No mires

Crítica de Luciano Mariconda - A Sala Llena

IMITACION DE LA VIDA

Si no fuese visto como un acto de locura, María le copiaría el look al Tío Cosa. Al menos, afortunadamente para ella, su pelo le puede tapar las orejas y una parte del rostro. En los dibujos animados, su parecido es Violeta Parr, la adolescente de Los Increíbles; en la realidad, es más complicado. En su círculo íntimo solo tiene una amiga, o algo así: en realidad, esa tal Lily la necesita para realzar su brillo interior blanco y rubio. Allá, lejos de los deportes y de cualquier tipo de excusa social, María observa a Lily y a su novio Sean, el integrante que faltaba en la postal inoxidable del rey y la reina del baile de graduación. En ese momento, el deseo de pertenecer, de ocupar el lugar se intensifica detrás de sus ojos verdes. Si eso es apenas el material inflamable, la chispa que enciende el fuego interno es otra cena incómoda con sus padres (un cirujano frívolo y déspota y una ama de casa manipulada por su esposo): aunque María se levante de la mesa y corra enojada tras las críticas de siempre, podríamos deducir que no es la primera vez que pasa esto.

Una noche, la joven nota que su reflejo no está interesado en imitarla mientras se masturba con el objetivo de descargar la represión acumulada del día. Al principio asustada, luego tentada, María quiere saber qué pasa. Airam entra en la película y en su vida. Airam (una pena este anagrama zonzo) tiene la personalidad que su contraparte precisa para afrontar los problemas cotidianos. Cada charla es una confesión nueva que las acerca. De a poco, su alma gemela malvada comienza a manipularla. En su influencia, combinación entre la dulzura de la compañía y la perversidad por los planes ocultos, Airam parece remarcar las mismas huellas caminadas por el primer Chucky y su relación con el pequeño Andy. El momento es inevitable: para cambiar lugares, el contrato requiere que las manos estén apoyadas en el vidrio y que un beso selle la transferencia.

Al igual que un capitulo de La dimensión desconocida para otra nueva generación, No mires no pierde segundos en explicar quién es la chica del espejo (hay que concederle a su director Assaf Bernstein la decisión de no ceder a las moralejas tan comunes en esa serie); es la historia de un pacto fáustico entre las dos caras de una misma persona. En vez de sucumbir ante un relato demasiado estudioso sobre los conflictos adolescentes, la película divierte al beber de fuentes diversas. Sí, su costado más académico diserta citas sobre “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” pero, en sus minutos más felices y absurdos, No mires es una mezcla irresistible entre El vengador anónimo y cualquier capítulo de Gossip girl.

También hay espacio para sutilezas inesperadas. Cuando Airam le recuerda los hechos terribles que sufrieron en su infancia por culpa de Lily, María no admite con soltura esa porción del pasado. En apenas unas líneas, el film indica que el mejor truco del ser humano es olvidar aquellos momentos crueles pero que aun carcomen, imperceptibles, nuestro espíritu. No mires es delicada al vincular la represión sexual en los adolescentes y adultos con la casa gélida que habitan, una puesta en escena que insinúa menos un hogar que un quirófano: Bernstein pretende dialogar la lucha dual de Pacto de amor con la tristeza material de los melodramas de Douglas Sirk.

El film no decide qué hacer con lo construido al promediar el acto final y eso es una lástima: se agolpan hechos a las apuradas, como si el director se acordase de pronto que hay que terminar ya –pero ya– su obra. Si se dejan de lado los homenajes más obvios a su hada madrina Carrie (la fiesta en esta película es tan genérica y gratuita que es más una nota al pie hundida por la trivialidad que una parte importante de la historia), No mires es divertida al centrarse en el ajuste de cuentas de Airam: desenmascarar secretos de su padre, ayudar a su madre a liberar el peso del silencio y demostrarle a Lily quién es la reina del patinaje sobre hielo. Alguien tiene que hacer este trabajo orgásmicamente sucio.