no quisiera hacerse cargo de la historia que decidió contar. Por ejemplo, la figura de Bush se siente en toda la narración, pero nadie “hace” de Bush. Sólo aparece en fragmentos de noticieros como si hubiera un respetuoso temor a poner en palabras guionadas una opinión clara. Penn y Watts (en su segundo trabajo fílmico juntos) trabajan de memoria. Por eso es raro que los actores secundarios (que no es que desentonen) estén un escalón maá abajo. El único momento en el que alguien más se destaca es una charla en un banco de plaza entre Valerie y una autoridad de la CIA (en una escena conceptualmente parecida a la que tuvieron Kevin Costner y Donald Sutherland en “JFK”, 1991). Este proyecta merecía la presencia de mejores actores secundarios. La fotografía y la compaginación son dos puntos fuertes a destacar, también la banda de sonido de John Powell en su mejor trabajo desde “Bolt” (2008). En definitiva, en “Poder que mata” sobra el melodrama porque tiene con qué interesar al espectador, hasta propone la sana charla-debate en el café por el tema que trata. A la luz de lo que pasó últimamente parece que llegó tarde a la pantalla, pero seguramente habrá más tela para cortar en el futuro. Nos hablamos cuando hagan la del asesinato de Bin Laden (1)
La espía que me amó. Hay una cosa bastante simpática en este thriller político que Doug Liman dirige con más buena voluntad que destreza: las escenas domésticas que protagonizan sus dos personajes principales, el matrimonio compuesto por Naomi Watts y Sean Penn. En los primeros planos que la película nos entrega hay un nervio propio de las historias que transcurren en las altas esferas del poder. Uno no entiende mucho qué pasa pero sospecha que se está por jugar algo trascendente. Naomi pone esa increíble prestancia que no tiene nadie más que ella, esa distinción cultivada con años de trajín, no ya en el cine sino en la vida, esas arruguitas deliciosas, incluso ese asomo de papada (para mí no, pero eso es lo que dice mi amiga Casandra, munida de esa proverbial clarividencia que parecen tener algunas mujeres para detectar los defectos de sus congéneres), todo mientras un tipo la mira feo, sobrador, y temblamos un poco, a ver si descubre la verdadera identidad de la chica, que resulta ser la de una agente de la CIA. Después van los dos en un auto en medio de la noche. Algo amenaza con estallar por fin ahí pero no, el plano se corta en lo que parece ser el momento de mayor ebullición de la escena. El procedimiento se repite a lo largo de la película con una elegancia cuya gracia elíptica se complementa con el sentido de la oportunidad con el que sus responsables se dedican a humanizar a los personajes. Precisamente, los pantallazos de una topografía cotidiana llena de ripios prosaicos airean la película de un modo notable: de esos momentos de tensión que constituyen el día a día de su ganapán (la mujer viaja por medio mundo, participa en complicadísimas operaciones para Uncle Sam), Naomi, con esa capacidad de maniobra que tan bien le conocemos para adaptarse a distintos registros, pasa a tener que lidiar con las demandas de sus dos niños, a prepararles el desayuno, firmarles el boletín, cosas así. Después, en un punto álgido de la película, ella que es una mujer dura entrenada según los innombrables procedimientos con los que se curten los aspirantes a tan selecto club, se mete en el baño y se derrumba llorando frente al espejo. En serio, no es porque esté enamorado de ella, la rubia tiene algo cinematográfico notable, hay que creerle todo lo que haga, el gesto casi imperceptible, la textura de su voz, la verruga mínima sobre la comisura de los labios. En otra buena escena en la que están marido y mujer cara a cara, al que le toca quebrarse es a Sean Penn . Su personaje es un ex embajador de Clinton pero en realidad el actor hace un poco de sí mismo. Es decir, de ese americano que tiene internalizados los valores de los fundadores de la patria, que le pone los puntos a Bush cuando lo ve por televisión y le enmienda la plana a los amigos que se le vuelven un pelín republicanos en las sobremesas. Es que la trama de Poder que mata, finalmente podemos decirlo, se desarrolla en el 2002, mientras se prepara la comedia para que todo el mundo acepte como necesaria la invasión a Irak. ¿Importa mucho eso, después de todo? Más o menos, en verdad no tanto: como toda película de su especie, Poder que mata denuncia un estado de cosas, pero su acento está puesto