Montenegro

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

El poder de la observación

Jorge Gaggero, el mismo de aquella película que desnudaba la hipocresía de una clase media venida a menos llamada Cama adentro (2004), regresa al cine ocho años después con un hipnótico documental sobre la soledad.

En Montenegro (2011) Gaggero observa sin perturbar. Montenegro es un hombre que vive solo, en medio de la nada, con la única compañía de unos perros. Montenegro no tiene ningún tipo de contacto con el mundo exterior salvo una relación, más forzada que por elección, con César, un vecino que se dedica a criar chanchos. Así es la vida de Montenegro, un hombre al que le vida le pasa por delante de sus ojos sin llegar a inmutarlo.

En escasos 50 minutos la cámara de Gaggero observa lo que pasa en ese mundo aislado y estudia casi antropológicamente lo que sucede por la cabeza de un hombre que disfruta de la más absoluta soledad. A partir de esa indagación, en la que las palabras no existen, se construye una historia que podría funcionar como una ficción si uno no supiera que está ante una realidad. Montenegro encuentra sus puntos de contactos en obras como La libertad (2001), de Lisandro Alonso o en el cine del catalán Albert Serra más que en lo que se podría entender como un documental clásico, y eso es lo que lo vuelve interesante dentro del género.

Filmada magistralmente, cada plano se asemeja al más puro realismo, Montenegro hace foco en lo visual gracias a la fotografía de Daniel Ortega, acompañado por el propio realizador, y también en la sonoridad, donde el ruido ambiente y la musicalidad de los acordes compuestos por Sebastián Escofet intervienen ante el silencio de su protagonista.

Jorge Gaggero que había dado que hablar hace unos años perfilándose como un gran narrador de ficciones urbanas, se alejó de todos los pronósticos para ofrecer un documental minimalista, despojado de artilugios y con el foco puesto en la observación de un hombre suburbano.