Mochila de plomo

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Entre el vendaval de estrenos que están azotando la cartelera semana a semana, en medio de ese enorme pelotón se distingue muy por encima de la media “MOCHILA DE PLOMO”. O al menos eso debería pasar, porque sería realmente una pena que este estreno pasara totalmente desapercibido entre la catarata de novedades que no da respiro ni permite apreciar la calidad de todo lo que se estrena.
Tuvo su estreno mundial en la Berlinale 2018, formó parte de la Competencia Oficial Argentina en el BAFICI 20°, participó en los festivales de Tallin en Estonia y La Orquídea, en Ecuador y, en su oportunidad, ya se había presentado como Work in Progress en el Festival Internacional de Mar del Plata.
Su director, Dario Mascambroni, ya había tenido un más que promisorio debut con su opera prima “Primero, Enero” en donde trabajaba el vínculo padre-hijo con la excusa de un viaje a solas en las sierras y el difícil reacomodamiento y la búsqueda de un lugar propio, sobre todo para ese hijo que debe procesar la reciente separación de sus padres.
Algo de eso resuena ahora en “MOCHILA DE PLOMO”: Tomás tiene una necesidad vital de reconstruir algunas piezas de su rompecabezas que no cierran. Tiene muy pocos datos sobre el pasado y particularmente sobre la historia de su padre y con sus apenas doce años, está empeñado en la búsqueda de la verdad. O de su verdad, al menos.
Los datos que tiene son escasos, contradictorios, mezquinos: su madre aporta esquivamente cierta información fragmentada e incompleta que no tiene absolutamente nada que ver con lo que le cuenta su abuelo.
Pero más allá de esas posturas tan antagónicas, a nadie parece importarle demasiado las cosas descarnadas que le dicen a Tomás sobre su padre, ni contactan con lo dura que es esa situación para él.
Toda esta búsqueda se agiganta y se complejiza el día que Tomás sabe que el asesino de su padre sale de la cárcel. El ocultamiento, la mentira, la omisión, el recorte de información se va transmitiendo en los pocos diálogos, ríspidos y dolorosos, que tienen los personajes que interactúan con Tomás.
Mientras tanto, a la deriva, él deambula por el pueblo con un arma en su mochila, lo que genera una tensión permanente y un clima de inseguridad y peligro que se respira desde las primeras imágenes.
Mascambroni no sólo sabe cómo sostener ese suspenso sino que por sobre todo muestra una sensibilidad particular para acompañar al protagonista en ese deambular en soledad, en la compañía de sus amigos pero sin la mirada de contención del mundo adulto: una infancia expuesta y totalmente a la deriva, a la intemperie.
Facundo Underwood es Tomás y construye su personaje con tanta veracidad y tanta simpleza que es absolutamente imposible no empatizar con él y querer abrazarlo desde las primeras imágenes. Un abuelo sumido en el dolor y el resentimiento, una madre que no puede ver mucho más allá de sus propias necesidades y esa búsqueda de la verdad que a Tomás tanto le importa y tanto peso tiene en la construcción de su propia historia.
“MOCHILA DE PLOMO” forma parte, quizás sin proponérselo, del movimiento de cine cordobés que dio las más variadas manifestaciones en la cartelera de este año con títulos destacados como “La casa del Eco”, “Instrucciones para flotar un muerto”, “El otro verano” o “Casa Propia”.
El ambiente que genera Mascambroni entre el drama intimista familiar y el “pueblo chico, infierno grande” que violenta y descarnadamente excluye a Tomás, lo emparenta con el Antoine Doinel de Truffaut o el Polín de “Crónica de un niño solo” de Favio.
Sin desbordes, sin subrayados, sin condena para sus personajes sino sencillamente mostrando ese mundo con total transparencia, “MOCHILA DE PLOMO” es un acertado y doloroso retrato de una niñez desamparada.