Pájaros volando

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Muchos pájaros en un film disperso

Hay una complicidad que preexiste a Pájaros volando, y es la que ocurre desde el nexo televisivo que el humorista Diego Capusotto viene desarrollando con tanto éxito y talento. Los seguidores fieles del ritual televisivo de Peter Capusotto y sus videos -entre quienes se cuenta este cronista sostienen un idilio con el actor que fuerza a la película de Néstor Montalbano como un ligamen más, aspecto que el film -por otro lado parece no pretender desmentir, mientras reitera un mismo gusto narrador, que remite a films anteriores como Soy tu aventura (2003) y El regreso de Peter Cascada (2005).

En este sentido, no se encontrará el espectador con un Capusotto fuera de lugar, extraño al gusto del televidente, sino con una de las tantas reformulaciones posibles del que su humor camaleónico es capaz. Pero lo que es hallazgo en el medio televisivo es reiteración para el ámbito del cine. En este sentido, es el esquema narrativo tan propio de la televisión el que se manifiesta de manera evidente desde la pantalla grande. Es así que lo que funcionaría como segmento o mediometraje se convierte, por momentos, en un fastidio de casi dos horas.

El argumento se estructura desde la posibilidad que a José (Capusotto) le representa el ofrecimiento de su primo, Miguel (Luis Luque): viajar a Las Pircas y ser el próximo tripulante privilegiado de un plato volador. Dado un presente musical apagado, apergaminado por un viejo hit de los '80 (aquí el título del film), José no duda demasiado en seguir la ruta hacia el mas allá, donde un pueblito de montañas con aires hippies y naturistas lo espera.

Hay momentos hilarantes, para celebrar. Y son aquellos que tienen que ver con la mirada -irrespetuosa- o, mejor, políticamente incorrecta. Desde esta situación, desfilarán entonces, y por orden de aparición, todos los clichés de la sociedad reaccionaria o asumidamente progresista: hippies canosos y de, digamos, ánimos alterados post lisergia, artesanos de procederes mafiosos, un botánico de izquierda extrema que defiende -claro las raíces culturales, y un pseudo Horacio Guaraní que no duda en entonar ser argentino hasta la p... madre.

Es desde estos lugares cuando el film se disfruta, merced al desacartonamiento que provoca, a la ofensa adrede que provoca al tradicionalismo vetusto y regional. Pero cuando el relato debe sostenerse, hilvanarse, es poco lo que queda por ofrecer. Sólo situaciones aisladas. Es entonces cuando éstas se reiteran o, todavía, se extralimitan. Allí cuando ni siquiera los mismos intérpretes parecen recordar la necesidad de resultar creíbles.

En última instancia, sirvan estas líneas para rescatar la labor demente de Luis Luque, quien parece no tener inconveniente alguno para componer un papel cualquiera. De cabeza rapada y túnica blanca, Luque es capaz de cualquier cosa; como de, por ejemplo, entablar diálogo con lucecitas aluciernagadas. Luque, por sí solo, es todo un síntoma de gran actor.