en el costado humano de los denunciantes. Por cosas que son engorrosas de develar, a Naomi la echan de su trabajo y sobre el marido caen sospechas de antiamericanismo, que son las peores sospechas del mundo. El matrimonio se reduce entonces a unos despojos en los que, sin embargo, brilla el rescoldo de una vieja pasión. Cuando la película da un giro y empieza a preocuparse más por el personaje de Penn, el fetiche del heroísmo que se le retaceaba a la mujer puede cumplirse ahora como Dios manda. Vilipendiado y calumniado, ese buen padre de familia de ideas liberales se transforma inopinadamente en el eje de la acción: da furiosas conferencias en las universidades, aparece en programas periodísticos. Lo hace por la patria pero también se salva a sí mismo. Finalmente, hay una especie de ideal kantiano ahí. El hombre actúa como debería hacerlo un ciudadano cabal, si se imita su conducta el bien común está asegurado. Con el personaje de Naomi un poco afuera de este verdadero festival de civismo y buena conciencia la película ya no me interesa tanto. Me gustaba más verla a ella correr de un lado para el otro y aterrizando en su hogar a la mañana, justo para despachar con un beso a los chicos rumbo al colegio, para volver a salir después en pos de quién sabe qué riesgosas aventuras. La verdad es que en el cine siempre es mejor una chica en peligro que un santurrón con anteojos de ver de cerca.
Dos o tres cosas ciertas El caso de Valerie Plame fue mundialmente conocido, uno de esos incidentes que deberían darle vergüenza a cualquier Gobierno. Agente secreta de la CIA, estaba dentro del ala moderada respecto de la actuación en Medio Oriente, y abonaba la teoría de que en Irak no se estaba trabajando sobre ningún arma de destrucción masiva. Sin embargo, apurada por dar un gesto -y por comenzar a facturar allí donde las guerras y las invasiones permiten hacerlo- luego de lo que fueron los atentados del 11 de septiembre de 2001, la gestión de Gorge W. Bush se valió de informes poco precisos y de información poco chequeada, manipulada y maliciosamente utilizada, para asestar su golpe contra “el terror”. Entendiendo que el Gobierno actuaba de mala fe, el esposo de Plame y ex embajador en Níger, Joe Wilson, publicó un artículo periodístico en el que reveló las mentiras sobre las que se sostenía la invasión norteamericana en Irak. Lejos de reconocer la pésima maniobra, las autoridades norteamericanas lo que hicieron fue enviar información a los medios donde se sacaba a la luz la identidad de Plame y se la confirmaba como agente de los servicios especiales. Fue una maniobra tan espuria como inmoral, y hasta contraria a las propias normas del Estado, que protegen celosamente a sus agentes secretos. Sobre la base de este episodio, y sobre dos novelas (The politics of truth: inside the lies that led to war and betrayed my wife’s CIA identity: a diplomat’s memoir y Fair game: my life as a spy, my betrayal by the White House, escritos por Wilson y Plame, respectivamente) es que se construye Poder que mata. Cercano en concepto a aquellos thrillers políticos del cine de los 70’s, Poder que mata es un film tan interesante como irrelevante. Interesante porque expone desde el centro de Hollywood (con un director mainstream y con actores de peso) y sin tapujos una falla bochornosa de su sistema político, pero a la vez es irrelevante porque para hacerlo construye personajes monolíticos y poco complejos, cero ambigüedad, más cercanos al cine de género que al de la denuncia política. Para ser honestos, ese aire de film de intriga internacional le juega a favor durante la primera hora, cuando Poder que mata es más una película de suspenso sobre los vericuetos de una investigación estatal que deriva en la construcción de una mentira, que luego cuando se vuelve un film más privado y menos público. Digamos que en parte esto es así porque Doug Liman es un artesano con condiciones para manejar los hilos del thriller, donde las situaciones se resuelven por medio de la acción. Durante esa primea hora, Naomi Watts (Plame) y Sean Penn (Wilson) se mueven enérgicamente, son ciudadanos indignados pero antes que nada son nervio y sudor. Poder que mata tiene un indisimulable puente, que es aquel momento en el que la identidad de Plame es ventilada por el Gobierno norteamericano. Ahí, pasa de ser un film sobre un conflicto universal (dos personas con peso enfrentadas a un poder que los supera) a otro sobre un conflicto