Omar

Crítica de Fernando López - La Nación

Vivir, amar y luchar en una tierra ocupada

Es una realidad que conoce bien la que retrata Hany Abu Assad en este film que mereció el premio del jurado de Un Certain Regard en Cannes 2013 y posteriormente fue uno de los cinco títulos nominados al Oscar: el escenario es la Palestina de estos tiempos de ocupación, a un lado y otro de ese alto muro que Israel levantó para protegerse del terrorismo y que, en realidad, divide en dos a sus habitantes. Y no hacen falta demasiadas explicaciones para exponer la situación. Basta la escena inaugural, con Omar, el joven panadero que, con las debidas precauciones, se trepa rápidamente al muro para pasar al otro lado, donde vive y estudia Nadia, la muchacha de la que está enamorado. Son visitas furtivas porque al peligro de las patrullas y las balas se suma también la estricta vigilancia familiar, especialmente de parte del celoso hermano de la chica, Tarek. Con éste, a quien todavía no se ha decidido a confesarle ese sentimiento, y con Ajmad, cuya especialidad es la imitación de Marlon Brando, Omar integra desde la infancia un entrañable trío de amigos, que ahora, vista la situación, se prepara para conformar una célula de resistencia contra la ocupación.

Pero a éstos, que se definen como "combatientes de la libertad" y pasan por experiencias comunes a las que viven muchos muchachos en situaciones no tan excepcionales, no los acompaña la fortuna: en una de las primeras acciones del grupo, un soldado israelí termina muerto y pocos días después, Omar es el único que resulta apresado y torturado salvajemente para que identifique al asesino.

La única forma posible de recuperar la libertad -según la propuesta que recibe de un agente israelí de gesto amistoso- implica una traición. A sí mismo, a la causa, a sus amigos, a Nadia. El dilema que se le presenta es dramático y aparentemente sin solución.

El conflicto árabe-israelí está siempre presente (él determina la base de la historia, claro), y Abu Assad lo expone con los ojos de un palestino, pero su visión no es parcial ni tendenciosa: más que justificar sus conductas busca explicar su porqué. Y apunta sobre todo al drama humano que padecen Omar y los demás. Ésa es la resonancia que prefiere subrayar el cineasta de El paraíso ahora, aun por encima de los otros elementos que se entrelazan en el relato y alimentan su interés: la historia de amor, el thriller, la manipulación, la paranoia y las distintas manifestaciones de la violencia.

Los cambios de tono se suceden (hay romance, humor, intensidad dramática, unos cuantos interrogantes) y pueden parecer sorpresivos, pero es probable que con ellos el realizador palestino también contribuya a dar a su película una veracidad que descarta cualquier artificio o voluntad de manipulación y que, probablemente, también aportan los actores. Todos debutantes, a excepción del norteamericano y también productor Waleed F. Zuaiter (impecable como el agente israelí que propone el pacto al protagonista). Entre todos ellos, Adam Bakri impone su vigorosa y expresiva presencia en el personaje central.