Mujer Nómade

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Martin Farina, director de “Fullboy” y “El hombre de Paso Piedra” y codirector de “Taekwondo” se lanza a una nueva aventura documental, “MUJER NOMADE” en donde emprende un retrato exhaustivo de Esther Díaz, Doctora en Filosofía, ensayista, epistemóloga y autora de varios libros sobre una notable diversidad de temas que van desde el pensamiento de Foucault, Deleuze y la epistemología, a otros que pareciesen estar en las antípodas como la sexualidad y el poder, la violencia de género, la posmodernidad y la posciencia.
Con este abanico de temas indagados por Díaz, sumados a su magnética y huracanada personalidad, es imposible resistirse a la tentación que propone Farina de ir indagando más y más hasta el punto de convertirse en un voyeur de los momentos privados y pensamientos más íntimos de esta filósofa contemporánea.
Farina propone un viaje en donde no solamente nos sumergimos en la vida profesional sino también en la vida personal de Esther Díaz y la complicidad que logra con su cámara es de una potencia tal que su personaje se entrega en voz, en cuerpo y en alma. Esta simbiosis perfecta entre director y la personalidad retratada, hace de este registro documental un trabajo tan intenso como atractivo.
Pero si tuviésemos que definir a este nuevo documental de Martín Farina con una sola palabra, sin lugar a dudas, la palabra ideal para describirlo es AUDAZ. Partiendo de una pregunta sobre el modo en que la filosofía puede atravesar el cuerpo, el recorrido quedará vinculado a cuestiones de la sexualidad y el placer dominantes en una cultura patriarcal e introducirá el interesante concepto desde la perspectiva del posporno.
Una mujer que ha cumplido con lo que dictaba su deseo dentro de un mundo netamente masculino (padre, parejas, esposo, amantes, colegas académicos) que no ha llegado a doblegarla: una mujer nómade en la búsqueda de su propio territorio.
Es así como somos testigos de confesiones profundamente personales sobre hechos tan contundentes como el vínculo con sus hijos, las drogas, sobredosis, el lenguaje de los cuerpos, el sexo, el deseo. También abordará sin tapujos la idea de la vejez, la muerte, las pérdidas, el deseo, el contacto con el suicidio y el desamor, interpretados por algunos estudiosos de su obra como el precio que a veces debe pagarse, por la transgresión de las normas impuestas.
La narración en primera persona de situaciones completamente límites, abordadas sin tapujos, claramente y absolutamente despojadas de cualquier prejuicio, hace que el material con el que Farina va trabajando su tercera película, crezca a medida que la figura de Esther Díaz va rompiendo barreras. Ella puede hablar de cualquiera de estos temas por los que ha atravesado, protagonizando cada hecho sin la menor victimización, siendo dueña de su experiencia vital y sin buscar la conmiseración ni la indulgencia.
Lo que potencia más aún el trabajo de Farina es el hilo sutil que divide el documental de la forma de docuficción, y mientras se van “confundiendo” ambos territorios, es donde se enriquece aún más el material y se agiganta, jugando en forma permanente con ese límite difuso y desafiante.
Lo dicho en la propia voz de la protagonista -jugando generalmente como una voz fuera de campo que va acompañando, relatando y potenciando las imágenes- enhebra minuciosamente las diferentes capas que se quieren ir descubriendo, hasta lograr una intimidad inusitada, atrevida, despojada, inteligente y carnal. Completa.
Es así como el registro documental se vuelve una experiencia intransferible. Audaz, una sola palabra que vuelve a resumirlo todo.