Percy Jackson y el ladrón del rayo

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Algo parecido al cine.

Chris Columbus supo escribir los guiones de esas maravillas del género infantil llamadas Los Goonies y Gremlins. Pero eso fue en los ochenta. Ya pasaron más de veinte años y en el medio Chris dirigió Mi pobre angelito, Mi pobre angelito II: perdido en Nueva York, Nueve meses, Papá por siempre y Rent. Estamos hablando de filmes sin alma, portadores de ideologías incoherentes o conservadoras, incluso aburridos.

Cuando le tocó abordar las adaptaciones de Harry Potter y la Piedra Filosofal y su continuación La Cámara Secreta, Columbus demostró una gran escasez de inventiva y libertad, plegándose a un guión elemental, excesivamente fiel a los hechos y situaciones de los libros, pero no a su espíritu. Son películas que avanzan a los tropezones, carentes de autonomía, preocupadas más por satisfacer de la forma más fácil posible a los fanáticos, sin tomar ningún riesgo. Por suerte apareció Alfonso Cuarón en la tercera parte para dar un vuelco radical en aquella saga.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, no había demasiadas expectativas con respecto a lo que el director de Stepmom pudiera hacer con la transposición a la pantalla grande de la primera parte de las aventuras del personaje de Percy Jackson, donde éste descubre que es un semidiós hijo de Poseidón, comenzando con el típico camino del héroe.

Y la verdad es que Columbus comete los mismos errores que tan caro le habían costado cuando dirigió los dos primeros filmes de Harry Potter. Va montando el relato como de a pedazos, sin confiar en el lenguaje del cine, como si ilustrar lo escrito en el libro fuera la única opción. En la mecánica sucesión de secuencias de Percy Jackson y el ladrón del rayo se pueden ver claramente las costuras. Incluso se puede señalar sin demasiado temor a equivocarse dónde terminan y comienzan cada uno de los capítulos del libro. No hay fluidez ni un desarrollo en profundidad de los personajes. Se hablan o se dan por sentado vínculos de sangre, romances o amistades que en verdad no encuentran asidero en las imágenes. Se pueden intuir los basamentos de un mundo particular, pero la película, al fin y al cabo, sólo parece encontrar su razón de ser como referente, como un elemento más del merchandising.

Difícil emparentar este producto con el ámbito cinematográfico. Podemos hablar de efectos especiales bastante funcionales, de un elenco de estrellas (Pierce Brosnan, Catherine Keener, Sean Bean, Steve Coogan, Rosario Dawson) que están correctos a pesar de actuar a reglamento, de unos jóvenes protagonistas que se la bancan bastante, de algunos chistes acertados, pero no de cine. El cine, como universo autárquico, está ausente.