Mi último fracaso

Crítica de Nicolás Feldmann - Proyector Fantasma

La cultura como identidad

Cuando se habla del género documental, resulta difícil desligarlo socialmente de su esencia periodística, de esa finalidad informativa que supone la descripción de una realidad a través de la subjetividad de quién decida filmarla y de la misma interpretación personal que hace cada espectador sobre una misma obra. En estos casos resulta interesante cuando un director deja de ser un simple observador de su entorno y pasa convertirse en un objeto de estudio al servicio del público.

Dirigido por Cecilia Kang – hija de padres coreanos y atravesada por el hermetismo de una cultura milenaria que recorre varias generaciones – Mi último fracaso se presenta como un documental sobre la comunidad coreana en Buenos Aires, exhibiendo las tradiciones y características singulares que hacen de este colectivo uno de los más arraigados en cuanto a la conservación de sus costumbres, en una ciudad que fácilmente combina el karaoke oriental con el fernet con cola.

Sin embargo, es notable como Kang parte de este contexto principalmente para comprender su propia identidad como mujer argentina y coreana. Una identificación que se construye en la unión que comparte con sus mejores amigas (coreanas y argentinas), en la inspiración que le genera su profesora de artes plásticas y en la admiración profunda por las mujeres de su familia: Abuela, madre y hermana divididas en tres generaciones distintas y con visiones radicalmente diferentes de entender su linaje.

Es así que el film se reparte constantemente entre Seúl y Buenos Aires, haciendo hincapié en los distintos conflictos de este grupo de mujeres marcadas por el rol femenino que ocupan en su cultura, como así también en la relación de sus tradiciones con el mundo occidental. Desde la eterna búsqueda del hombre ideal y el mandato familiar del casamiento hasta la incertidumbre en la recuperación de un cáncer terminal, cada historia narrada en primera persona funciona como una suerte de homenaje al universo femenino que rodea y enorgullece a la directora, al mismo tiempo que le ayuda a definirse a sí misma.

Kang no solo logra que esta búsqueda personal nos involucre de una manera más que emotiva, sino que incluso transmite cada una de las vivencias y reflexiones de los personajes con la misma fascinación que ella tuvo cuando las descubrió por primera vez. Haciendo frente a cualquier choque cultural, lo que queda claro es que los afectos se sienten igual de intensos en cualquier parte del mundo.