Mi último fracaso

Crítica de Luciano Sivori - Alta Peli

Un cuento coreano.

Mi último fracaso es una película chiquita, personal, introspectiva. Es una historia sobre vínculos familiares, migraciones y estilos de vida. Cecilia Kang invita (a quien se anime) a ser espectador del día a día de un grupo de mujeres durante sus actividades cotidianas.

En ese sentido, la producción presenta un enfoque interesante que no había visto tanto reflejado en el cine.

La historia tiene varias partes de relativa autonomía, aunque todas atadas por el mismo leitmotiv, intentan descubrir las diferentes formas en las que un extranjero se sumerge en costumbres ajenas, de qué manera se aferra a sus orígenes, y cómo esa dualidad se mantiene en constante tensión durante toda la vida.

Desde Corea hasta los barrios porteños:
La película nos lleva primero a Corea, donde la directora acompaña a su profesora de arte en un viaje revelador y de autodescubrimiento. Luego regresa a Argentina, donde nos permite espiar la vida de su propia hermana (quien superó una dura enfermedad). Más tarde vemos a Cecilia y a sus amigos y familiares simplemente viviendo, existiendo. Siendo coreanos en Argentina, con todo lo que eso significa.

Respecto a la necesidad de hacer este documental y sus motivaciones, Kang explica:

Nací en el año 1985, en una Argentina en donde se comenzaba a vislumbrar una libertad institucional que Corea aún veía subyugada por un gobierno dictatorial. (…) En este lugar, nuestros padres fueron construyendo una colectividad basada en el trabajo como valor principal, para lograr el progreso (…)

Socialmente me considero argentina, mis amigos o mi pareja dicen que soy una porteña de pura cepa. Sin embargo, entro al hogar familiar, y soy una hija coreana. Esa dualidad vivirá siempre en mí.

Mi último fracaso: como cruzar un puente
Es inevitable preguntarme por qué la directora eligió aquel extraño título. Ciertamente el documental no es un fracaso (ha estado recorriendo festivales a lo largo del año pasado, y lo seguirá haciendo por un tiempo).

Desde lo técnico no destaca especialmente en ningún aspecto, pero no por eso puedo decir que esté mal filmado. Hay un buen trabajo de edición, una linda música que acompaña y algunos pequeños momentos bien logrados. Quizás se hace evidente el aire de amateur en la directora, pero su producción tiene valor y es rica en contenido.

Por eso creo que el título se relaciona más con algo diferente: el último fracaso de la directora es, más bien, la aceptación de esa dualidad. A partir del recorrido que hizo en el documental, fracasó en poder decidirse entre ser 100% argentina o 100% coreana. El fracaso es, de alguna manera, una aceptación, es cruzar un puente, es encontrar el equilibrio justo con el que uno puede vivir y sentirse identificado.

“Cruzar un puente” funciona como una metáfora en la película y es también un descubrimiento personal, es parte de la construcción de la identidad coreana-argentina que la directora busca. En ese sentido, es un documental bien enfocado y dirigido a un público muy particular, sin dejar afuera a cualquiera que desee conocer estas historias.

Conclusión:
Mi último fracaso expone que es posible sentir que un país nos es propio y ajeno al mismo tiempo. Lo hace a través de relatos sensibles, reflexivos, donde se desnuda la vida de diferentes mujeres en busca de su propia identidad. Es una historia que invita a la reflexión y al debate.