Permitidos

Crítica de Marina Yuszczuk - Las 12 - Página 12

Se sabe: la comedia está ahí para que podamos reírnos de lo más espantoso. En este mundo donde se da por sentado que todas las personas normales nos consideramos feas y ante la imposibilidad de coger con estrellas inalcanzables y modélicas, lo hacemos con personas reales como nosotras (es decir feas, o con suerte medianamente lindas), el planteo de Permitidos no disuena: ¿con qué famoso cogerías si pudieras tomarte una licencia de la monogámica fidelidad? Una pareja compuesta por Mateo (Martín Piroyansky) y Camila (Lali Espósito) es la encargada de demostrar el problema, lo destructivo que sería si esa barrera entre mortales y famosos se adelgazara hasta permitir que un chico como Mateo -aquí poniéndole el cuerpo a la idea de incogible al que solo la novia, obnubilada por el amor, se llevaría a la cama- sedujera a una modelo como Zoe del Río (Liz Solari), dueña del raro y preciado atributo que constituye en nuestra cultura el hecho de no tener “un gramo de grasa”.

Como lo hizo en Mi primera boda con las comedias de fiestas de casamiento, en Permitidos el director Ariel Winograd (Cara de queso, Vino para robar) sigue a rajatabla el modelo de la comedia norteamericana del tipo Pase libre (2011), aquella película donde Owen Wilson y Jason Sudeikis conseguían que sus esposas les dieran una semana de libertad para tener sexo con quien quisieran sin consecuencias. Pero acá, todo surge de una especie de malentendido: cuando Camila dijo que no le importaba si su novio llegaba a tener relaciones con Zoe del Río, lo hizo solo basada en la certeza de que tal cosa era imposible. La película se apura a explicar la situación en dos o tres escenas iniciales torpes, más interesadas en plantear el juego (algo así como una invitación a salir del cine discutiendo con amigos, “¿Y cuál es tu permitido?”) que en construir un mundo en el que puedan moverse sus personajes.

Chistes hay muchos, y algunos son mejores que otros: Lali Espósito es una buena comediante como lo demostró en Esperanza mía, y su escena de gritos frente a una cartel publicitario es realmente buena; Martín Piroyansky tiene un papel más sobrio pero su presencia siempre es efectiva. Liz Solari como la modelo a la que todos quieren coger pero nadie lo hace y Benjamín Vicuña como el permitido de Camila, un actor zen y preocupado por el medio ambiente que recuerda al Hansel de Zoolander, aportan un toque grotesco a ese mundo que para los comunes mortales de la película -es decir aquellos que no salen en la tele- está lleno de brillo pero solo hasta que lo miran más de cerca. Otras subtramas, como la traición de Mateo a su mejor amigo, parecen algo arbitrarias y algunas, como la de la presidenta del club de fans de Joaquín Campos interpretada por Maruja Bustamante que es un punto de delirio más que bienvenido, están directamente desperdiciadas.

Es lógico que el cine argentino procese la tradición de la comedia estadounidense porque es lo que más se consume en la actualidad, pero hay modos más originales de hacerlo y ahí están comedias como Voley de Martín Piroyansky o todas las películas de Ana Katz para demostrarlo.