Noche de miedo

Crítica de Sebastián Nuñez - Leer Cine

LA ABSURDIDAD DEL MAL

Remake de la recordada La hora del espanto (1986), este film de horror con toques de humor, se destaca por su estructura clásica y por devolverle a la figura del vampiro su maligna y aterradora esencia.

El vampiro es un arquetipo, un mito. Por eso siempre está. Pero según el signo de los tiempos, la suerte de sus representaciones. Hoy día podríamos decir que estamos frente a un auge, o moda, del tema vampírico, y esto pude notarse en la literatura, el cine y la televisión. ¿La suerte que corre tal tema? Nada buena: es muy poco lo rescatable, ya que la mayoría del material colabora al vaciamiento del mito, maquillando a las malignas criaturas con cursilerías varias, poses cool, romanticismo mal entendido, naderías adolescentes, parodias y alegorías sociales. El vampiro vuelto fetiche, ni más ni menos.
Pero –decíamos- el arquetipo, el mito, siempre está, así que no resulta extraño que en alguna de sus actuales representaciones sea capaz de aparecer en su dimensión correspondiente. Noche de miedo (Fright Night), remake de un pequeño clásico de los 80, es el film-lugar donde el vampiro vuelve ser lo que siempre fue: esa criatura primitiva y aterradora. Una otredad absoluta y diabólica. Una fidedigna representación del mal.
>br> La historia se centra en Charlie, un adolescente a quien no le queda más remedio que aceptar que el seductor hombre que tiene como vecino, y que en principio despierta el interés de su madre y de su novia, es un vampiro. Esta situación le es advertida en primera instancia por un compañero de colegio, antiguo amigo cuya condición de nerd los ha distanciado. Cuando este viejo amigo desaparece (a manos del vampiro), comienza la “aventura” de Charlie, un camino que lo llevará por tres estadios: el de descubrimiento, el de supervivencia-escape, y finalmente el correspondiente contraataque para eliminar al vampiro y rescatar a su novia. Una estructura clásica tanto en su faz narrativa como en la simbólica: el camino del héroe puesto en escena como el otro arquetipo (representante del bien) necesario para contraponer al del vampiro.

Y es ese transitar por estructuras clásicas lo que le permite a Noche de miedo ser una lograda película de género, que invita al espectador a recorrer el camino junto al héroe, identificarse con él, y experimentar –vicariamente- como propias todas las experiencias terroríficas que se presentan en la pantalla. Un tren fantasma, un laberinto ilusorio repleto pruebas. Eso y no otra cosa ha sido siempre el buen cine de terror. Y esto se logra no por la espectacularidad ni cantidad de efectos especiales, sino –sobre todo- por la rigurosidad de la puesta en escena y la narración.

Otra virtud de Noche de miedo es la inclusión de momentos cómicos, algo que ya estaba presente en el film original, y que aquí resaltan por el buen manejo que se hace de ellos. En primer lugar porque escapan de la parodia, y así el tema del vampiro y el terror que se genera alrededor nunca dejan de ser tomados y representados en serio. Hay más de una ocasión en las que se produce un clima raro, producto de la irrupción de detalles graciosos en medio de situaciones de espanto. Entonces, lo que se ve resulta absurdo. Tan absurdo como lo es en sí la presencia de un vampiro, del mal más puro, en un mundo donde tal cosa es imposible de creer, y por lo tanto –y sobre todo- imposible de identificar y, faltalmente, de combatir. Charlie no tiene la menor idea de cómo enfrentar al vampiro, y apenas si conoce ciertos lugares comunes, como que nunca se lo debe invitar a entrar al hogar o que le repelen los crucifijos. En uno de los grandes momentos de la película, el vampiro le dice, mientras el protagonista trata de espantarlo con una cruz, que si no tiene fe, no sirve de nada. Esa declaración es una clave: Charlie, en su perfecto pueblito norteamericano, vive una realidad totalmente secularizada, y por lo tanto no tiene con qué enfrentar a esta encarnación diabólica, que, como decíamos al principio, es mostrada como tal y sin vueltas.

Este vampiro, como todo ser demoniaco, se muestra como un gran tentador que se sirve de las debilidades humanas y sus deseos. Así, al amigo nerd, antes de morderlo, lo seduce recordándole todo el remordimiento que este tiene por haber sido siempre el blanco de burlas y abusos, y a la novia de Charlie, que nos fue mostrada con claras apetencias sexuales, directamente la posee a través del erotismo. Cabe destacar la escena en la que transcurre esto último, donde en medio de un boliche el vampiro puede hacer de las suyas mientas el resto del mundo –que goza y ríe- es incapaz de notar los terribles hechos que allí suceden. Y algo más. En el instante en que su novia está siendo poseída, a Charlie lo echan del lugar por ser menor de edad. Otra vez el absurdo: mientras que alguien es apartado por ser menor de edad, en mismo lugar, y a pocos metros, una chica, también menor, puede montar una escena erótica con un hombre mayor sin que nadie lo note. El mal presente en lo cotidiano parece ser el tema central Noche de miedo. Lo absurdo se presenta también a través del personaje que aportará la solución. Una especie de showman que monta espectáculos de temas vampíricos en los casinos de Las Vegas. A él recurre Charlie, y en él encontrará la forma para matar al vampiro y recuperar a su novia cuando le provea un objeto sagrado y primitivo, totalmente ajeno al mundo en el que viven los personajes de la película, y única herramienta capaz de terminar con el monstruo. Esto refuerza, por si hacia falta, la gran virtud de Noche de miedo: devolverle a la criatura de colmillos afilados su verdadera esencia maligna.

Quedará en cada espectador la tarea de leer o interpretar este mal según pueda, quiera o le convenga. Ya sea como metáfora de algo contingente (como del despertar sexual o crecimiento del protagonista, por ejemplo) o como una visión de algo más raigal y primario.
Allí están las manzanas que tan llamativamente come el vampiro en cuestión para orientarnos.