Perfectos desconocidos

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrena Perfectos desconocidos, remake española del éxito italiano homónimo de Paolo Genovese. El film fue el más exitoso del año y el más taquillero de la filmografía de su realizador, Alex de la Iglesia.
14 largometrajes de ficción, una serie, un documental, un par de telefilms y varios cortos sueltos, avalan una de las filmografías más notables del cine español de las últimas décadas. Ex presidente de la Academia de Cine Español, Alex de la Iglesia es una figura mediática, un autor que ha apostado por el cine de género como ningún otro, haciendo escuela en España, influyendo a toda una nueva generación de realizadores, no sólo en su tierra natal sino incluso en Latinoamérica, en dónde, aún hoy, encuentra una gran cantidad de fans incondicionales de su cine.

Discutido, polémico, admirado y odiado por partes iguales, en España sus últimas obras no gozaron del reconocimiento que muchos esperaban y quizás merecía. Acaso, ya su estilo, tantas veces imitado, comenzó a agotar a los espectadores. Y de la Iglesia empezaba a repetirse. Tras un hermoso regreso a sus fuentes con Mi gran noche -que fue un fracaso comercial- le siguió El bar, otra notable decepción artística. Era hora de probar algo diferente, un éxito seguro.

La película de Paolo Genovese, Perfectos desconocidos, fue un sorpresivo éxito mundial. Una comedia teatral efectiva, no demasiado arriesgada o exigente, que se destacaba por el talento de sus protagonistas. Con esta remake española, Alex no sólo volvió al podio en la taquilla sino que consiguió el film más exitoso del 2017 en España y el más taquillero de su filmografía, seguido por Los crímenes de Oxford.

Entonces resulta irónico que un cineasta que dejó una huella por su innovación visual, por apostar a mezclar humor, terror y géneros fantásticos, satirizando las películas de Hollywood, pero con personajes marginales y marginalizados socialmente donde lo grotesco era una marca autoral, triunfe con producciones cuyo material original le son ajenos a su creatividad. Y para remarcar su distancia con estas producciones, elige actores que no son parte de su acostumbrada selección de intérpretes -en Perfectos desconocidos, salvo Pepón Nieto, el resto son figuritas exitosas, que nunca han trabajado con de la Iglesia; en Los crímenes de Oxford eligió un elenco anglosajón- y deja de lado su frenético estilo para mostrar que también puede ser prolijo y elegante con la puesta en escena.

Perfectos desconocidos exhibe a un grupo de amigos que se reúne en el departamento de una acomodada familia de la clase media alta española. Tres parejas y un eterno solterón comparten una cena durante un eclipse de luna llena roja. Así, de la Iglesia le agrega un componente fantástico bastante forzado y que resulta vilmente cobarde al final de la película, aun cuando corta con la moralina de la historia.

El conflicto es la dependencia de las personas hacia los teléfonos celulares y los secretos que cada integrante de esa cena guarda en su móvil. Esto plantea una especie de juego: dejar todos los celulares encima de la mesa, y cada vez que llega un mensaje o una llamada, todos se enterarán de los secretos de cada uno. De esta forma salen a la luz diversas infidelidades, dobles identidades, fantasías y otros menesteres privados bastante previsibles.

El problema básico de Perfectos desconocidos es que apuesta por el humor efectivo. Situaciones forzadas, reacciones que rozan el clisé y los lugares comunes, una estética que continuamente quiere escaparse de la teatralidad del material original, pero termina volviendo a ella. Y sobre todo la distancia. Aún en sus producciones más fallidas, Alex de la Iglesia está continuamente presente, incluso de forma excesiva. Pero los excesos son compensados, acaso, porque el director es fiel a sí mismo. Quizás no siempre son redondas sus obras -suele tener serios problemas con los finales que nunca están a la altura de su primera e inspirada hora- pero aún así se ganan el cariño porque muestran lo peor de la sociedad española.

Acá también la mayoría de los personajes son detestables, pero no está esa empatía por lo marginal y grotesco como en el resto de su obra. Debe ser por eso que sólo Pepón Nieto es lo mejor de la película. Aún cuando su conflicto personal muestra un retroceso ideológico increíble en el cine de su director, desde lo estético hasta lo interpretativo, se trata de lo único que une a la pieza con la filmografía del realizador. El resto del elenco se limita a cumplir lo que cada estereotipo propone con mejor o peor suerte. Lo de Eduardo Noriega -un actor mantenido en formol hace 25 años- y Ernesto Alterio es realmente detestable. Sobreactuados ambos, nunca encuentran una brújula. Dafne Fernández y Juana Acosta están un poco mejor, y la dupla Eduard Fernández-Belén Rueda demuestran su profesionalismo habitual, aunque no están a la altura de sus mejores trabajos.

El final, cobarde, incongruente, forzado, demuestra que no siempre éxito y creatividad van de la mano. Acaso, Los crímenes de Oxford, aún siendo intrascendente, tenía mayor coherencia narrativa, pero Perfectos desconocidos en su retroceso ideológico, su humor efectivista y su poca creatividad encuentra a Alex de la Iglesia en su peor momento artístico. Realmente penoso para un director que supo ser un ejemplo a seguir para toda una generación.