Nessuno si salva da solo

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El rencor después del amor

El surgimiento, apogeo, crisis y final de una pareja con dos buenos intérpretes (Riccardo Scamarcio y Jasmine Trinca), pero con una tendencia a la verborragia, al subrayado y a la grandilocuencia que estreopea el resultado final.

Nessuno si salva da solo es una prototípica película italiana contemporánea: prolija, vistosa, profesional, pero al mismo tiempo demasiado recargada y subrayada en su mirada melancólica a la crisis de una pareja de clase media con hijos.

Gaetano (Riccardo Scamarcio) y Delia (Jasmine Trinca) se han divorciado hace poco, pero se encuentran para una cena en un lujoso restaurante con el objetivo (excusa) de resolver cómo será el verano de los dos chicos. Claro que durante la charla surgirán recuerdos de la etapa de enamoramiento (no exenta de pasión) y, por supuesto, también rencores, reacciones violentas y pases de facturas cruzadas. ¿El amor se ha enterrado para siempre o todavía esta ahí, muy cerca de la superficie?

En su quinto largometraje como director (tiene una larga trayectoria como actor), el realizador de Un loco amor, Venuto al mondo y La bellezza del somaro apela al recurso del flashback para transportar al espectador desde un presente plagado de reproches hacia un pasado en el que se va mostrando el surgimiento, apogeo, crisis y disolución de la pareja.

En esos flashbacks hay escenas de sexo apasionadas, reacciones ante la paternidad-maternidad (él será un padre bastante ausente), discusiones de pareja y con los familiares (en especial la madre de ella), proyectos laborales (ella es nutricionista y él, guionista de cine y televisión), problemas médicos y así; es decir, una suerte de “grandes éxitos” de un matrimonio tipo de clase acomodada en la Italia de hoy.

La película se ve por momentos con cierto agrado; en otros, en cambio, se torna una suerte de culebrón, de lamento, de expiación, de confesiones íntimas, de exploración de los celos, la paranoia y el miedo al fracaso en la que todo luce demasiado armado, calculado y, sobre todo, obvio en su verborragia algo grandilocuente. Hasta las canciones (algunas bellas, como las de Leonard Cohen) resultan en ese contexto más artificiales que funcionales.