Pina

Crítica de Juan Carlos Fontana - La Prensa

Conmovedor tributo a Pina Bausch

El legado artístico de Pina Bausch es retratado por Wenders, en imágenes interiores y exteriores, a través de un estilo fílmico que asombra por la captación de la totalidad de un universo interpretativo único.

Pina Bausch en la danza y Wim Wenders en el cine, son puntos referenciales de la Alemania contemporánea. Uno y otro se han animado a cruzarse de "vereda" porque el arte no tiene límites, ni género. Por eso a la bailarina alemana que falleció de improviso en 2009, dejando un vacío desolador, también se la vió en el papel de una princesa ciega, en "Y la nave va", de Federico Fellini.

Wenders no se ha a atrevido a la danza, aunque Pina si viviera, tal vez lo hubiera animado que lo hiciera. Pero Wenders lo hace con su cámara, la que en este filme y a través de la nueva tecnología 3D, parece ir mucho más allá, de lo logrado por James Cameron en "Avatar".

Claro que Wenders no es el Cameron que se hace notar diciendo "acá estoy". El director alemán prefirió demorar años en estudiar la técnica, para ponerse al servicio de este tributo que le hace a Pina Bausch, filmando cuatro de sus obras más emblemáticas y a esos bailarines que se formaron con la discípula de Kurt Joos y luego creó su propio estilo de trabajo, el que acá se muestra.

TIEMPO Y PROFUNDIDAD

Wenders consigue algo único, capta el tiempo, la profundidad, la dimensión y el detalle de las emociones más sutiles de esos intérpretes del Tanztheater creado por Bausch y lo hace a través del vértigo de esas coreografías, que parecen ser bailadas con las entrañas, porque la bailarina así lo exigía a sus artistas. "Pina no tenía límites" dice uno de los bailarines al hablar de la maestra, pero eso no debía entenderser como algo autoritario, lo suyo era ayudar al bailarín a encontrar su propia identidad interpretativa.

El filme recorre las instalaciones del Tanztheater de Wuppertal, usina creativa de Pina y sus artistas, su escenario y muestra cuatro obras señeras: "Café Müller" que trajo a Buenos Aires, en la década de 1980; la inigualable "Le sacre du printemps", con música de Stravinsky; "Vollmond" y "Kontakthof". A estas piezas se unen coreografías de varios de los intérpretes.

El legado artístico de Pina Bausch es retratado por Wenders, en imágenes interiores y exteriores, a través de un estilo fílmico que asombra por la captación de la totalidad de un universo interpretativo único.