universal, en el que una mujer debe enfrentarse al mundo que descubre su mentira: ya no es la empresaria y madre de familia, sino la espía y, para colmo de males, la espía “comunista” que está en contra de los planes de su país. Lo que es evidente en el film es que la adaptación de ambas novelas para hacerlas coincidir en un relato, no debe haber sido tarea fácil: en muchos momentos se nota esa indefinición sobre el punto de vista y sobre el tono que debe llevar la narración. Más allá de lo irregular que es el film, hay un nervio que se sostiene y que se debe a la mano de Liman y a las actuaciones -correctas- de Watts y Penn, nervio que se mantiene como no se mantiene lo político, que en la segunda parte desaparece del primer plano y donde lo que pasa a importar es más cómo este matrimonio, que a su vez es una lucha de dos poderes bien marcados, logra atravesar este sacudón. Poder que mata es en definitiva un correcto film demócrata, que dice tres o cuatro cosas acertadas sobre su sistema político y que sobre el final intenta inflar el pecho del ciudadano y convencerlo de que es él quien puede cambiar las cosas. En todo caso, lo que queda en el debe es lo que suele quedar en deuda en este tipo de películas políticamente correctas que hacen los yanquis sobre el conflicto de Medio Oriente: todos, pero todos por más demócratas y progresistas que se crean, terminan abonando la idea de que una invasión está mal cuando el motivo no se justifica, pero que cuando hay razones para hacerlo, el intervencionismo es una herramienta necesaria para balancear la paz del mundo. Es ese tufillo de paladines de la justicia el que hace que estas películas terminen pareciendo más un mero oportunismo que una crítica sesuda y convencida.
La construcción de una mentira El talento de Valerie Plame como oficial secreta de la Cía está en la capacidad para obtener información con su voz aterciopelada y gestos de modelo top, ya sea en Amman, El Cairo o Bagdad. Su marido Joe Wilson es diplomático. La pareja, al servicio del gobierno de los Estados Unidos, condensa los valores patrióticos de su país. Naomi Watts y Sean Penn protagonizan Poder que mata, basada en un caso real, el Plamegate, sobre el informe que negó la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. La información concebida en el seno de la agencia fue ignorada por los halcones de la Casa Blanca. En octubre de 2001, con el fantasma de las Torres humeando, la Cía tiene una actividad frenética. La posibilidad de la guerra depende de esa información. La película de Doug Liman (Sr. y Sra. Smith) comienza con imágenes vertiginosas, cambios de escenarios y datos, muchos datos, sobre unos cilindros de aluminio donde posiblemente se ha trasladado uranio desde África. No hay novedad en las escenas stándard sobre las relaciones asépticas de los agentes entre sí, las dudas sobre la misión encomendada y el nerviosismo por mantener el delicado equilibrio con el poder ejecutivo. Si el espectador puede abstraerse de tanta información en cadena, Poder que mata (Fair game/Juego limpio) es una buena película filmada a la manera de un documental, con movimientos de cámara y lo político como el terreno donde encuentra explicación el gran negocio de la guerra. Refuerza el formato de ficción documentada o documental ficcionalizado, el material de archivo que actualiza los discursos de George W. Bush con todos los, pocos, tonos de voz con los que anunció la guerra a Irak. Hay flashes de la cadena CNN apoyando la gesta, recurso con el que el guión pone en el centro del poder a los medios masivos. La crisis de Val y Joe se desata cuando el diplomático decide publicar un artículo sobre las armas que no encontró porque no existían. Enseguida, una mano negra publica la verdadera identidad de Val y la intriga se traslada a la casa del matrimonio, golpeado por la traición y la impotencia. Naomi Watts y Sean Penn realizan un trabajo impecable en la película con elementos políticos de clara militancia antibelicista. "Somos las piezas de una maquinaria", dice ella, ferviente oficial de la Cía. Él elige no callar. Penn propone su costado combativo en algunos discursos y asume el rol de acusador mientras el espectador asiste a la construcción de una mentira inmensa. Val resuelve el dilema que la pone entre la Cía y su familia, una anécdota, si se tiene en cuenta las consecuencias traducidas en miles de muertes que la Casa Blanca promovió en defensa de la democracia occidental.
