Mandarinas

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

Película de manual y lección humanista, Tangerines es la típica película antibélica que contrasta con los panfletos reaccionarios que siempre están nominados en categorías más relevantes, como es el caso de Francotirador (que a pesar de cierta ambigüedad difusa funciona en su recepción como propaganda). Siempre hay que equilibrar un poco el patriotismo raso e identificar algún alegato universal por la paz que nos recuerde la buena voluntad de los hombres.

La película del director georgiano Zaza Urushadze sitúa su relato en Abjasia, territorio en disputa tras la disolución de la Unión Soviética. El tiempo elegido es 1992, y quienes aquí se enfrentan son los chechenos y los georgianos, aunque Urushadze circunscribe convenientemente el conflicto a un ocasional enfrentamiento que tiene lugar en una zona rural aislada, en donde vive un carpintero junto con un amigo que cultiva y cosecha mandarinas. Es así que, tras un tiroteo entre los dos grupos enfrentados, un miembro de cada compañía gravemente herido sobrevivirá gracias al inusual gesto de solidaridad por parte de Ivo, que no solamente sabe trabajar con la madera sino que también es capaz de tallar el alma de los hombres hasta superar la animadversión incontrolable de sus huéspedes. ¿Podrán convivir los enemigos?

Como suele suceder en este tipo de películas, lo que importa es ilustrar el mensaje pacifista: un par de actores creíbles, una administración eficaz de los momentos de tensión y distensión en lo que respecta a los vínculos, una fotografía adecuada que le conceda la gravedad requerida, un poco de música para matizar y una apelación suspicaz a creer que en el fondo –váyase a saber qué significa esa metáfora topológica– los hombres son buenos. Es decir: el cine como sucedáneo de una catequesis humanista.