Misión secreta

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Existe un apotegma que nos enseña V. F. Perkins, que para empezar analizar un texto audiovisual hay que tener en cuenta que un filme comienza en el titulo. Es verdad que mientras somos espectadores de una película, en el cine, que es donde se la debe ver, no tenemos presentes en forma permanente su título. Sólo en algunos casos la vuelta de tuerca imprevista nos hace pensar, ¿¡Ah, por eso se llama así!?

Bien, “Misión screta” es un típico producto ejemplo de lo que acabo de definir. El titulo original en ingles es “The Double”, que le cierra mucho mejor, pero en la Argentina se estrena como “Mision Secreta”. En ambos casos al estar frente al ultimo quiebre narrativo la expresión es la misma.

El filme abre con la impericia de un grupo del FBI que esta investigando- custodiando a un senador de los EEUU. En un descuido, tanto de los guionistas (ya que aquí comienzan los lugares comunes, clisés y todo se hace previsible) como de los agentes de la Federal, éste senador es asesinado. El modos operandi del asesino lleva la firma de un “Cassius”, terrible y despiadado agente al que nadie vio nunca, tal cual en “El Dia del Chacal” (1973), pero en este caso no es un “sicario contratado” sino un miembro de la ex KGB, ¿disuelta hace veinte años?, desaparecido desde esa misma fecha y al que se lo daba por muerto.

La CIA decide hacerse cargo de la investigación, pero el FBI no quiere ceder terreno. Los primeros cuentan con el agente que lo persiguió en aquel momento, Paul Shepherdson (Richard Gere), ahora retirado y con una vida apacible, quien opina que “Cassius” esta muerto, que el asesino del senador es un muy bueno, pero simple, imitador. El FBI presenta a Ben Geary (Thoper Grace), un joven investigador y analista que ha estudiado a fondo a “Cassius” como personaje, del mismo modo que a Paul, su más empedernido pero fracasado perseguidor que, eso si, en esa persecución de años logro eliminar a todo el equipo del ahora supuestamente reaparecido.

La producción cuenta con un diseño de montaje que es lo que le da ritmo al filme, con las escenas de acción, que si bien no son la vedette, están muy bien resueltas, más allá de constituirse o no como verosímiles. Así, en una de ellas Paul y Ben persiguen a un sospechoso, corren y corren, por supuesto llevando Ben delantera, pero con Paul siguiéndolo a corta distancia. Luego de varios minutos, tal cual “Maratón de la muerte” (1976), Paul esta como Alan Ladd, el hombre de Hollywood, con el jopo eterno y sin haber transitado ni una gota.

Una pareja despareja en donde uno es obligado a la acción en tanto para el otro se trata del honor, primero distantes, luego con identificación reversible, para terminar en casi amigos.

Es una historia de la cual ya hemos visto muchas versiones, que versan sobre lo mismo. Si de desentrañar intrigas se trata entonces fracasa.

Pero por otro lado la producción se enrola en el subgénero del espionaje y confabulación Han vuelto los rusos malos y con ellos todo sus elementos característicos y tipificados.

Un dato para tener en cuenta es que desde su estructura narrativa el realizador sabe imprimirle cierto grado de interés por lo que mantiene atento al espectador, o sea que no aburre. Y ese es su punto más favorable.

El factor más bajo lo encontramos en las actuaciones, Richard Gere vuelve a demostrar que sólo es un galán, ahora maduro y canoso, que tiene dos gestos, los mismos que siempre uso, mientras Thoper Grace intenta darle carnadura a su personaje, pero ni lo tiene ni se lo puede otorgar.