Los peligros que corren quienes saben la verdad Valerie Plame, interpretada por la actriz Naomi Watts, es una agente de la CIA, la todopoderosa agencia de inteligencia de Estados Unidos. Ella trabaja en el departamento que se ocupa de controlar la proliferación de armas nucleares en todo el mundo. Desarrollando su tarea, la mujer descubre —al contrario de lo que piensa el gobierno de los Estados Unidos— que Irak no tiene programas activos de armas nucleares. Joe Wilson (Sean Penn), el marido de la agente, es un diplomático que, por sus anteriores destinos, conoce al dedillo la política africana y posee contactos en el continente desde donde se habría suministrado el uranio enriquecido necesario para fabricar armas atómicas. El filme se basa en el relato escrito por la protagonista real de la historia cuya identidad secreta fue revelada luego de que se hicieran públicas sus investigaciones durante el gobierno de Geroge W.Bush. Sobre esta historia real, Doug Liman construye una película que muestra los prolegómenos de la invasión a Irak que culminó con el posterior derrocamiento de Saddam Hussein. El filme está apoyado en una apasionante historia que obliga a los protagonistas a replantearse todos sus principios para aceptar lo que la política de estado impone. El desenlace del conflicto deja al descubierto los graves peligros que corren quienes conocen algunas verdades que pueden ser resultar inconvenientes.
La Mentira de la Guerra Fair Game o Poder que Mata en su traducción para nuestro país, es un thriller - drama que está basado en hechos reales, y cuenta la historia del enfrentamiento entre el matrimonio de Joe Wilson y Valerie Plame, un diplomático y su esposa espía de la CIA, con la administración Bush, que se encargó de desacreditarlos y exponerlos como represalia a un artículo que publicó Wilson en el New York Times, en el que los acusaba directamente de manipular el centro de inteligencia para justificar la invasión a Irak. La verdad que es una lástima que haya llegado con tanto retraso a Argentina, ya que por el acercamiento con los grandes blockbusters que se están estrenando tiene una distribución bastante limitada y seguramente dure pocas semanas en cartel. Creo que en este caso Doug Liman (Mr. and Mrs. Smith, The Bourne Identity) hace un buen trabajo combinando suspenso y drama de calidad en el área del espionaje que se nota le atrae bastante y donde está desarrollando un "expertise" que se las trae. Si bien la historia es conocida por muchos, la encara de una manera que resulta bastante interesante y adulta. La dupla protagónica de Sean Penn (Milk, I am Sam, Río Místico) y Naomi Watts (La Llamada, 21 Gramos) está fantástica, otorgándole un valor agregado al film que juega entre 2 géneros de manera muy inteligente, haciéndose notar la inclinación política tanto de los creadores como de los actores, algo que se evidencia en varias escenas como por ejemplo, cuando una ciudadana claramente republicana irrumpe en una almuerzo de negocios de Wilson para tirarle un rosario de puteadas, con lo que se trata de dejar al descubierto la intolerancia de este grupo político. La duración quizás podría haber sido un poco más acotada para agregarle más ritmo e impacto, debido a que por momentos la cinta se desvía en cuestiones secundarias, como la relación de Plame con sus padres, que en mi opinión no son necesarias. Para quienes disfrutan de thrillers adultos, con buenos toques de drama, "Poder que Mata" es una linda opción para escapar de tanta película teenager que hay dando vuelta en cartelera por estos días, además de que pone en pantalla a 2 verdaderas estrellas de Hollywood a las que siempre vale la pena ver en acción.
