Madame

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La fábula del ascenso social

El encanto detrás de una película como Madame (2017) no recae en su originalidad o en su destreza particular para destacarse dentro de su enclave, sino más bien en el desempeño de los intérpretes de turno y en el sustrato inoxidable de la obra que le da sentido y -de hecho- constituye su razón de ser, nada menos que La Cenicienta, cuento de hadas antiquísimo cuyas versiones más conocidas son la del francés Charles Perrault y la de los hermanos alemanes Jacob y Wilhelm Grimm. El film utiliza los recursos de la comedia de situaciones y la sátira social para analizar tanto las bondades como las miserias de los seres humanos, en especial la tendencia de las clases alta y media a tratar como esclavos y en general despersonalizar a todos a su alrededor y la propensión de los estratos bajos a acatar órdenes sin una verdadera perspectiva crítica de por medio, conformándose con las migajas que vienen de arriba como si el mundo de las asimetrías del capitalismo fuese el único posible.

La historia se centra en un matrimonio norteamericano narcisista y soberbio compuesto por Anne (Toni Collette) y Bob Fredericks (Harvey Keitel), quienes están alquilando un caserón en París y un buen día se les ocurre organizar una cena para agasajar a doce amigos pretenciosos del ámbito internacional. Como de repente se aparece Steven (Tom Hughes), el hijo de Bob, para sumarse a la velada, una supersticiosa Anne decide evitar el número trece e invitar -más bien, obligar- a una de las sirvientas/ empleadas domésticas, María (Rossy de Palma), a que los acompañe en la mesa. A pesar de su oposición a la patraña, a María no le queda otra opción que aceptar interpretar el rol de una “amiga española” de Anne. La pantomima se complica aún más cuando Steven le dice jocosamente a uno de los invitados, el dealer de arte David Morgan (Michael Smiley), que María en realidad es una condesa prima de Juan Carlos I de España, lo que dispara un flirteo inmediato entre ambos.

Por supuesto que todo el asunto a su vez deriva en una relación post cena, para angustia y escándalo de una Anne que se siente traicionada por su criada: confusión verbal mediante, María cree que David conoce su trabajo real y que la acepta por lo que es y no por lo que hace, David avanza creyendo que efectivamente está saliendo con una representante de la monarquía y finalmente Bob y Anne por el momento no le dicen nada al hombre porque el primero está en plena tratativa para vender un cuadro de Caravaggio, una antigua posesión familiar que está siendo autenticada por David (Bob necesita desesperadamente el dinero de la pintura ya que tiene encima una ejecución hipotecaria de la que su esposa no sabe nada, encerrada en un estilo de vida de la alta burguesía que en cualquier instante puede caerse a pedazos). Aquí la sutil fábula del ascenso social se mezcla con el romance, los engaños y la frontera difusa entre el sentimiento verdadero y la falsedad/ el ardid por mera conveniencia.

La realizadora y guionista Amanda Sthers termina demostrando ser mejor directora de actores que constructora de diálogos, ya que el trabajo del elenco es parejo y muy bueno (todos se mueven en un registro cercano a la farsa sobreactuada pero a la vez sensible y con los pies sobre la tierra) y el guión en general no aporta nada novedoso a un formato tan explotado como el presente (de todas formas, se remarca con inteligencia la hipocresía de los burgueses enfatizando que la relación de Bob y Anne se ubica en un punto muerto y que ambos están detrás de amantes que los saquen de la monotonía, para colmo el caso de Anne es aún peor porque la mujer ni siquiera sabe lo que es el amor y osa opinar acerca de la vida privada de María). Ahora bien, la fuerza matriz de la propuesta es sin duda la prodigiosa De Palma, una ex “chica Almodóvar” que se come la película componiendo a una protagonista sincera que es tironeada desde todos lados y víctima de un sainete que ella no originó, a lo que se suma que Steven, el otro responsable del embuste, es un escritor berreta que sólo reproduce lo que ve a su alrededor y en vez de subsanar o corregir la mentira la termina transformando en una novela. Mención aparte merece el desenlace, toda una sorpresa para el tono de melodrama rosa sarcástico del film, logrando un final anticlimático que resulta una verdadera anomalía dentro del rubro en cuestión porque unifica la realidad con la toma de conciencia por parte de María, evitando de paso el remate edulcorado/ naif de siempre…