Malón

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Increíble que haya tanto contenido en una pregunta de una sola palabra. Esto que suele suceder últimamente, me lo disparan algunas decisiones que no tienen que ver con presupuesto, ni con tecnología, ni con distribución. Tiene que ver con la construcción de un universo a partir de la posibilidad de filmar una película, o sea el guión. Ese conjunto de páginas que implican la búsqueda de la conclusión de una obra cinematográfica.

Leí una vez que el sentido ante una obra de arte depende de quien la observa. Siempre creí que este enunciado es una apología de la subjetividad.

Con este criterio todo el arte lo es, y no se puede aplicar BIEN HECHO o MAL HECHO porque entonces ¿desde donde se califica? ¿Según el gusto de quien? En el caso del cine es más simple de formular pero más complicado de desarrollar.

Por ejemplo si en la primera toma tengo un plano general de un patio visto con referencia desde la puerta de una casa (se escucha una gallina fuera de campo), y luego un tipo que carnea una ayudado por otro; debo saber que alguien que vea eso va a tratar de decodificar lo que estoy mostrando. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo se resuelve o qué le aporta al relato? También, puedo elegir no explicar nada, total el arte es subjetivo.

Así arranca “Malon”.

Luego de la apertura vemos a un hombre enfrascado en su rutina. Es cocinero en un bar de minutas, practica boxeo con la misma dedicación con la que toca el acordeón, o lleva comida a una mujer que vive en la misma pensión. Es innumerable la cantidad de veces que veremos esto en distinto orden. Mientras tanto, el resto del entorno aporta conversaciones sobre la militancia peronista en los ‘70 o de cosas cotidianas.

Como espectadores pacientes empezamos entonces a aislar lo que ya vimos tres veces (porque ya lo vimos) y a buscar qué se quiere contar. Qué nos estamos perdiendo por no querer, no sé… ¿leer entre líneas?

Ahí aparecen algunas cosas interesantes, como la toma larga de este buen hombre viajando en el furgón del tren con actitud entre pasiva, desconfiada y reflexiva. Ayuda a construir un personaje que prácticamente no habla, y cuando lo hace casi no se le entiende. Todo lindo pero de nuevo, si la información es repetitiva y los personajes solamente están en la escena casi sin desarrollo ni fundamento todo se torna eso. Subjetivo. ¿Que se quiere contar? ¿Un lugar, una persona, un tiempo? Todo eso junto es difícil de tragar porque la conexión entre el pasado de militancia utópica y su consecuente presente es un fino, finísimo hilo entre intención por parte del director e interpretación por parte de quien observa una escena en la que el buen hombre, vaya a saber por qué, se va a una manifestación política en el centro de Buenos Aires.

Es cierto, hay algo llevadero en la película porque se genera cierta curiosidad por entender quién es este hombre y por qué hace lo que hace.

Cuando nos damos cuenta que todo va hacia un final que no es tal, pero tampoco es el principio de nada (ni siquiera de una reflexión), resulta que estuvimos presentes en la sala esperando que pase algo. Y pasa, nomás. Se prenden las luces y la gente se va.