Moana: Un mar de aventuras

Crítica de Verónica Stewart - A Sala Llena

La fórmula de siempre, efectiva como siempre

El primer número musical de Moana: Un Mar de Aventuras (Moana, 2016) nos revela una isla idílica donde cada aldeano tiene su rol y está no solo dispuesto sino feliz de cumplirlo. Su padre, el jefe de la isla, la prepara para el día en el que ella tomará el mando de aquellas alucinantes tierras hawaianas. Pero a Moana la vemos, desde muy temprana edad, escuchando boquiabierta las leyendas que le cuenta su abuela a los niños del pueblo. Dicen que hace miles de años, el semidios Maui le robó el corazón a la diosa Te Fiti por el poder de creación que tenía aquella piedra preciosa. Al hacerlo, Maui desencadenó la muerte paulatina de las islas de Hawai. Cuando la vegetación de sus tierras comienza a marchitarse, Moana recuerda las palabras de su abuela: tiene que cruzar el vasto océano, buscar a Maui y convencerlo de devolverle el corazón a Te Fiti.

Por supuesto que el padre de Moana se rehúsa a darle a su hija permiso a cruzar más allá del arrecife, y por supuesto que Moana eventualmente desobedece sus órdenes y se adentra en las aguas del Pacífico en ese encuentro con el mar que tanto anhelaba desde pequeña. “Por supuesto” es, en este caso, la frase más adecuada para hablar de la trama de Moana. Y es que Disney, por más clásicos del cine animado que nos haya brindado, sigue innegablemente una fórmula que repite película tras película. Es verdad que ha visto ciertas transformaciones a lo largo de los últimos años, pero dentro de cierto margen de flexibilidad –muchos cambios giran, me complace decir, en torno al cuestionamiento de los roles de género que por tanto tiempo Disney perpetuó– Moana sigue siendo predecible, no solo en su estructura sino en su desarrollo, en las relaciones de sus personajes y, por supuesto, en su desenlace.

Sin embargo, no acudimos al cine a ver la nueva de Disney buscando una película que nos brinde demasiadas sorpresas. Tal como el estudio tiene una fórmula a la que se atiene desde hace años, su público, fiel conocedor de dicha fórmula, acude a las salas todos los años a ver con qué nueva historia se llena dicha fórmula esta vez. Lo cierto es que las estructuras en sí mismas no tienen nada de malo. Los musicales, de hecho, también siguen un guión muy claro, donde la canción introductoria interpretada en grupo es seguida por un solo donde el protagonista presenta sus motivaciones, seguida más adelante por la canción de un villano, y así. Moana es también un musical, y sigue este formato a rajatabla.

Pero sucede que, por mucho que podamos ver de a momentos las manos que tejieron este tapiz ya conocido, Moana funciona. La fórmula de Disney es tan innegable como el hecho de que han sabido ejecutarla una y otra vez a lo largo de su filmografía. Por suerte, Moana se introduce en una nueva generación de princesas que ni siquiera quieren ser consideradas como tales, y cuya capacidad propia por resolver conflictos y embarcarse en aventuras, y no su necesidad de depender de un hombre, se hace cada vez más evidente. Si Frozen (2014) presentó una gran mejoría al girar en torno al amor fraternal y dejar en un segundo plano al amor romántico, Moana va un paso más allá: el amor romántico no existe en ningún plano, y la totalidad de la película se centra en Moana salvando a su isla y amigándose lentamente con el arte de navegar.

Es destacable la animación de la película y, por sobre todas las cosas, la gran banda sonora. No sería exagerado afirmar que son sus canciones lo que hace de Moana una película que realmente vale la pena. Su tema principal es precioso e inspirador, y prepara al espectador para el viaje náutico del cual hace las veces de prólogo. La canción con la que conocemos a Maui, a quien le da voz Dwayne Johnson, es pegadiza, y en ella se vislumbra un talento musical del cual solo podría ser responsable Lin Manuel Miranda. Es gracias al brillante escritor del musical de Hamilton que las canciones de Moana sobresalen por sobre tantas otras de Disney. Es divertido, también, notar el regreso de la canción del villano, llena de descaro y astucia como corresponde.

Aquel que acuda al cine a ver Moana, entonces, no se encontrará con nada más allá de lo que pueda imaginar. La obviedad de la fórmula que sigue puede, a veces, entorpecer la narrativa al sacar al espectador del verosímil, pero la construcción efectiva de sus personajes hará que este se comprometa emocionalmente con ellos rápidamente. Moana es sobre el amor de una niña hacia su isla y hacia su familia, y sobre su fascinación por aquello que está más allá de lo permitido y que tan profundamente la llama. Es sobre los peligros de esconderle a un pueblo su propia historia, y sobre cómo, a la vez, es necesario aislarlo de toda realidad hostil para mantener la utopía. Pero, por sobre todas las cosas, Moana es una aventura en la que el espectador se verá envuelto desde aquel primer número musical.