Montenegro

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Retrato de la soledad

La imagen de la soledad y de la libertad se yuxtaponen en uno de los tantos planos que el director Jorge Gaggero logra atrapar en Montenegro, mediometraje recientemente galardonado en el IDFA, festival Holandés, donde además recibió 10.000 euros como parte del premio. Esa yuxtaposición nos muestra a un hombre de 71 años sentado en una mesa, con apenas la luz de una vela que hace un poco menos oscura la imagen pero no así su realidad.

Juan de Dios Manuel Montenegro es el protagonista de este documental que cuenta con la virtud de la aproximación a la intimidad de una persona que no está acostumbrada a la compañía, más allá de la que le pueden brindar sus perros, uno negro y otro blanco; uno fiero y el otro manso y la esporádica visita de algún lugareño del delta o de su amigo César Engle, tan solitario como él.

Ya con Vida en Falcon el realizador había demostrado su capacidad para extraer de sus personajes todas aquellas características que los vuelven interesantes desde el punto de vista cinematográfico para encontrar momentos de humor cuando todo indica lo contrario por la situación de desamparo o marginalidad circundante.

En un primer bloque podría entenderse a Montenegro como un film sobre un ermitaño del delta; hombre de pocas palabras que hace de su libertad y experiencia de vida un testimonio rico pero a la vez entristecedor. Sin embargo, el relato toma otro cariz que incrementa la tensión a partir de una disputa doméstica que deviene en la pérdida del único contacto con otro, que no sea claro está el director y su cámara.

Acompañar a Montenegro personaje en su trajinar cotidiano, en su caminata dificultosa por la maleza tras haberse quedado sin la canoa de César, su amigo, para ir a pescar resulta tan contundente como mensaje para la película de Gaggero que basta con escuchar ese soliloquio a medio decir para conmoverse y aplaudir de pie.

El director de Cama adentro deja que el tiempo narre la soledad de un anciano y los achaques de su cuerpo y la vejez incipiente complementan esa historia sin un atisbo de especulación o dejo de formalismo, sin academicismo para dejar un sello indeleble en los ojos y una marca en el corazón.