Luz de luna

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Luz de luna: cómo sobrevivir en este mundo con todas las cartas en contra

Inspirado en la obra teatral autobiográfica In Moonlight Black Boys Look Blue, del dramaturgo Tarell Alvin McCraney (a la que el guionista y director Barry Jenkins le agregó algunas experiencias y recuerdos personales), este segundo largometraje del realizador de Remedio para melancólicos narra la vida de Chiron, un niño, luego adolescente y finalmente adulto que es negro, pobre, homosexual e hijo de una madre soltera y adicta a las drogas duras.

Si todas esas características reunidas en un protagonista pueden parecer en primera instancia como un golpe bajo difícil de soportar, como una acumulación exagerada y manipulatoria para lograr la compasión políticamente correcta del espectador, hay que indicar que Jenkins maneja la mayoría de los conflictos con bastante pudor y elegancia. Hay varias escenas de bullying escolar, violencia contra el que piensa distinto y contra la mujer, abusos varios y situaciones incómodas en un contexto de fuerte marginación, pero Jenkins nunca deja de respetar siempre, por momentos de querer y como mínimo de entender a sus personajes.

Película en la que prácticamente no aparece ningún personaje blanco ni siquiera en segundo plano (toda una decisión artística y política), Luz de Luna nos sumerge en un mundo desconocido (sórdido y fascinante a la vez), con una narración que va de lo emotivo y lo visceral (con excelentes resultados) a ciertos pasajes líricos que resultan un poco forzados.

Los tres actores que encarnan a Chiron en el lapso de 16 años (el niño Alex Hibbert a los 10, el adolescente Ashton Sanders a los 16 y el joven Trevante Rhodes a los 26) alcanzan a transmitir todas las sensaciones (y contradicciones) de un antihéroe que va creciendo a los golpes en un contexto desolador tanto en la ciudad de Miami como luego en Atlanta, muy bien acompañados y complementados en distintos momentos por notables intérpretes de mayor experiencia como Mahershala Ali, Janelle Monáe, Naomie Harris y André Holland.

Una película bella y noble (podría verse como una suerte de Boyhood en versión afroamericana), aunque lejos de ese espíritu poco menos que revolucionario que tantos críticos estadounidenses y la propia Academia de Hollywood (tiene ocho nominaciones a los premios Oscar) exaltaron.