La guerra de las corporaciones El título elegido es inevitable de referenciar, aún cuando al sello distribuidor ni se le haya ocurrido la semejanza. Poder que mata también era el título del que se complementaba Network (1976), el film paradigmático de Sidney Lumet sobre la avaricia y conductismo propiciados por la televisión. Allí, entonces, el medio televisivo como maestro titiritero de la sociedad norteamericana. Aquí, en el film de Doug Liman, las corporaciones y sus afinidades bélico-políticas con la administración Bush. Además, y como de costumbre, la presencia admirable del gran Sean Penn. Lo que significa que, amén de las intenciones que el film pueda tener, el protagónico de Penn seduce por definición, siendo como es una de las pocas voces -así como actor estupendo- que siempre se han manifestado de manera crítica respecto de la propia sociedad norteamericana. Los personajes interpretados por Naomi Watts y Penn están basados en la historia de vida de la pareja conformada por Valerie Plame y Joe Wilson, agente de la CIA y ex?embajador de EE.UU. respectivamente. Ante el descubrimiento por parte de ambos del absurdo que significa el argumento que asevera la tenencia de armas nucleares por parte de Saddam Hussein, será la misma CIA la encargada de repeler la amenaza que, fronteras adentro, contamina la prédica triunfalista. En función de este parámetro, el film de Liman (Identidad desconocida, Sr. y Sra. Smith) se estructura gradualmente, sea tanto respecto del progresivo descubrimiento paralelo por parte de Valerie y Joe, la manera desde la cual la situación repercute en ambos, y la consecuente transformación de sus vidas cotidianas desde el momento en el cual la misma CIA devela la identidad encubierta de Valerie, como respuesta a los escritos publicados por Wilson en The New York Times. En este sentido, es difícil no recordar parecidos temáticos entre Poder que mata y la paranoia admirable que films como El embajador del miedo (1962, John Frankenheimer), Advice & Consent (1962, Otto Preminger) o Fail-Safe (1964, Lumet) supieran construir y denunciar. Pero con la distancia necesaria como para provocar una guerra fría desde el mismo seno norteamericano (algo que la misma remake de El embajador del miedo, de Jonathan Demme, ya propusiera). Si bien hay momentos vinculados a elementos del cine bélico, Poder que mata se construye como un thriller, con momentos de interés mayor, allí cuando todo parece alcanzar la situación límite, con la pareja a punto de desbordar, la guerra por estallar, y una sociedad tan cegada como intolerante. De todos modos, los mismos discursos y vida desesperada que le tocará llevar adelante a la pareja permitirán que el espectador encuentre algún resguardo de sentido crítico, allí donde las voces silenciadas dicen lo que piensan pero, eso sí, por fuera de las pantallas de televisión.
Basada en la historia real que relató la propia Plame en su libro “Fair Game: My life as a spy, my betrayal by the White House”, el director Doug Liman ("Identidad desconocida", primera entrega de la saga Bourne) comienza el relato en los primeros días que siguieron al atentado contra las Torres Gemelas, horas de incertidumbre, heridas abiertas y susceptibilidades a flor de piel. Además de hacer una crítica feroz al gobierno de Bush y a los medios de comunicación que desinforman, el filme retrata la desintegración del matrimonio y como ambos deben hacer frente a la salvaje opinión pública y sus despiadadas consecuencias. “Poder que mata” (conocida también como “Caza a la espía” en los circuitos de alquileres piratas), se fundamente en sucesos reales, pero como historia cinematográfica posee todos los elementos de un thriller de intriga internacional. Con la actual mediatización del supuesto asesinato de Ossama Ben Laden y la desconfianza hacia el manejo poco claro de las tácticas militares de norteamericana sobre el tapete, es el momento comercialmente ideal para estrenar esta película.