Nebraska

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

La fuerza del cariño

El guionista y el director del filme se juega para presentarnos una película intimista, por concepción y relato, y una road movie como excusa para la estructura, con el sólo fin de contarnos una preciosa fábula en la que las relaciones paterno-filiales son el motor y la idea de la herencia hacia nuestros descendientes, lo que se pone en movimiento, como ya lo había sugerido en “Los descendientes” (2011), trabajando temas como el pasado sin resolver, los angustias vitales (en el sentido de vida, no de importancia únicamente) de la virtud del perdonar y de los afectos incondicionales

La historia gira en torno de Woody Grant (Bruce Dern), un octogenario alcohólico, y su hijo David Grant (Will Forte), quienes emprenden un viaje juntos desde Billings, en Montana, con destino a Lincoln, Nebraska.

Lo hacen en apariencia con un objetivo común, una excusa que los una, el cobro de un premio de un millón de dólares que respecto del cual Woody está convencido de haber sido el afortunado ganador en una de esas rifas que llegan por correo de manera nominal, pero que no son más que una estafa casi legal, y su hijo termina accediendo sólo para que la duda se transforme en certeza en la deteriorada psiquis de su padre.

En definitiva, la odisea se resume en el viaje de la esperanza para ese padre y en el viaje hacia ningún lugar que ya conoce, pero ya olvidado, del hijo.

Siempre hay asuntos pendientes. Ese traslado implicará al mismo tiempo un retorno al pueblo de origen del viejo con la firme decisión de cerrar con las heridas del pasado, al mismo tiempo que para el hijo es un viaje de recuperación, un trayecto para reconocer y reconectarse, con la imagen inscripta de su padre, quebrando todas las defensas que los apartan, retratado todo con un humor cínico por momentos, impasible o imperturbable, sobre las relaciones de sangre, transformando al texto en una gran tragicomedia familiar extendida, poniendo en jaque la confianza y el cariño, a través del egoísmo y la envidia mal entendida.

El realizador, al que ya se lo puede catalogar de autor, no importa si es responsable del guión o no, construye un universo que le pertenece, que le es propio por antecedentes, la ya nombrada película del 2011, al que también entra en los cimientos de ese universo la maravillosa de “Entre copas” (2004) o “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002). En el espacio que se siente a gusto haciendo jugar a sus criaturas humanas Payne habla con gentileza, dolor, ternura, perspicacia, por momentos socarronamente, de la orfandad con la que sobrevive esa gente.

Con una estructura lineal y progresiva, que nunca abandona la idea de road movie, ya sea que se instale por momentos como un viaje interior de cada uno, al mejor estilo de “Una historia sencilla” (1999), de David Lynch, y en otros de competencia y necesidad mutua como en “Aaltra” (2004), de Gustave de Kervem y Benoit Delepine.

Una de las grandes diferencias con otros filmes que trabajen temas similares, es que si bien el relato es de carácter universal, se asienta sobre unas formas estéticas atemporales, por lo que la elección estética, y no sólo por el uso del blanco y negro en la fotografía, es que está puesta más en función de crear clímax que apuntalar lo dramático. Igualmente la posición y el movimiento de cámaras, junto con los planos y los tiempos elegidos para cada uno, son los que van desarrollando el relato de manera constante y detallada. Esa forma de impregnar la pantalla con espacios interiores pequeños, pero fríos distantes, y los exteriores intimistas, aplastantes, pocas veces consiguen lograr el objetivo propuesto (en Argentina tenemos un maestro en tal sentido en Carlos Sorin).

Por supuesto que en cuestiones de funcionalidad y empatia el diseño de sonido, la banda sonora en general, esta en plena concordancia con la imagen y el ritmo del relato, por momentos como apoyatura, pero en otros en función narrativa.

Pero el elemento que termina de catapultar esta pequeña y grandiosa producción cinematográfica, al rango de pequeña obra maestra, son las actuaciones, en las que parece ser un gran retorno del gran Bruce Dern (recuerdo su interpretación en “Regreso sin gloria” -1978-, y me emociono) compite con la magistral criatura creada por Will Forte. Sin olvidarnos de algunos personajes secundarios importantes como el de la esposa, tempestuosa, quejosa, diestra, inteligente, cínica, más tolerante de lo que quiere figurar, interpretada maravillosamente por June Squibb, o la reaparición de Stacy Keach como el ex socio de Woody.

En realidad todo el elenco de actores es increíblemente eficaz y maravilloso, lo que sólo puede lograrse con un gran director como hacedor de la obra.