No mires

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Un Frankenstein armado con ideas clásicas

María es una adolescente lánguida y abúlica, más entristecida que triste, para quien todo en su vida parece un tormento. El diálogo con sus padres (un estricto y distante cirujano plástico y una madre depresiva) es casi tan escaso como lo que come: casi nada. En la escuela, lejos de pasar desapercibida es acosada por el patotero de turno y su corte de reidores. Apenas cuenta con una amiga, una chica superficial que tampoco es una gran compañera, y el compasivo novio de esta, que cada tanto la defiende de las agresiones. Una noche María descubre, oculta detrás del espejo de su habitación, la foto de una ecografía en la que se ven dos fetos. Esa misma noche su propio reflejo en el espejo del baño se revelará independiente. Luego del susto inicial, María comenzará un diálogo con esa otra, llamada Airam, que parece ser su opuesto perfecto. Lejos de ser un alma torturada, Airam es segura, sarcástica y su mirada transmite cierta malicia de la que María es incapaz.

Aunque no se trata de una película de terror, sino más bien de un thriller fantástico, No mires comparte la genealogía estética de ese tipo de cine. Dirigida por el israelí Assaf Bernstein, quien alcanzó cierta popularidad como director de la serie de Netflix Fauda, No mires es como un Frankenstein montado con partes de ideas clásicas. Un poco de Carrie y otro poco de La mitad siniestra (novelas de Stephen King adaptadas al cine por Brian De Palma y George Romero respectivamente), una pizca de Jeckyll y Hide y dos cucharadas de El otro, film de culto de 1972 dirigido por Robert Mulligan. Todo eso saltado en el fondo de cocción de la teoría psicoanalítica. Ambas circunstancias –el no ser estrictamente una película de terror y su carácter de collage de ideas “prestadas”–, logran posicionar a No mires por encima de la media de las películas de género que se estrenan en la cartelera local.

Pero sus referencias son inevitables, fatales de tan evidentes. Tanto que la vuelven obvia, predecible y anulan toda posibilidad de provocar la más mínima sorpresa en un espectador informado. Si además se suma cierta ingenuidad para resolver algunas cuestiones (la inversión del nombre de la protagonista es un ejemplo cabal), la defensa de No mires se vuelve más complicada. Se pueden mencionar la oportuna elección del reparto y su buen desempeño (aunque el desafío de interpretar a dos opuestos le quede un poco grande a la joven India Eisley); la densidad de algunos personajes, como los padres de María, interpretados por Jason Isaacs y la reaparecida Mia Sorvino; o cierta eficacia a la hora de crear climas. Nada de eso convierte a No mires en una gran película, aunque la alejan del repudio. Pero lo mejor de la película llega con su escena final, resuelta con un espejo. Con mucho ingenio, Bersntein diseña un dispositivo que remite al arte de lo cinematográfico que es un muy modesto pero poderoso hallazgo. Nada que salve a la película ni que lo vaya a volver famoso, pero que merece ser reconocido.