No te olvides de mi

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Un afecto de gestos pequeños

Un anarquista, en viaje con otros tres personajes, dispara este film. La fricción social y ciertos desafíos los esperan.

Hay un dejo emotivo que No te olvides de mí construye de manera paulatina, y que finalmente se siente. Es una sensación que se delinea de a poco, entre los silencios y las miradas. Cuando los diálogos dicen, lo hacen de manera sesgada, siempre guardando puntos suspensivos: a partir de un guión evidentemente premeditado y sin embargo transgredido. Es casi raro, los diálogos se actúan pero no se nota, parecen "bressonianamente" dichos. Un equilibrio formal que resulta admirable.

Todo esto, a partir del periplo de viaje que emprende un anarquista (Leonardo Sbaraglia) en los años '30, luego de salir de la cárcel, en busca de ese gallo de riña, el Rey, que dice suyo. En el camino se cruza con dos hermanos (Cumelen Sanz y Santiago Saranite), que buscan a su padre. El camión con gallinas de Mateo oficia entonces de reducto a compartir, entre las historias de estos personajes que apenas evidencian lo que les pasa, y eso es más que suficiente. La llanura pampeana ofrece un escenario de aire, de tierra, y ‑en palabras justas de Mateo‑ con "olor a bosta".

Las vacas desfilan ante la vista de los hermanos, el cerco que las contiene también. El gesto ceñudo de Cumelen Sanz aporta, en este sentido, una cerrazón de la que su hermanito habla, pero poco entiende. Tanto como lo suponen los gestos amigables y perspicaces de Sbaraglia. En el trío comienza entonces a tejerse algo que tal vez transgreda lo que cargan, entre gallinas sin gallo y huevos para vender.

Ese gallo, Mac Guffin al fin y al cabo, se llama Rey. Curioso sobrenombre elegido por un anarquista. Semántica que a su vez rebota con la supuesta por la iglesia de la que sale su alguna vez novia, también anarquista. La superposición de detalles provoca matices que contradicen, que señalan no sólo de cara a personajes con facetas cambiantes, sino a una sociedad que se transforma desde la asimilación y limado de asperezas. La anarquista ahora es una madre que prefiere hablar del "destino". Mateo, en cambio, rumbea hacia otros lados.

Pero, visto el horizonte, todo parecería más o menos cerrado. El antiguo amigo de andanzas de Mateo, así como su gallo de riña fuerte, ahora son algo diferente. Hay que ver la película para descubrir estas mutaciones. Progresivamente, Mateo parece asemejarse más y más a un caballero de armadura oxidada, solitario, que deambulará siempre y cuando su camioncito aguante, sin saber muy bien hacia dónde. Lo que en el camino aparece ‑como se decía, de a poco‑ es el vínculo naciente entre estos tres personajes desarraigados y sonámbulos, cuyas miradas alteradas recuerdan al cine italiano de posguerra: a través de ellos, el mundo circundante pasa a ser algo más, misterioso, atractivo.

No sólo eso, hay una sensación de felicidad casi perdida que la película de Fernanda Ramondo logra comunicar. Se encuentra, así, espiritualmente cercana a Luna de papel, de Peter Bogdanovich: la década es la misma que la del film norteamericano, las desgracias también, tanto como el afecto naciente entre los personajes. Puesto que el film no se dedica a subrayar lo que se propone, sino que permite que sea la asociación figurativa y los vacíos premeditados los que prevalezcan, la consecuencia es la construcción de un espacio que excede a la época ‑brillantemente resuelta, desde planos cerrados y travellings en donde el cielo barre junto al verde del campo‑. De esto modo, las cercanías no dichas son más fuertes.Por eso, cuando la distancia entre los personajes crezca, cuando la lejanía surja como el "destino", será cuando más cercanos sientaa los personajes el espectador.

Al respecto, la resolución que promueve la película es ejemplar. Apenas se sugiere, pero es muy posible que el vestido ‑que es regalo de Mateo‑ que Aurelia utiliza como almohada tenga que ver más con un desenlace en forma de sueño que con otra cosa. Eso sí, el sueño en tanto mirada que desnivela lo habitual, así como esos "pequeños" decires de Mateo, en los cuales se manifiesta desentendido del trabajo, seducido por el andar, y desafiante a la autoridad. Si el camioncito se para, habrá que pedir ayuda. Y seguir. De eso se trata.