Paraíso

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

La venganza de los humillados

Las atrocidades cometidas durante el Holocausto son un material inagotable para el cine, aunque de estas millones de tragedias se extraen además historias de vida y de supervivencia no dejan de ser importantes en materia de reflexión o análisis sobre la dualidad de la condición humana en sus fases más extremas, tanto en la perversión como en la abnegación. Los matices de abordaje histórico o dramático suponen siempre por parte de los directores un posicionamiento ligado a los valores y a la ética artística para representar (porque en esencia se trata de una representación) el horror humano.

En ese sentido, el nuevo opus del cineasta Andrei Konchalovsky, Paraíso, es un cabal ejemplo de una obra artística y contundente que pone relieve en la utilización dramática de los elementos cinematográficos y deja establecida la distancia y el encuadre como una toma de posición moral. No es un dato menor que estemos ante una película cruda, de una estética blanco y negro que cala los huesos y de un tratamiento majestuoso de la imagen, elementos que no necesitan del movimiento de cámara para transmitir fuerza y vitalidad.

Concentrada la historia en la idea de destino de tres personajes atravesados por el contexto de los campos de exterminio alemanes, el registro casi documental propuesto desde la puesta en escena por el director de Tango y Cash no sólo desarrolla el derrotero de una condesa rusa (Yuliya Vysotskaya) condenada al campo de concentración por haber escondido a dos niños judíos, sino los pormenores de la tarea colaboracionista de un francés y el pensamiento aberrante de un joven nazi, encargado de limpiar la corrupción de los jerarcas en puntos estratégicos, donde la aceitada máquina de matar en las cámaras de gas se veía saturada por la cantidad de trenes con prisioneros que arribaban hora tras hora.

El despojo de lo humano desde la racionalización y la eficacia contrasta con algunas de las intervenciones de la condesa y su testimonio a una cámara que nos interpela de manera constante como espectadores, aspecto que nos obliga a escuchar atentamente el infierno, sin imágenes y morbo que lo respalde. Por eso Paraíso genera mayores emociones en el público y busca con armas nobles sacudir al espectador de la pasividad de la butaca en un ejercicio de memoria implacable, con el objeto de que la historia jamás se vuelva a repetir pero sobre todas las cosas que el cine sirva para generar conciencia sin perder de vista su capacidad artística.