Nebraska

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Grises

Hay un punto de contacto entre Nebraska y La cacería (2012), del danés Thomas Vinterberg: en ambas –nominadas al premio Oscar, en distintas categorías– se echa a correr un rumor que la desconfianza y la tozudez de algunos va convirtiendo en certeza. Sin embargo, si en Vinterberg eso es pretexto para perturbar al espectador, sometiéndolo a una tensión incómoda, en Alexander Payne (1961, Omaha, EEUU) es una excusa para demostrar cómo el dinero puede alborotar la vida gris de un grupo de personas sencillas: no sólo por la natural tendencia de los seres humanos a la codicia, sino también por la ilusión de poder satisfacer postergadas aspiraciones. Al mismo tiempo, hay aquí una mirada comprensiva hacia los adultos mayores y las relaciones paterno-filiales.
El motor que impulsa la historia es el empecinamiento de un anciano con síntomas de demencia por retirar un premio resistiéndose a los consejos de su malhumorada mujer y su paciente hijo, que intentan hacerle entender que no es más que una promesa vana. Padre e hijo irán, finalmente, en busca de esa supuesta fortuna, encontrándose en el camino con una serie de personajes (familiares, vecinos, viejos amigos), algunos parcos y queribles, otros maliciosos.
Algo de esta road movie recuerda a Una historia sencilla (1999, David Lynch), con más guiños humorísticos y, sobre todo, una exploración en la Estados Unidos más marginal o escondida plena de sinceridad. Esto último Payne lo lleva a cabo con una cámara atenta a la belleza melancólica de viejas casas, cafeterías, calles y carreteras, registradas a veces en silenciosos primeros planos, con una conmovedora fotografía en blanco y negro (valiosa labor de Phedon Papamichaels). Como agridulce retrato pueblerino, Nebraska no llega a la estatura de La última película (1971, Peter Bogdanovich), pero remueve capas sensibles en el espectador sin ahogarlo, cubriendo de ternura lo que podría haber sido mero patetismo.
Por otra parte, así como en sus anteriores Election (1999), Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Entre copas (2004) y Los descendientes (2011) Payne supo exprimir las posibilidades de actores conocidos y no tanto, lo mismo consigue en Nebraska, sacando partido de la cara de bueno y mirada tristona de Will Forte (Saturday Night Live) y aprovechando la autoridad de los veteranos Bruce Dern y June Squibb. Duro en innumerables westerns y películas de acción, Dern es aquí un entrañable anciano bebedor frecuentemente extraviado, conservando algo de su inocencia (“Su problema es que cree lo que le dice la gente”, dice su hijo) como si fuera un raro modo de esperanza. Squibb, en tanto, actriz de larga trayectoria teatral y televisiva, asoma como una matrona grosera e impaciente para, de a poco, ir dejando entrever sentido común e incluso revelar –en su última escena– inesperada ternura. Salvo algun subrayado aislado, las caracterizaciones de estos y otros personajes están hechas de detalles y matices.
“Son tiempos de depresión, y quizá eso se filtró en la atmósfera del film”, afirmó el director. Ciertamente, la predecible estructura de comedia dramática de Nebraska, gracias a su estilo y las expresiones de sus actores va siendo ganada por un persistente estado de ánimo, permitiendo percibir sutilmente el paso del tiempo e intuir el discurrir de otras vidas.