Nunca digas su nombre

Crítica de Fernando Sandro - Alta Peli

El innombrable.

Stacy Title será siempre “recordada” por una de las películas sorpresa de la segunda mitad de los ’90. La última cena sigue siendo admirada por su humor negro y su tono crítico y desfachatado de la doble moralidad de los ciudadanos estadounidenses bien pensantes. Junto con otras inauguró una nueva era del cine indie con un pie adentro y otro fuera de Hollywwod.

Pero pasó el tiempo y no supimos más nada de Title, por lo menos en el gran mercado. Hasta ahora, que veinte dos años después se nos vuelve a presentar con Nunca digas su nombre, de algún modo, una antítesis de aquella.

Lo cierto es que la directora, en el medio de estas dos obras, realizó otras películas, que la encaminaron dentro del terror, pero la alejaron de los estrenos en sala, y que, créanme, ni siquiera es saludable recordar.

¿Qué podíamos esperar de una directora que supo entregar una película con una mirada ácida sobre la muerte? Nunca digas su nombre, basada en un relato de Robert Damon Schneck, es un film de terror clásico, a su favor no intenta subirse a ninguna moda actual, y presenta un “monstruo” que podría haber funcionado en una saga fructífera.

Luego de una escena previa que pareciera encaminarse por esos senderos irónicos, se nos presenta a Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas), y el amigo de ambos John (Lucien Laviscount). Los tres son jóvenes universitarios que consiguen una casa en la que podrán convivir escapando de los gastos del campus. Desde el inicio se nos presenta a Elliot como una persona muy responsable, que quiere formalizar con su novia, y tiene una relación fraternal con John. Es más, su hermano es capaz de encargarle el cuidado ocasional de su sobrina. Todo marcharía perfecto de no ser porque, obvio, en esa casa antigua se esconde un secreto. En el sótano hay una mesita de luz, y en el reverso del cajón de esa mesita, se encuentran escritas cuatro palabras, un nombre, The Bye Bye Man (El hombre del adiós); y que al pronunciarlo – lo hacen durante una sesión de espiritismo, porque sí – desata una maldición que llevará a la locura a quien se entere de ese nombre. The Bye Bye Man se te mete en la cabeza, no podés parar de pensar en él, te hace ver cosas que no son, entrando en una peligrosa paranoia y; además, ese pensamiento permanente lo fortalece, haciéndose presente y llevándote con él.

Bye Bye Man (en la piel del multifacético Doug Jones) es un personaje interesante, no es un slasher, no habla, simplemente se presenta, acosa y mete miedo con su presencia. Más allá de las burlas que generó en su estreno en EE.UU. por lo ridículo del nombre; cuando la historia se aboca a sus sustos, gana. Pero Nunca digas su nombre decide centrarse demasiado en Elliot y los problemas que lo aquejan, descuida al terror, y se llena de baches argumentales por todos lados.

Más allá de que Elliot se muestra casi como un joven ejemplar, cuesta empatizar con él, lo mismo que con Sacha y John, son personajes planos, y en algún punto, odiosos. Las interpretaciones de Smith, Bonas (cuyo mayor mérito es haber sido novia del Príncipe Harry de Gran Bretaña), y Leviscount, no ayudan en absoluto. Por ahí se puede ver a Carrie Anne Moss, y uno entiende por qué desapareció paulatinamente después de Matrix.

La dirección de Title es totalmente falta de inspiración, no hay clima, ni un tono correcto, todo es de manual y desganado. No hay ningún tipo de lectura más allá de lo básico de pongamos a tres personajes torpes a ser asustados por el cuco de turno.

Conclusión:
Nunca digas su nombre tenía los elementos para meter miedo, para crear un monstruo memorable, y hacernos sentir el terror de sus protagonistas. La serie de fallidos continuos, y una realización plana, terminan por tirar esta idea por la borda.