Nebraska

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

La letanía de la fortuna.

La ilusión es un motor que mueve las acciones de los hombres, pero anhelar algo puede convertirse también en una obsesión y obnubilar todos los sentidos en el camino. Nebraska (2013) es una comedia dramática en blanco y negro dirigida por Alexander Payne (The Descendants, 2011) que se apoya en la estructura de las road movies para narrar la búsqueda de un propósito en la vida.

Una publicidad fraudulenta acerca de un servicio de subscripción a revistas lleva a un anciano alcohólico al borde de la senilidad a emprender un viaje absurdo a través del frío de Montana hasta el centro de Nebraska con su hijo. En un estilo sobrio pero cínico el humor se tamiza en los huesos cansados de los protagonistas, hartos de las consecuencias de los cambios introducidos en las estructuras del nuevo capitalismo que han dejado a las ciudades periféricas al borde de la bancarrota con una población joven en franco declive que debe emigrar en busca de oportunidades.

En este viaje inconducente, Woody (Bruce Dern) hace una parada en su pueblo natal, Hawthorne, junto a su hijo menor, David (Will Forte). Allí se encuentran con la familia de Woody y sus viejos amigos en un pueblo sumido en la desidia cuya población envejecida es el recuerdo constante de la agonía de la ciudad.