Nebraska

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El viajante y el camino

Parece que para el director Alexander Payne las transformaciones se producen luego de atravesar un camino de aprendizaje que implica retroceder hacia el pasado pero siempre con los ojos para adelante. Es ese recuerdo y la búsqueda el que traza la dirección en todos sus personajes y para los cuales el trasvasamiento generacional –evitemos las alusiones políticas del término- es fundamental. Padres e hijos a veces presentes y otras desde la propia ausencia transitan un sinuoso pero fructífero viaje iniciático y así duelan el ayer para asimilar el aquí y ahora transformado.

Con Nebraska, la operación resulta similar a lo que ocurría con otro film del director también protagonizado por un anciano, Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), en ambas la idea reparadora funciona como un legado para los otros cuando las instancias de la propia existencia se ven confrontadas con el inevitable paso del tiempo y con el inminente final. Por eso un autoengaño es el pretexto que motoriza un reencuentro entre padre e hijo bajo la excusa de ir a reclamar un premio de un millón de dólares por una carta que bajo la argucia publicitaria funciona de carnada para la pesca de incautos o desesperados.

Claro que el protagonista, Woody Grant (Bruce Dern), viene de un mundo en el que la palabra tenía un valor y por ese motivo considera que lo que está escrito es prueba contundente para realizar un viaje de más de mil kilómetros en la topografía mustia de la América más profunda y bajo el aletargante recorrido, que tiene como destino su pueblo natal, Billings, sus familiares tan lacónicos como él y su historia de vida a través de los relatos ajenos. Su hijo David (Will Forte) llega a comprender a regañadientes que no se trata del viaje insólito en el que se ve atrapado por culpa o cierta lástima ante la fragilidad mental de Woody sino sencillamente compartir la experiencia para llegar a conocer a ese hombre que bajo su mirada sesgada no es otra cosa que un alcohólico irremediable. El resto de los personajes entre quienes se destaca la esposa de Will, Kate (June Squibb) y su otro hijo (Bob Odenkirk) funcionan como el espejo donde esta relación padre e hijo se refracta, como así también el bloque de personajes secundarios, sin otra característica que la de resaltar su ambición y la necesidad de congraciarse con el futuro millonario a quien siempre consideraron un perdedor.

El desfile de pueblo chico con miseria grande en Nebraska llega como contrapunto de los rasgos más nobles de Woody y David, tal vez un tanto caricaturizado en su antagonista, quien parece dominar el centro con su éxito a expensas de los demás pero nunca Alexander Payne juzga a sus criaturas por sus actos ni por su conducta ética frente a los demás porque los ubica en el corazón de la inercia que precisamente se encuentra en el extremo opuesto a la idea del viaje.

Despojado de todo espíritu aleccionador y sin forzar moralejas simplistas, el planteo de Nebraska reconcilia con la importancia de mantener la dignidad frente a los obstáculos que se presentan a lo largo del camino. Convertirse en un viajante, a veces a pie como al comienzo del film, solitario, errático y otras acompañado para recoger los frutos y poder transmitirlos a aquellos que valorizan la búsqueda interior sin atajos ni premios millonarios que nos conviertan en otra cosa.