Mejor que nunca

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Esta tragicomedia sobre unas septuagenarias que deciden salir del ostracismo de un centro geriátrico para jubilados pudientes y dedicarse a ser porristas no logra nunca trascender la sensación de patetismo y los límtes previsibles de la fórmula. Para peor, desaprovecha el talento de un auténtico seleccionado de actrices de notable trayectoria con papeles estereotipados que están todo el tiempo al borde del (o directamente sumergidos en el) ridículo.

En Mejor que nunca confluyen varios subgéneros, tendencias y clichés del cine contemporáneo: la comedia geriátrica, el humor que aflora en medio de la tragedia, la búsqueda de segundas oportunidades y las diferencias (y reconciliaciones) generacionales. El problema es que ninguno de esos aspectos funciona en este producto torpe y obvio cuyo peor pecado no es que no entretenga, no conmueva ni divierta (su ductilidad y eficacia para el gag es casi nula) sino que somete a actrices de la trayectoria de Diane Keaton, Jacki Weaver, Pam Grier, Celia Weston y Rhea Perlman, entre otras, a un ridículo que ellas no merecen (aunque es cierto que nadie las obliga a aceptar proyectos de tan bajo vuelo artístico).

Todo empieza con una enfermedad terminal. Sí, Martha (Diane Keaton) sufre de un cáncer de ovario y decide que es tiempo de abandonar el tratamiento. Deja su departamento neoyorquino en el que ha vivido desde joven, vende todas sus pertenencias y se marcha -en medio del dolor, la impotencia, la bronca y la resignación- a una suerte de country en Georgia que funciona como residencia para ancianos de buen pasar económico. La vida allí es por demás aburrida y su nueva vecina Sheryl (Jacki Weaver), algo así como su opuesto complementario, le ofrece noches de póquer y alcohol. Sin embargo, nada de eso parece entusiasmar a una protagonista que no sale de su actitud de desprecio, superioridad y malhumor.

Hasta que un día, en medio de una charla casual, Martha recuerda que una de las asignaturas pendientes en su vida es la de haber sido cheerleader. Así, se convertirá en la líder de un grupo de entusiastas y en principio poco dúctiles porristas septuagenarias y octogenarias. Desde la supervisora del centro de retiro (Celia Weston) hasta las jóvenes expertas en la materia se burlan de ellas a puro prejuicio y empieza a circular un video con una penosa y accidentada actuación.

Pero las “chicas”, a pesar de sus carencias físicas, no darán el brazo a torcer en esta suerte de mixtura entre Triunfos robados y Cuando ellas quieren con algunos elementos de Todo o nada (The Full Monty).La película es bastante patética, no cuida (ni quiere) demasiado a sus personajes y en el terreno de la redención tampoco termina por conmover. Un producto construido a base de fórmulas, estereotipos y lugares comunes. Peor que nunca.