Pesadilla en el infierno

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

El cine de terror es nutrido por directores consagrados, por otros que sólo se dan una vuelta (a veces con gran éxito) y por autores que, por un motivo u otro, no terminan de establecerse como pesos pesados del género. Este último caso parece ser el del francés Pascal Laugier. Su ópera prima, Saint Ange, de 2004, no tuvo gran repercusión, pero sirvió para insinuar su predilección por los oscuros secretos que resurgen en un ámbito intimista. Su segundo film, Martyrs, sí fue su verdadera carta de presentación. La historia de dos amigas atormentadas por un pasado de tortura y muerte surgió de una breve aunque poderosa corriente de neo-gore francés (con Alta tensión, de Alexandre Ajá, a la cabeza), pero resaltó gracias a su audacia visual e intelectual. Después Laugier no tuvo demasiada suerte: la anunciada nueva versión de Hellraiser nunca se materializó y The Tall Man, protagonizada por Jessica Biel, no satisfizo a los fanáticos. Pesadilla en el Infierno (Incident in a Ghostland) es su nuevo opus y la oportunidad de revalidar su talento.

Beth (Emilia Jones) y Vera (Taylor Hickson), dos hermanas adolescentes, se mudan con su madre (la cantante Mylène Farmer) a una casa que acaban de heredar en las afueras de Illinois. Beth gusta de escribir historias de terror, de modo que la decoración antigua -siniestra, incluso- parece sintonizar con la vivienda, además de enojar a Vera. Pero la misma noche de llegada, dos extraños irrumpen para tratar de secuestrarlas, en una situación de locura y violencia. Años más tarde, Beth (Crystal Reed) es una autora de best sellers aterradores. Parece estar viviendo su sueño de juventud, junto a su marido y el hijo de ambos. Entonces recibe un llamado desesperado de Vera (Anastasia Phillips), quien quedó traumada por aquel nefasto episodio. Beth regresa con su hermana y su madre, que sigue viviendo en la casa donde ocurrió todo, y no tardará en hacer inquietantes descubrimientos.

Laugier emplea una estructura similar a la de Martyrs, con tres actos distintos pero interconectados, y también repite varias ideas (de nuevo los personajes centrales son dos mujeres perturbadas por un hecho traumático), pero dentro de un entorno y una imaginería del cine de horror estadounidense de los años 70 y 80. Si bien Beth tiene como ídolo a H.P. Lovecraft, hay más guiños (dos, muy evidentes) a la obra de Stephen King, aunque evitando caer en el homenaje más burdo.

El resultado, sin llegar a los niveles de brutalidad revulsiva de Martys, tiene lo suyo y no le da tregua al espectador. Hay vueltas de tuerca y detalles para prestarles atención, pero la película no se sostiene de eso y están integrados a la trama. Sobre el final aparece una broma fallida que, pese a todo, forma parte del sentido de esa escena y no arruina todo lo anterior.

Las dos versiones de Beth se cargan la película al hombro, convirtiéndose en otro de los personajes femeninos Laugierezcos que, lejos de ser una víctima fácil, se propone hacerle frente a la amenaza. Tanto Emilia Jones como Crystal Reed podrían haber sido heroínas de films de Dario Argento.

Pesadilla en Infierno confirma que Laugier, aun cuando no logra alcanzar o superar el nivel de su película más reconocida, tiene con qué para formar parte del panteón de los directores que vienen fortaleciendo el cine de terror actual.