Operación México, un pacto de amor

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

El problema de las moralejas

Las vidas de Tucho Valenzuela y Raquel Negro son víctimas de una puesta redundante que evita asumir lo que sus personajes reclaman.

Entre lealtades y traiciones, Operación México, un acto de amor hace de la relación entre Tulio (Tucho) Valenzuela y Raquel Negro el nudo del conflicto y su síntesis dramática. Militantes montoneros, su relación esencial alude al porvenir: padres de tres hijos, dos de ellos mellizos nacidos en cautiverio, de los cuales falta aún uno por encontrar (tarea de amor que Sabrina Gullino Valenzuela Negro lleva adelante con sus dos hermanos, desde el recupero de su identidad en 2008).

Raquel Negro desapareció tras dar a luz a los mellizos, en marzo de 1978; Tucho fue asesinado en Paso de los Libres en julio de ese año, luego de viajar a México y hacerle creer al grupo de tareas de Leopoldo Galtieri que entregaría a la cúpula de Montoneros. Por otro lado, tras un juicio revolucionario en Cuba, Valenzuela fue degradado de su rango.

Esta escalada compleja, que la película retrata de manera didáctica, tiene en el vínculo entre Raquel y Tucho ‑como se decía‑ el plot que articula y organiza la historia, con gradación de la información e ingrediente final que revele el panorama completo, resuelva el suspense, y deje ‑ay‑ una enseñanza.

El resultado formal, justamente, está más cercano a la resolución televisiva ‑tal vez influya la procedencia profesional de Bechini, de trayecto en ese medio‑ que a la yuxtaposición de imágenes. Vale decir, lo que se privilegia en Operación México es el golpe de efecto; en primer término, a partir de las caracterizaciones, tendientes a la casi caricatura, muy contorneadas. Al respecto, Héctor Calori como Galtieri y Patricio Contreras como el general Luciano Jáuregui, bastan como botón de muestra: rígidos, de acentos castrenses, con decires que subrayan las intenciones y vuelven evidentes ciertos rasgos: Galtieri sabía mucho de la Segunda Guerra, ¿hace falta señalarlo?, ¿no sería mejor que surja de la acción?

Desde una apreciación general, los diálogos parecen deudores de la letra literaria ‑que emana del libro de Rafael Bielsa‑, evidentemente escritos y recitados. Tales cuestiones se anudan con otras: los planos / contraplanos son sumamente correctos, con detalles que buscan evidencia obvia (el arma dentro del bolso de Raquel, el corte por acercamiento a quienes toman sol en la quinta de Funes, el whisky de Galtieri que se repite...¡dos veces!). No hay momentos vacíos, ambiguos, que permitan al espectador participar de otras maneras, donde sean protagonistas los matices.

De igual modo, la música acentúa las acciones y cumple una función retórica: al momento del secuestro de Tucho y María se escucha una melodía que bien podría servir a un film de acción; durante los encuentros íntimos de Raquel y Tucho, un piano dramático y reiterativo los surca melosamente. Así también con los flashbacks, dedicados a rellenar los huecos informativos, como es el caso del asesinato de Cáceres Monié y su esposa, en 1975, en donde estuvo implicado Tucho. Es decir, Operación México es una película de construcción lineal, previsible, fácilmente legible.

El suspense que pretende, por otra parte, no es tal. Dada la construcción formal propuesta, no hay preguntas que permanezcan rebotando, que hagan al espectador detenerse para interrogarse. Hay aspectos que la relacionan demasiado con una película de acción, con momentos de espionaje y sorpresas sobreactuadas.

Además, hay resoluciones que no debieran figurar: una de ellas es la del sueño repentino ‑por ser actuado de esta manera literal‑ que ataca a los detenidos en la quinta de Funes, tras la cerveza adulterada (luego del correspondiente plano con su diálogo de alerta). Otro es el detalle de los cuerpos reventados por balas: la cabeza agujereada por un disparo se asemeja a un tipo de registro que dialoga con otro verosímil, ajeno al de la temática que se aborda.

En cuanto a las caracterizaciones de Luciano Cáceres y Ximena Fassi (Tucho y Raquel), quien destaca es ella, capaz de sensibilizar, de ser fuerte y templada. Su interpretación puede ir de la desesperación a la decisión, y en el mismo plano. Si bien para concluir con una frase que, está claro, ya no es de su responsabilidad, sino del montaje: un cierre argumental con moraleja, que reduce cualquier potencia conflictiva y transgresora.