Omar

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

El primer film de espías palestino

El realizador de El paraíso ahora demuestra cierta habilidad para conjugar el comentario político y social con los resortes de un cine narrativamente transparente e incluso clásico, rozando, en algunos momentos, el suspenso y el melodrama.

Omar observa el tránsito en las calles de un barrio palestino, espera pacientemente y, en el momento adecuado, trepa ágilmente el altísimo muro que separa uno y otro barrio de Cisjordania. Un disparo de soldados israelíes lo hace descender más rápido de lo pensado, pero eso no impide que pueda llegar hasta la casa de su amigo Tarek y de su hermana Nadia, con la cual mantiene una relación amorosa puramente epistolar. Esa escena, que transcurre con gran sentido del ritmo y un trabajo de cámara y montaje nerviosos, define en gran medida –durante los primeros minutos de proyección– los designios del quinto largometraje de Hany Abu-Assad, film que tuvo su arranque mundial hace dos años en el Festival de Cannes y que, más recientemente, obtuvo una nominación a los premios Oscar. Ya en Rana’s Wedding (2002) y, particularmente, en El paraíso ahora (2005) –también nominada por la Academia de Hollywood– el realizador palestino nacido en Nazaret supo demostrar cierta habilidad para conjugar el comentario político y social con los resortes de un cine narrativamente transparente e incluso clásico. Rozando y, en algunos casos, entrando de lleno en los mecanismos del género, fundamentalmente el suspenso y el melodrama.Es el caso de Omar, a tal punto que podría definírsela como la primera película de espías producida en los territorios palestinos. Como en El paraíso ahora, la decisión de un grupo de amigos (dos en aquella película, tres ahora) de tomar el toro por las astas, abandonar la pasividad y pasar a una posición de ataque cambiará la vida del protagonista, aunque el hecho en cuestión –un atentado contra un destacamento de soldados israelíes– es en Omar el punto de partida y no el de llegada de la narración. La situación personal se complica, precisamente, cuando el joven es detenido por las fuerzas de seguridad y obligado –previas sesiones de tortura física y psicológica– a tomar una difícil determinación: traicionar a sus amigos a cambio de la libertad y el reencuentro con su amada Nadia o pasar muchos, muchísimos años en la cárcel. De allí en más y hasta el último tercio del relato, el realizador administra claves, secretos, miradas, cartas y llamadas telefónicas de forma tal que el espectador nunca sabe certeramente quién engaña a quién y cuál es, finalmente, el camino elegido por el héroe (Adam Bakri, cuyos rasgos y la forma en la cual el film los retrata hacen pensar en el concepto nunca perimido de galán).Abu-Assad hace un uso muy eficaz del rodaje en locaciones en un par de escenas de persecución a través de las callejas y tejados de Nablús. Como en la escena del inicio en el muro, de la literalidad de los saltos y corridas el espectador puede inferir una carga simbólica ligada a la idea de la supervivencia: la obligación de aguzar el ingenio para seguir transitando y habitando una ciudad sitiada, golpeada por la violencia cotidiana. Una reafirmación del lugar propio que en tantas ocasiones puede sentirse como ajeno. Asimismo, la necesidad de generar una empatía absoluta con Omar y bajar a tierra el conflicto lleva al realizador a tomar decisiones un tanto simplistas: el momento en el cual el protagonista decide participar del acto que tendrá como consecuencia su detención es precedido por una escena en la cual un grupo de soldados lo humilla de diversas maneras a un costado de la ruta. En la misma línea, el agente israelí encargado de su caso será “humanizado” en varias oportunidades, pero de manera un tanto artificial, como si fuera un caso práctico de aplicación de las enseñanzas de un curso de guión.Más cerca de Pépé le Moko que de las intensas fábulas de su coterráneo Elia Suleiman, el cine de Abu-Assad se debate entre la representación de las penurias de un pueblo y la exigencia de hacer llegar sus ideas en un formato narrativo por momentos demasiado convencional. Tal vez por ello los últimos tramos de Omar se sienten tan poco interesantes, una vez que la potencia inicial se entrega casi totalmente a las vueltas de tuerca, al drama romántico disfrazado de fatalismo causado por la opresión del aparato estatal.